Opinión: “Ultra Solo / Ultra Alone”
Marina Fierro C., académica del Departamento de Lengua Castellana y Literatura de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Católica del Maule.
“Puras poesías por las noches te dedicaría” (APA 7) es uno de los extractos de una contagiosa canción juvenil que resuena en un ya lejano verano, a veces cuando cruzo el patio de la Universidad todavía la escucho, pero ya no tiene el mismo eco. Aquí, surge una idea que me hace pensar respecto del supuesto interés colectivo en la literatura y en la intensidad del coro: “Ultra solo”. Alone, Hernán Díaz Arrieta, fue un reconocido crítico literario del 1900 que con sus incisivas teclas dejó en lo más alto a los más excelsos escritores nacionales y con un retumbante golpe en el ego a quienes no consideró que tuvieran fineza literaria.
A los 20 en una clase de literatura escuché que el creador de la antipoesía fue Vallejo y no Parra, aunque el último se haya llevado el crédito (según fuertes declaraciones del profesor). Rememoro: “suelen ellos (los autores) despertar mayor interés que sus obras, aunque sean estas las que indiquen la pista…” decía Alone. En cierta ocasión, viajé desde Valparaíso a Las Cruces siguiendo la ruta de los poetas, cuando vi a Don Nicanor frente al volante de su auto, vi a un rockstar. Muy amable, preguntó mi nombre, quería responderle NN y jugar a la antipoesía, pero contesté: Marina Fierro. Luego, él agregó: ¿eres familia de Martín? Respondí: sí. Evidentemente, se refería al poema Martín Fierro, gaucho argentino. La conversación fue breve y precisa; no le recordé a Vallejo. Más allá de la A de anarquista que había en el rayado de la puerta de su casa, presencié al hombre añoso en su escarabajo. Una lucidez impresionante que dio vuelta la poesía de fin de siglo.
Esta literaria anécdota me lleva a preguntarme acerca de la “funcionalidad” de la lectura: leemos por trabajo, estudios, trámites, chismes. Sin embargo, entre tantas posibilidades existe una que se expande a leer por el placer de encontrarse en soledad y comprender que, hurgando en el celular, tal vez, no hallemos nuestra esencia. En una sociedad cada vez más enferma- qué buen título es Capitalismo y Esquizofrenia-es probable que en un buen libro encuentre más verdad del mundo que en la supuesta realidad. Vargas Llosa aporta aquí con agudos ensayos: La verdad de las mentiras. Recordé a un NN que un día comentó: “sería interesante estudiar la literaturidad de Facebook y ver cómo la gente inventa su vida”. Ahora, en Tik Tok e Instagram el invento social se hizo más efímero o el significado de la vida más breve.
Alone sabía que el pacto de lectura se vivía en soledad, en un país que destacaba con dos exponentes de las letras, los siempre evocados, Mistral y Neruda, ambos profesores, ambos de clase trabajadora, ambos de región. En un país ubicado en el recodo del mundo, siempre a medio desarrollo, germina la literatura. Todo ello, en el encuadre fotográfico de una potente educación pública que contrasta con la actualidad, en donde vemos liceos emblemáticos o liceos con número, como les llaman, que mueren lentamente en una especie de sopor cómplice entre los políticos de turno, quienes usufructúan de mentes jóvenes y maleables.
Me solicitaron esta columna de opinión para sugerir libros o autores, claro, aquí expongo los que me gustan y recuerdo a una colega que me dijo sonriendo: córtala con los rusos. El año pasado en una Universidad se estaba prohibiendo leer a Dostoyevski, y ahora a Orwell. En la cultura de la cancelación habría que prohibir a muchos. Tuve una discusión con una buena amiga francesa sobre esto cuando me dio a entender que Roald Dahl era censurable, y le pregunté: ¿qué tal Foucault, Beauvoir, Sartre? Todos ellos destacan por sus destellantes ideas, pero ninguno por sus complejas biografías.
Roberto Bolaño (voy a medio camino con 2666), Benjamín Labatut, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, José Donoso, James Joyce, Gladys Thein (Poemas), Carmen Berenguer, Elvira Hernández, Virginia Woolf, Mircea Cărtărescu, María Luisa Bombal, Víctor Hugo, Gertrude Stein, Gabriel García Márquez, Rubén Darío, León Tolstói, Jaime Huenún, David Aniñir, Roxana Miranda Rupailaf, Teófilo Cid, Efraín Barquero, Raúl Zurita, Pedro Lemebel, Juan Rulfo, Clarice Lispector, Mario Benedetti, Ángeles Mastretta, Milan Kundera, César Vallejo, Carlos Pezoa Véliz, Teresa Wilms Montt, Mercedes Marín del Solar, José Saramago, Oscar Wilde, Marcel Proust, Pedro Prado, Nikolái Gógol, Aleksandr Pushkin, Mary Shelley, William Blake, Lord Byron, Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, C.S Lewis, Goethe, Rainer Maria Rilke, Homero, Dante Alighieri y tantos más. Combino locales y foráneos, géneros y temas, más conocidos, menos conocidos. No le hago un juicio justo a todos los grandes escritores de todos los tiempos, pero los pasos de unos les guiarán a los otros.
Aquí no está la lista de los Best Seller, porque no necesariamente son literatura. Harold Bloom en Elegía al canon esgrime: la literatura no sirve a la lucha de clases, ni a la justicia social. Lo considero honesto y comulgo con él respecto de reconocer una obra por su entraña. Probablemente, Bloom habría sido muy buen amigo de Alone, ambos medio queridos, ambos medio odiados. Y no es que quiera desconocer a Marx, quien legó uno de los escritos más potentes de los últimos siglos (sin olvidar a Platón y Maquiavelo), pero aquel hombre burgués hizo lo suyo para instalar una de las tantas formas de ver el mundo, mas su intención no era hacer literatura, sino servir a una efervescente lucha política.
En tiempos convulsos en los que a algunos les conviene no cuestionar los discursos, no se debe leer por obligación, sino por libertad. En tiempos en los que parece normal que muera una persona por el motivo que sea, recuerdo a los literatos populares: “qué no le vendan la pescá”. Una vida no vale más, ni menos que otra; deberíamos estar de acuerdo. ¿Puede ser que allí esté la pujante lucha de clases? Tengo la pregunta, pero no la respuesta.
En su discurso de inauguración de la biblioteca pública de Fuente Vaqueros, Federico García Lorca expresó: “¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fiódor Dostoyevski, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida”.
Finalmente, la literatura no acepta censura y en ella reside la libertad: larga vida a Alone…
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.