Opinión: "Te recuerdo Víctor" - Universidad Católica del Maule
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Opinión: “Te recuerdo Víctor”

Opinión: “Te recuerdo Víctor”
13 Sep 2023

Javier Agüero Águila, académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

(Publicado originalmente en Cine y Literatura)

Camino en dirección a Villa Grimaldi y voy cantando en silencio “Te recuerdo Amanda”; así, automáticamente, inconscientemente, sin sentir nada ni emocionarme al hacerlo; solo canto, solo recuerdo la canción sin reparar ni detenerme en la extraordinaria simpleza y belleza de su letra. Bajo mis pies la calle no estaba mojada como sí lo estaba la de Amanda. Tampoco caminaba a ninguna fábrica ni, como Manuel, quedé destrozado en 5 minutos. Solo cantaba en silencio, solo caminaba a la Villa. Como si caminar, cantar y recordar, así, sin conciencia, fueran un solo acto, un solo gesto en el cual se abrevian infinitas sensaciones que pasan sin darnos cuenta, sin percibir, sin re-parar, sin archivarse; únicamente abiertos a la indeterminación de un momento tan etéreo como intenso, tan vaporoso como estremecedor –“frágil como un volantín”–. Caminar hacia Villa Grimaldi con una canción de Víctor Jara deambulando en la mente y en el corazón que, hasta ahí, había pulsado sin razones y únicamente desplazándose sin cardinalidad hacia una zona que estaba por descubrir (“el corazón tiene razones que la razón no entiende, escribía Pascal”).

De pronto, ahora sí, empecé a caer en cuenta y empezaron las preguntas que aparecen como un clamor, como un estremecimiento que hizo que un río de hielo me recorriera la espalda y que la piel, igual, temblara –sí, la piel tiembla–. Entonces “aprieto firme mi mano” y me pregunto: ¿por qué canto Te recuerdo Amanda mientras camino hacia Villa Grimaldi? ¿qué puede haber de común entre esta canción y el que fue uno de los más crueles, brutales y salvajes campos de exterminio de la dictadura? ¿por qué Víctor en mi cabeza y en mi corazón justo, ahí, en ese momento, en ese caminar por Peñalolén?

La respuesta no era tan difícil, las explicaciones no fueron tan esquivas. Entre Víctor y Villa Grimaldi hay un lazo de horror que los une, un tenebroso y escabroso vínculo que nos enrostra y, nuevamente, debiera hacernos temblar de cara a la barbarie que hoy, a 50 años, un grupo de negacionistas recalcitrantes se resisten a reconocer y que, seguro, “son gringos o dueños de este país”. Todo mientras caminaba; todo durante un breve trayecto de no más de 500 metros; a plena luz del día, pero con el nocturno de Chile en el diafragma y el puntazo de la historia en el costado.

Y recordé, también, Víctor, que el 12 de septiembre te sacaron de la Universidad Técnica del Estado mientras te resistías junto a tus compañeros y compañeras; pensé (te recuerdo Víctor) que te torturaron y te golpearon, que te rompieron las costillas a punta de bototos milicos y que tus manos de campesino, de orfebre de un tiempo y del enorme artista que fuiste, te las hicieron pedazos a culatazos (imagino cuánto hubieras querido recogerte y protegerte en los brazos de Amanda en la Quiriquina en ese momento. Imagino todo lo que recordabas a Amanda en el más frío y terrible de tus alientos). Testigos dicen que tus torturadores se reían y te decían “toca la guitarra ahora po’ comunista de mierda”. Al final te pusieron 40 balazos y moriste en el Estadio Chile que hoy, en un mínimo impulso de justicia, lleva tu nombre.

No puedo dejar de resentir, de que todo queme, al pensar que cuando escribiste que Manuel, tu padre, quedó destrozado en 5 minutos, te referías a ti mismo y al instante de tu muerte; no puedo resistir la idea de que Te recuerdo Amanda fue tu hermoso e inevitable epitafio.

Y cuando me acercaba a Villa Grimaldi entendí que las manos que te hicieron pedazos –tus manos de niño de campo que “hundió el arado en la tierra” en el fundo de los patrones– no fue un simple gusto sádico de tus verdugos; no solo se trataba de que las bestias saciarán su hambre y sed de sangre al verte invertebrado y quebrado. Tus manos eran el símbolo de “un canto libre”, la expresión más luminosa y lúcida de un pueblo que, por mil días, había petrificado a la oligarquía típica y a los poderes tradicionales. Tus manos no eran otra cosa que una revolución; rebeldía, resistencia, verdad, en fin, belleza… todo lo que resulta subversivo, peligroso y detonante de conciencia contra ese que “domina en la miseria”.

No lo sé, pero lo sé; sé que con la muerte en los ojos miraste a tus asesinos de frente. No lo sé, pero lo sé; sé que de cara a los lobos babeantes que te reventaron, fuiste el más valiente de los hombres, en ese momento, así como lo fueron muchas y muchos que pasaron por la orgía tanática de la furia criminal. Todas y todos fueron las mujeres y hombres más valientes del mundo.

Y esos tristes milicos que se sentían pletóricos de poder porque te rompían los huesos, no eran sino los esbirros de una oligarquía que, amparada en la tropa, recuperó la historia a culatazos, a balazos, a punta de parrilla. In-dignante militar que solo restituía el poder para otros mientras él se sentía Dios.

En eso llegué a Villa Grimaldi, ya habían pasado los 500 metros donde todo esto se desbordaba de tristeza. “Voy a hacerme un cigarrito –me dije–, acaso tengo tabaco”.

Te recuerdo Víctor.

 

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

 

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