Última Entrevista - Universidad Católica del Maule
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Nuestro Fundador<br> Don Carlos González Cruchaga

Nuestro Fundador
Don Carlos González Cruchaga

Ultima Entrevista

ENTREVISTA SEMBLANZA COMUNICANDO 355

MONS. CARLOS GONZÁLEZ CRUCHAGA

¿Qué recuerdos tiene de su infancia?, ¿cómo era su familia?

Nací el 08 de junio de 1921, en Santiago, en calle Alameda esquina de Bandera, en la casa de mi abuelo.  Mis padres vivían con él y todos los domingos nos daba un peso, lo cual era muy bueno.  Mis padres se casaron y durante 11 años no tuvieron hijos, después llegamos siete, yo era el número tres. Mi familia era tradicional, todos simpatizantes del Partido Conservador; mi abuelo era Senador, Presidente del Banco Chile, Presidente del Partido Conservador, era un personaje. Mi padre era abogado aunque no ejerció nunca, periodista, agricultor y político, o sea multifacético hasta más no poder. Mi madre era encantadora, tocaba la mandolina (guitarra chica), muy simpática y acogedora.  La relación padre e hijo era más bien fría, poco expresiva, como era la costumbre de aquél tiempo.  Cuando chico me gustaba jugar a las bolitas, al trompo y al emboque. Después las pichangas de fútbol y también jugábamos al paco ladrón.  Luego me gustó leer, leía mucho, leí todos los libros de Julio Verne y de Emilio Salgari; me gustaba también la natación.

Es conocida su preocupación por los más pobres y por los campesinos, ¿Cuándo nació esta preocupación?

Cuando me ordené sacerdote me mandaron a un barrio obrero muy difícil, ubicado en la comuna de Renca, donde yo me identifiqué con la realidad del barrio y eso me hizo comprender al mundo de los más pobres; fue un tiempo en que casi no veía  a mi familia. Andaba en bicicleta y colgado en las micros.  Ahí nació esto de asumir esa realidad.

Y la pregunta clásica a un sacerdote… ¿Cómo decide entonces su vocación sacerdotal?

Fui a un retiro de tres días con el Padre Hurtado y en una prédica él habló sobre la vocación. Me di cuenta que podía ser cura, lo pensé, lo recé, lo sufrí también y resolví asumir el sacerdocio. Tenía 16 años, no dije nada a nadie, esperé un año para ver si esto era verdadero o era una ficción mental mía.

Usted es primo hermano del Padre Hurtado.  Él fue también su padrino de Bautismo ¿Cómo fue su relación con él? ¿Cómo influyó el Padre Hurtado en su vocación?

Creo que el Padre Hurtado reemplazó en gran parte la figura paterna; mi padre era un hombre muy fuerte de carácter, entonces la relación era difícil con él. El Padre Hurtado presentaba todo lo de una persona ideal, un hombre entregado por Dios, comunicativo, alegre, y cómo éramos primos hermanos y era mi padrino de bautismo teníamos una relación de amistad muy grande y verdadera.  Yo creo que el Padre Hurtado fue decisivo en mi vocación.  Uno siempre escoge modelos, no escoge el sacerdocio, o ser médico o abogado porque sí, siempre busca algún modelo, alguien que le interesa y que lo interpreta, y Alberto Hurtado me interpretaba.

¿Por qué usted decidió ser sacerdote diocesano y no Jesuita como el Padre Hurtado?

Por una razón muy simple: yo estudié 9 años en un colegio de los Padres Jesuitas y los veía haciendo clases de historia, matemáticas, química, y me dije: ser cura para hacer clases de química  ¡no!; entonces pensé en otra cosa.  No sabía nada del Seminario, pero dije voy a buscar otro camino porque esto de dedicarme a hacer clases toda la vida no me gusta.

Luego de ser ordenado sacerdote, ¿cómo fueron sus primeros años?

Me ordené en septiembre del 44 y en el mes de noviembre me llegó una carta del Arzobispado en que se me nombraba Vicario Cooperador de la parroquia de San Joaquín. En ese tiempo no consultaban mucho.  No conocía al párroco, no conocía a nadie en ese barrio obrero y partí a esa Parroquia en donde estuve cerca de 2 años, con un párroco excelente, muy amigo. Ahí fui entendiendo, comprendiendo, conociendo a la gente y me fui haciendo sacerdote por dentro, porque uno puede ser sacerdote, sacramentalmente, pero otra cosa es asumir el sacerdocio de forma real… ahí yo creo que lo asumí.

¿Recuerda alguna situación importante de ese tiempo vivido en la parroquia de Renca?

Voy a contar una historia pintoresca: Un día me llamó el párroco vecino para que fuera a predicar una novena y partí.  Luego él me dijo: ¡Yo nunca había escuchado predicar tan mal como tú!  Con esa frase tan alentadora tuve un complejo de inferioridad en esta materia como 5 años.  Logré sacármelo cuando fui a unas misiones a predicar al campo y me di cuenta que la gente me entendía, que nos comunicábamos, y ahí recién se rompió esta especie de marca que me había dejado ese sacerdote tan apreciado, amigo mío por lo demás, que aún vive. También hubo experiencias difíciles: atendíamos gente acuchillada, visitábamos enfermos en lugares de mala fama… El barrio era muy bravo, ir, asistir, acompañar, esas  cosas hacen sufrir  pero hacen madurar también.

Usted fue Rector del Seminario de Santiago, ¿qué recuerdos tiene de ese tiempo?

Si, pero antes de eso me mandaron a estudiar sobre la Juventud Católica a Canadá, con mí párroco.  Estuvimos varios meses allá; ahí aprendí francés, algo de inglés, y volví para fundar la JOC (Juventud Obrera Católica).  Eso fue apasionante, fueron dos años de trabajo muy difícil, no había nada semejante antes, y el tiempo era muy distinto al actual; hicimos un trabajo realmente interesante, atrayente, que vale mucho.

Estuve 20 años en el Seminario.  Primero me mandaron a ser el malo: Inspector de Disciplina.  Después me tocó ser el bueno: Director Espiritual, el que apoya, consuela y entiende a todo el mundo.  Luego me nombran Rector, que es la síntesis del bueno y el malo, y ahí entendí los procesos de la gente, la marcha de la vida de las personas, la acción de Dios. Fueron  años con mucho trabajo, nos levantábamos a las 6 de la mañana, nos acostábamos a las 10 de la noche, porque la vida interna del Seminario es muy intensa.

Pasamos a otro tema.  ¿Quién fue Mons. Manuel Larraín para usted?

La única referencia que tenía de Manuel Larraín era su amistad con el Padre Hurtado.  Después que me ordené sacerdote, Manuel Larraín iba a visitar a los seminaristas y pasaba a hablar con el Director Espiritual y con el Rector, que era yo. Lentamente nos fuimos haciendo amigos, con un estilo muy especial.  Yo era Rector del Seminario cuando murió don Manuel.  A la salida de la Iglesia Catedral de Talca tres curas me dijeron: “usted es el próximo Obispo de Talca”… Me quedé callado, ¿qué les iba a decir?  Sucedió que me nombraron Obispo de Talca al final del año 1966.  Estaba predicando un retiro sobre el abandono en Dios cuando recibí un llamado de la Nunciatura.  Partí allá y el Nuncio me dijo: “usted está nombrado como Obispo de Talca”, y yo repuse: “déjeme pensarlo”… “es que estamos apurados, hay que comunicar luego esto, no sé por qué razón”… Entonces dije: “haga lo que a usted le parezca”. El 05 de enero del 67 se rubricó mi nombramiento.

Su ordenación episcopal coincide con el Concilio Vaticano II, ¿cómo fue ese tiempo? ¿Cómo marca su estilo de sacerdote?

Este tiempo fue de curiosidad, yo veía lo que estaban haciendo los Obispos en Roma, lo seguía atentamente pero creo que no asimilé mucho, uno asimila los documentos mucho después. Para mi el Concilio Vaticano II es el mayor milagro de la Iglesia en el siglo XX, porque un Papa viejito como Juan XXIII levantó este Concilio contra todos los cálculos humanos, una renovación inmensa de la Iglesia que permite mirar las cosas con mucha alegría. Según algunos entendidos las cosas más fuertes de la Iglesia han sido: el edicto de Constantino, San Francisco de Asís y el Concilio Vaticano II.  ¿Será esto cierto o no?, no lo sé, pero el Concilio tiene una importancia muy grande, la renovación es lenta y difícil, pues no es únicamente cambiar de lengua, pasar del latín al castellano, sino una serie de cosas frente al mundo, sobre la libertad religiosa, sobre la apertura de la gente, la comprensión… El Concilio es un cambio de mentalidad, aunque todavía no estamos aterrizados en esto.

¿Por qué eligió como lema episcopal “Ven Señor Jesús”, que es el mismo lema de Mons.  Larraín?

Por dos razones: me gusta el lema y porque estaba escrito en la muralla de la Catedral.  Me pareció más lógico continuar el trabajo del Obispo anterior, que había escrito en la Catedral el lema: “Ven, Señor Jesús”. Yo quería continuar la línea de Mons. Manuel Larraín con esa frase, y no me arrepiento.

 

¿Cómo fueron los primeros años de Obispo en la Diócesis de Talca?

Muy difíciles, porque don Manuel Larraín era una persona brillante, inteligente, visionario, muy sociable, predicaba muy bien.  Y yo nunca he predicado bien, no sólo por el complejo que les comenté, sino porque no tengo facilidad de palabras.  Él hablaba extraordinariamente bien, tenía gran contacto con la gente, figura internacional, presidente los Obispos Latinoamericanos, amigo de los Papas, y yo era un personaje NN que había llegado.  Los talquinos, con su proverbial ironía, vivían hablando de la maravilla de Manuel Larraín: “por Dios que predicaba bien”… Sí, les decía yo, “extraordinario”… Yo mismo asumí el tema, porque tenía dos posibilidades: lo ignoraba o lo asumía, opté por asumir a Don Manuel, seguí su línea y lentamente fui ocupando un lugar dentro de la Iglesia, dentro del Episcopado, dentro de Talca y Curicó… Pero fueron años muy difíciles por las comparaciones.

En el año 1969 usted promulga el primer sínodo diocesano de Talca, ¿cuáles fueron las razones de realizar este sínodo?

No lo convoqué yo, estaba convocado por don Manuel.  Lo que hice yo, siguiendo la línea de don Manuel, fue decir: “vamos a aplicar el Concilio Vaticano II” y lo asumí y fue una maravilla.

En su último libro titulado “¿Y qué hiciste con tu hermano?” usted testimonia de lo vivido en el Gobierno Militar, ¿cuál fue el momento más difícil de ese tiempo? ¿Fue difícil publicar este libro?

El momento más difícil tal vez fue el fusilamiento del Intendente de la época.  Otros momentos difíciles cuando nos deportaron desde Ecuador por estar en reunión de Obispos, al regreso a Chile nos asaltaron en el Aeropuerto Pudahuel cerca de 300 agentes de la Dina.  Otro momento difícil fue cuando pusieron una bomba en mí casa, de muy buena calidad, especial para matar a una persona.  Pero lo más difícil era ver el sufrimiento de tanta gente con la dictadura militar. Ver los torturados, con las manos mutiladas, con los pies destrozados. Recuerdo que me encontré en la cárcel con uno al que habían tenido 24 horas colgado de los pies.  Era terrible ver el sufrimiento de tanta gente inocente.  Fue difícil sentirse vigilado, controlado; la autocensura; las relaciones que eran diplomáticas pero no reales, conversar en forma estratégica.  Recuerdo un día en que estábamos en Curicó y Gobernador Provincial me dice: “esto a titulo personal: la guerra de Vietnam etc., etc.”, y todo lo anterior lo había dicho como Gobernador. Yo estaba hablando como persona, nunca me había imaginado esto de desdoblarse.  Pero ellos vivían con otro rostro, con máscaras.

Tenía miedo con este libro porque el tema es muy delicado, pero unos amigos insistieron que tenía que escribirlo y publicarlo.  Fui armando el trabajo, encontrando los documentos -porque este libro está bien documentado-.  Al terminar temí publicarlo por las posibles reacciones adversas.  Ahora, por las cosas de Dios, toda la gente que ha leído el libro y que conversa conmigo, está feliz con él; estoy seguro que hay otros que no están felices, por esas personas guardan silencio.

En el año 1989 usted convoca a la Diócesis de Talca a un nuevo Sínodo ¿qué pasaba en nuestra Diócesis y en el país para que usted decidiera esto?

Siento que esta Iglesia durante muchos años está viviendo una división entre la fe y la vida, la gente dice creer, van a misa, rezan, pero la vida está distante.  Entonces veo urgente unir la fe con la vida, la vida con la fe, que haya coherencia.  De ahí nació una cosa muy buena: “la Iglesia en estado de Misión”, que ha sido la línea clave de la Iglesia todos estos años, una maravilla de Dios, y esta línea coincide ahora con las conclusiones de la Conferencia de Aparecida, lo cual es un beneficio inmenso para todos nosotros.

En estos años usted ha sido Capellán del Colegio Padre Hurtado de Molina. ¿Qué ha significado esta experiencia de acompañamiento a los jóvenes, que además integran familias campesinas?

Justamente eso, ver familias campesinas que van tratando de levantar a sus hijos con un esfuerzo enorme, heroico. Por sus hijos se sacrifican y trabajan; los chiquillos son tremendamente limpios, buenos, sanos, aunque tienen problemas como toda juventud los tiene. Es muy atrayente ver el mundo juvenil campesino, ahí trabajo con gusto, con cariño.  Escogí ese colegio y no otro, porque talvez era el colegio más abandonado de nuestra Diócesis, con chiquillos de condiciones económicas no muy altas, que necesitan compañía. Los colegios que tienen medios económicos siempre tienen capellanes, en los colegios más pobres cuesta encontrarlos.

Sigo la transformación de los jóvenes, los cambios de mentalidad, los cambios de valores.  Escucho el vocabulario de la juventud para entenderlo, y me puedo manejar relativamente bien en la lengua juvenil. Sigo la evolución de los pokemones y sé lo que significa la palabra “ponceo”.

¿Cómo ha ido viviendo este tiempo de fragilidad pero también de vida al servicio de la Iglesia?

Siempre ha habido fragilidad, pero he tratado de vivir en la forma más normal posible, haciendo algunas cosas, rezando, pensando mucho, tratando de escuchar más a la gente. Yo antes era muy apurón, muy rápido, los curas me llamaban Speedy González. Corría por todos lados haciendo cosas, pero eso es de una persona joven, después uno se va dando cuenta que es más útil, más provechoso, tiene más sentido un trabajo más profundo, escuchar más a la gente, darle tiempo.

¿Qué es lo más importante en la vida de una persona?

Hay dos cosas importantes: buscar el rostro de Dios siempre y ser como uno es sin disfrazarse.

¿Cómo se logra vivir con libertad interior y entregado a Dios?

La única respuesta es la del Evangelio que dice: “la verdad nos hará libres” en la persona de Jesús.  En el caso mío, me lleva a ser una persona mucho más libre, mucho más fácil, más comprensivo, entender a las personas como son, no ser impositivo, no ser legalista, no ser prepotente… Eso ayuda a no hablar mucho… Ahora estoy hablando mucho…

¿Qué cosas alegran su corazón?

¡Increíble!, pero lo que más me alegra es cuando doy el perdón de Dios en la confesión, encuentro tan hermoso eso de poder transmitir la fuerza del perdón, ¡extremadamente increíble!

¿Cuáles son sus sueños?

A estas alturas uno sueña que viene luego la vida eterna, es lo lógico, yo tengo 86 años y creo que con este ritmo no puedo durar mucho más, estoy sobregirado hace rato. Estoy en plena actividad, pero se que esto es transitorio, que estoy al término de mi tiempo, y me parece bien.  Sueño bastante con la casa definitiva y con una Iglesia renovada, una Iglesia más cerca del Evangelio, más centrada en Jesucristo, más cerca de los pobres, más parecida a la Iglesia del sueño de Jesús. Estamos viviendo una Iglesia con demasiadas estructuras, con demasiado equipaje, y creo que el cristiano tiene que ser mucho más viajero, más ágil, más dinámico.

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