Publicación: "FICCIÓN DE LA RAZÓN" - Universidad Católica del Maule
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Publicación: “FICCIÓN DE LA RAZÓN”

Publicación: “FICCIÓN DE LA RAZÓN”
5 Ene 2024

Mauro Salazar J., Doctorado en Comunicación. Universidad de la Frontera / Javier Agüero Águila. Departamento de filosofía. Universidad Católica del Maule.

(Publicado originalmente en Ficción de la Razón)

Exordio. En las últimas décadas del siglo XX, la modernidad como imago de mundo padeció un temblor inaferrable de la disyunción. A la crisis del programa filosófico-político, cabe subrayar la desarticulación de paradigmas y saberes autorizados. En tal clima se extendió la idea de que el proyecto originario había sido devastado por la emergencia de un régimen de pensamiento fragmentario que estimulaba la dispersión como agente plural en la comprensión del mundo. Un efecto que aún “craquelada” nuestras percepciones sobre la realidad; percepciones rotas en el sentido de una unicidad original y fundamentalmente alternante en tanto construcción de significaciones compartidas.

En resumen, el hegelianismo, la enciclopedia y la adhesión a la filosofía entendida como “sistema”, parecía dar paso a una reflexividad militante de la singularidad, la diferencia, los puntos de fuga, la desterritorialización, las máquinas deseantes, los cuerpos sin órganos, en fin; una modernidad que veía cómo sus principios vertebrales (sujeto, autonomía, libertad, sistema), se corrompían al ritmo del sensualismo de las nuevas categorías que se dejaban intuir en las postrimerías de un tiempo abisal.

Y siendo justos, esto operó; no como simple abreviatura posmoderna, sino como todo un entramado conceptual de nuevo cuño que, haciendo de Mayo del 68 la gran escisión, no dudó en sabotear la cartografía liminal y formateada de las disciplinas, abriéndose sin escrúpulos ni complejos a las más escandalosas heterotopías. De esta forma filosofía, literatura, psicoanálisis, artes visuales y escénicas y ciencias humanas en general, dejaron de ser refractarias las unas a la otras, sensibilizándose a sus mutuas interferencias y a la generación de un saber nómade, sin cardinalidad; un pensar “destinerrante” como escribía Jacques Derrida en el texto ¡Palabra! Instantáneas filosóficas (2201), es decir, uno que asume el destino y la errancia a la vez, sin fijaturas ni partituras exegéticas que subordinaran el flujo de un pensamiento que se va haciendo a sí mismo en la medida que acontece.

Sin embargo, esta fractura que implicó un giro “casi” definitivo en la forma de entender y practicar la generación de conocimientos, fue mal leída, pensamos, en algunos recodos regionales, alimentando la acumulación imaginaria de que todo estaba permitido; que el voltaje del pensamiento dependía de la vulgar usura de las categorías y los conceptos; entrando y saliendo, generando con este sistemático síncope un mercadeo del saber que se industrializó propulsando no un pensamiento, sino poderes-saberes institucionalizados que se confabularon para reverberar y hacer fulgurante la hibridación y espectacularización del “sin límite” (Debord, 1967).

Esta sería la escena de nuestra escritura.

Apostilla.

En la escena regional de los años 90’ aún era posible entender la práctica teórica como la resistencia a los procesos de cosificación o reificación de las formas letradas, sean estéticas, valorativas o conceptuales. Toda práctica teórica preserva la posibilidad de una irrupción del pensamiento, –decía Alberto Moreiras (2000)– cuando imputaba a Néstor García Canclini, en su éxtasis por establecer una contraposición armoniosa entre lo híbrido para entrar y salir de la modernidad mediante un culturalismo conciliador (imagen consensuadas de las transiciones) que consagraba una traducibilidad visual, tras el vaciamiento de la “negatividad antagónica” de las causas populares, a nombre del consumo de bienes simbólicos funcional al ciclo de postdictadura. La innovación de la “hibridación cultural” –bricoleur del mercado editorial– fue también la identificación acomodaticia de Culturas Híbridas (1990), consumando un modelo de traducibilidad que facilitaba el “supermercado cognitivo” que permitía transitar entre modernización y tradicionalismo, reubicar el clivaje centro-periferia e interactuar entre lo global y lo local, mediante fragmentos adaptativos de acumulación flexible (capital).

En la llamada “década perdida”, Collor de Mello, Alan García y Carlo Andrés Pérez, eran personajes aplomados que, bajo las políticas del ajuste fiscal, favorecían economías del conocimiento del FMI sus credenciales glonacales. En suma, fue el turno de saberes funcionales e híbridos que obraron como una partera de las transiciones higenizantes del neoliberalismo en la región. Los consumos culturales descritos en su célebre y meritorio libro –que ciertamente es parte de un problema mucho mayor– establecía el orden sensorial para la publicidad celebratoria del mundo glonacal. Las veloces intersecciones retratadas en Culturas Híbridas (1990), intentaban reagrupar los dominios híbridos (humanismos, ciencias, literaturas, lo alternativo), en una nueva distribución de modernidades y resistencias que, igualmente, quedaba expuesta a la inmanencia del capital (Random House, el mercado editorial o Tijuana). Aquí la producción de localidad sólo era concebida desde la formalización del capital. La reconciliación de lo diverso no debería ser igual a una negatividad constitutiva. Todo ello abjuraría de la negación y de la crítica. En nombre de las disyunciones radicales, Homi Bhabha se opuso radicalmente mediante aquello que llamó la “hibridez salvaje”.

A fines de los años 90’, estalló el frenesí por los estudios culturales mediante la globalización de la Universidad Metropolitana y sus tecnologías de distribución-reproducción del conocimiento, ficcionando una distancia contra la estandarización managerial del capitalismo académico. La oferta transcultural (glonacal) y la transdisciplinariedad se mostraban como el faro que multiplicaría las conexiones entre fragmentos –saberes sexys, léxicos, minorías sexuales y memorias sin la acritud de la dialéctica– para responder flexiblemente al requisito polisémico de los accesos y sus audiencias térmicas (infieles). Los estudios culturales –como consciencia hermenéutica del capital– favorecieron una complicidad de lenguajes entre la academia global y la soberanía de los mercados que devino en un eslabón de la nueva hegemonía cultural. Un momento donde el discurso universitario, en su demanda de multiplicidad y fragmentación, blindaron las máquinas resilientes –ideológicas– del capitalismo académico. Y lo sabemos, contra las enmohecidas travesías de Walter Mignolo, las epistemologías de los colonizados, los cultural studies tendrían en común esta “ilimitación” de los dispositivos abiertos”– (Willy Thayer, 1999).

En suma, la territorialización del pensar sería una invención obsoleta, que buscaba un nexo entre el sujeto, el lugar y la experiencia. Tal perspectiva, la diferencia colonial, remitía a una serie de subjetividades agrupadas en un lugar de enunciación, una experiencia común, capaz de desprenderse del legado occidental moderno y reivindicar un pensamiento “otro”.

La desarticulación, en su singular aproximación a la historicidad, resiste cualquier reterritorialización conceptual y delimitación hermenéutica del sentido en un diagrama hegemónico. En cambio, habitar desterritorializado, insta una pregunta ante un abismo donde ningún reino ni transición que se proponga como fundamento histórico o político es posible. (13). J. Martín Barbero y N. García Canclini, cuyos aportes son fundamentales, debieron abandonar la literatura como principal relato integrador de la construcción nacional para luego recurrir a instrumentos disciplinarios más afines a las intersecciones dispersas que hoy segmentan lo popular y lo masivo en los nuevos mapas de la cultura, la economía y las mediaciones tecnológicas.

Al dejar el campo de la literatura, la teoría cultural latinoamericana de los 80’, se activó sobre América Latina una sociología de indicadores y procesos massmediáticos, cuestión que confinó los Estudios Culturales a una definición antropológico-social de la cultura. Dice Georges Yúdice: “Lo que acá (en Estados Unidos) entendimos como estudios culturales se identifica mucho más con el análisis antropológico y sociológico” (1993, 10). Jhon Berverley (1993) sostenía que la fusión entre culturas populares y la cotidianeidad mediática abrió la masividad esperada por los departamentos de la academia americana.

En este sentido, los estudios culturales prefiguraban la adaptación al nuevo paisaje tecno-comunicativo centrado en lo antropológico-social y mediático-cultural. En suma, la circulación de las mercancías mediáticas consumó el diagnóstico foucaultiano entre saber y poder, abriendo el paso a una racionalidad gestional en transiciones celebratorias. De aquí en más, serán los campos informáticos, la impunidad de los simulacros y la espectacularización de la política. En suma, el reinado del imaginario tele-comunicacional.

Por fin, y no es una cuestión nueva, la conciliación de los opuestos en el caso chileno se extendió a una matriz de globalización, consumo y consenso. El relato modernizador se tornó faraónico y quedó retratado en aquella chilenidad compulsiva por los banquetes de la aldea global. Más allá de Culturas Hibridas (1990), los cultural studies pudieron gestionar académicamente, conocimientos fragmentados, tecnologías y programas diversificados, sin manifestar pudores, ni malestares de conciencia, ni reticencia a las exigencias adaptativas a la liberalización neoliberal.

En suma, certificamos un programa de refuncionalización de los productos de la universidad a las transferencias instrumentales del Estado, las ONG´s, las consultorías internacionales, los Think Tanks, la sociedad civil y las empresas privadas, que pavimentaron el nuevo amanecer de “intelectuales flotantes” (Jameson) que hoy pululan como “plusvalías cognitivas”.

“Las opiniones vertidas en la presente publicación son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

Imagen de Freepik

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