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“Esta es la última oportunidad de tener una nueva Constitución, no como se soñó al principio, pero de tenerla, al fin y al cabo”

“Esta es la última oportunidad de tener una nueva Constitución, no como se soñó al principio, pero de tenerla, al fin y al cabo”

[responsivevoice_button voice="Spanish Latin American Female" buttontext="Escucha la nota"] En entrevista, el Dr. Javier Agüero, director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule (UCM), compartió su análisis respecto al antes y después del 18 de octubre, la continuidad del proceso constitucional en Chile, los desafíos que enfrenta la política, entre otros temas de contingencia nacional. “Octubre no fue otra cosa que el grito ahogado por décadas, sino siglos, de un país por mayor justicia social” refirió el filósofo. ¿Es realmente el 18 de octubre una fecha para conmemorar en Chile? Es una fecha para conmemorar, por supuesto, y todos/as la conmemoran de alguna u otra forma. Incluso quienes consideran que es un momento infame para la historia de Chile lo celebran igual sacando libros por montones al respecto o disparando críticas en los medios y las redes sociales. Preciso que conmemorar no es un llamado a la violencia, por favor. El punto es que nadie puede sacudirse octubre, nadie puede pensar a Chile o proyectar a un país sin considerar la fuerza transformadora brutal de octubre. Estamos hablando de la liberación de energía  –que rebotó como manifestación popular– más grande en la historia de este país, no hay otra igual y, como sea, todo lo que ha ocurrido y ocurre es expresión de ese día (imposible pensar en serio con acabar con la Constitución de Pinochet y Guzmán sin el 18-O, por ejemplo), de ese acontecimiento que no se anunció pero que definitivamente fue la cristalización de un malestar y un hastío de la sociedad chilena históricamente abusada, excluida, desafiliada de los éxitos que se evidenciaban solo para unos pocos y que para el resto no eran más que promesas permanentes que nunca lograban materializarse. Octubre se hizo un sustantivo. Todos sabemos en Chile que cuando se habla de Octubre (así con mayúsculas) se habla del 18 de octubre del 2019. Es una fractura tan grande, un hiato tan extensivo, una interrupción tan densa que, y es lo que pienso, aún no tiene la reflexión o la intensidad que se merece y más bien se le banaliza o se reduce a conceptos refundidos como que fue la radicalización de una “anomia” (Carlos Peña) o una suerte de turba subterránea que apareció del inframundo a únicamente destruir y saquear (el “lumpenconsumismo” de Lucy Oporto). Creo que nadie termina de entender a octubre, aunque muchos/as nos arriesguemos con tesis más o menos precisas. Lo único cierto, a mi juicio, es que es más que una fecha o una efeméride. Octubre es la descoordinación absoluta de un país que descansaba tranquilamente en su órbita neoliberal donde la desigualdad y el “sobrar” (por traer el verbo de Jorge González) era la única costumbre. En este sentido es que se debe pensar como una conmemoración, sin caer en las triviales y desfondadas teorías de que todo/a aquel/la que lo vea de esta manera es un/a apologista adelantado/a y despiadado/a de la violencia, que sin duda también fue parte de todo el entramado. “La violencia es la partera de la historia”, escribía Marx, y esto no era un llamado a la violencia misma, sino una constatación. ¿Qué te parece la comparación que se hace sobre el antes y después del 18 de octubre, al parecer el escenario social es más ajustado ahora que antes? La verdad es que me parecería al extremo injusto que se le culpe al 18 de octubre por un contexto que, en su mayor parte, está determinado por lo que atraviesa el mundo entero y también por el lastre que dejaron los gobiernos anteriores (¿la violencia en la Araucanía se la debemos a octubre?). Me refiero a una desaceleración de la economía a nivel global, a la preeminencia de una guerra como la de Ucrania que desestabiliza diariamente los mercados (la especulación de no saber qué es lo que puede ocurrir afecta directamente a la dinámica del mercado global), en fin. China, por ejemplo, acostumbrada a ver crecer su economía en torno a los dos dígitos anuales, también está entrando en una suerte de recesión. Hay una crisis a nivel mundial que nos afecta y que imprime desestabilización interna. Chile ha tenido que enfrentar, después de muchos años, el fantasma de la inflación que es un fenómeno que, una vez que entra, es muy difícil de expulsar, y que trae aparejados efectos muy duros sobre todo para los sectores más vulnerables los que, efectivamente, ven como el alza del costo de la vida no les permite organizar su propia existencia. Es durísimo. A octubre hay que tratar de entenderlo en lo que le es propio, es decir como una potencia que redibujó la sociología de un país, tensionando al máximo el statu quo, evidenciando las injusticias que se arrastraban por siglos en Chile y que se habían enajenado en las décadas del auge del neoliberalismo, y que nos enrostró cómo la clase política no era más que una mera administradora de sus propios intereses. Es decir, lo que pasó tenía que pasar. Podría haber sido octubre del 2019, marzo del 2022, o julio del 2025, da lo mismo, es una discontinuidad que tenía que ocurrir. Nuestro país no resistía más y los/as no invitados/as a la fiesta del éxito entraron por fuera, sin avisar. Y mira el cimbronazo que tuvimos. ¿Qué ves en el foco que hacen los medios de comunicación tradicionales sobre esta fecha? Los veo haciendo lo mismo de siempre, es decir recubrir a octubre bajo el manto de la pura violencia sin dar cuenta de que octubre es, igualmente, la respuesta a otra violencia que no tenía que ver con quemar estaciones de metro, incendiar edificios patrimoniales, infraestructura, etc. (Lo que nunca me causó ninguna gracia pero que tocaba intentar entender el porqué). Me refiero a la violencia que implica vivir la desigualdad en el sentido más existencial de la palabra. “Sentirse” desigual es distinto a entender la desigualdad a partir de indicadores que muestran que somos “el país de las oportunidades”, el famoso oasis. Y esto es en lo que, pienso, muchas/os especialistas de alto vuelo mediático no reparan. Puedes tener un auto, un televisor de mil pulgadas, una casa, ropa, acceso al consumo en general, poco importa, tras este celofán donde pareciera que todos/as somos más iguales porque se equipara el acceso a bienes, lo que se trasluce es una sociedad quebrada, desintegrada, que no entiende al neoliberalismo solo como un sistema económico, sino que lo vive, por seguir a Manuel Canales, como una cotidianeidad, como una racionalidad que no se cuestiona sino que simplemente se experimenta a nivel pedestre, común y corriente. Los medios no son culpables de esto, por cierto, pero en tanto “medios” lo que han vehiculizado –los más poderosos me refiero– es particularmente a la violencia lo que, sin duda, descomplejiza a octubre y no permite entender el alcance cultural, social, histórico y político que implicó su irrupción. ¿Qué análisis puedes compartir sobre cómo avanza el proceso constituyente hoy? Lo entiendo en dos niveles. El primero es que evidentemente se produjo, después del triunfo irrefutable del Rechazo, una flojera, un retiro de la épica que tiene que ver con una suerte de desilusión por haberse farreado la posibilidad de tener una Constitución, por primera vez, soberana con todo lo que esta palabra significa. Pasamos del perímetro soberano-inclusivo al político-hermético. Lo que se pensaba que podía ser construir un país sobre la base de una ciudadanía activada, politizada en el mejor sentido del término, se transformó de manera brutal en el triunfo de la política tradicional y todo vuelve a la órbita típica de la decisión cerrada; la vuelta a la “cocina” si tú quieres. Los culpables de todo esto no fue nadie más que todos/as los/as que no supimos leer el país en el que vivimos y que pensábamos que la refundación sería el nuevo ethos de la sociedad chilena. Nos equivocamos, Chile es un país gradualista y no refundacionalista. También con una no menor dosis de conservadurismo. No se supo ver y se perdió legítima y estruendosamente. Los errores groseros de la Convención, por cierto, que también pusieron más que un grano de arena en todo este desmadre. El segundo nivel es el que indica que esta es la última oportunidad de tener una nueva Constitución, no como se soñó al principio, pero de tenerla, al fin y al cabo. No será un proceso, insisto, con la épica de tener un “nuevo Chile” sino que será la traducción en clave constitucional de “en la medida de lo posible”. Sin embargo, y es como yo lo veo, hay que estar con ésta que es la única y última alternativa, aunque no mueva corazones ni dinamice a un pueblo que ya no tiene la energía (ésta ya fue liberada) para ser parte del momento constituyente. Hay que ver si la derecha cumple su palabra y los nuevos actores se cuadran con esta última posibilidad. Ahora todo es un tema de cálculos y no de convicciones, es decir, un asunto de política típica. ¿Cuál dirías que es la mayor tarea de la política chilena hoy? En términos de “la política chilena” y no de “la sociedad chilena”, la mayor tarea es sacar adelante una nueva Constitución y terminar con la de Pinochet. Aunque no sea, repito, como parecía que sería y aunque haya que sacrificar gran parte de las convicciones primeras, una nueva Constitución no es cualquier cosa. Procedimentalmente debe ser votada en un plebiscito de salida para entregarle algo de legitimidad. El mecanismo espero que sea también lo más ajustado a un proceso democrático, participativo, y que no quede encajonada en esta suerte de entelequia que son “los expertos” a los que, no sé por qué extraña razón, se les piensa como seres inmaculados sin intereses políticos. Creo que esta es la gran tarea, pero es una tarea en donde no veo a la ciudadanía ya siendo parte activa, sino que, y como siempre en Chile, reservada para un sector que decidirá. A tu parecer ¿Se ha avanzado en las demandas de la ciudadanía expuestas el 18  de octubre? Las demandas de octubre, como dijo alguna vez, de nuevo, Manuel Canales, no han logrado ser representadas bajo ningún formato. Octubre fue el gatillador, la turbina que impulsó la urgencia de una transformación, pero la querella misma de octubre no ha tenido una traducción política real. Más aún, con el triunfo del Rechazo octubre pierde prestancia, presencia, retórica, y es más fácil para los sectores que lo denostan armar un ecosistema para superarlo, intentar olvidarlo, aunque esto sea imposible. Quizás lo que nos quede –a los/as que creemos que este fue un momento límite, crítico que, con mayor o menor nitidez, cambió a Chile para siempre–, es recuperar tanto como se pueda ese espíritu de octubre y mantener su memoria viva, también tanto como se pueda, en el entendido que, al menos para mí, octubre no fue otra cosa que el grito ahogado por décadas, sino siglos, de un país por mayor justicia social. ¿Podría ocurrir un nuevo estallido u otra forma de expresión del malestar si no son atendidos estos temas? No lo creo. Los “estallidos sociales” no son políticas públicas, enmiendas, o decisiones que se racionalizan en oficinas. Son fuerzas de la historia que se liberan y que irrumpen muy de vez en cuando, de manera acéfala por lo general y sin un relato estandarizado. Chile está en una fase, así como yo lo veo, de restauración de la tradición, es obvio. El momento ciudadano ya pasó, así lo indicó la misma ciudadanía el pasado 4 de septiembre. Pero, como te digo, los “estallidos” no se anuncian ni se ponen fecha, simplemente, estallan.   “Las opiniones vertidas en la presente entrevista son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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