Opinión: "EL PROBLEMA NO ES QUE MIENTAS. EL PROBLEMA ES QUE TE CREO" - Universidad Católica del Maule
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Opinión: “EL PROBLEMA NO ES QUE MIENTAS. EL PROBLEMA ES QUE TE CREO”

Opinión: “EL PROBLEMA NO ES QUE MIENTAS. EL PROBLEMA ES QUE TE CREO”
2 Sep 2022


Alejandro Bravo, estudiante del Magíster en Ciencias Religiosas y Filosóficas  de la Universidad Católica del Maule.

Durante los últimos años hemos sido testigos de un incremento sorprendente de noticias falsas. Hay quienes prefieren llamarlas derechamente “mentiras”. Los expertos en medios de comunicación han delimitado el terreno, clasificando las noticias cuyo valor veritativo es cuestionado. Así, algunos listados distinguen las de contenido inventado (completamente falsas), las que omiten información sustancial (falsas por manipulación o sesgadas), las que son emitidas con datos imprecisos (contenido engañoso), entre otras. Sin embargo, para librarnos de las fake news no basta con disponer de un sistema de categorización; siempre existe la posibilidad de que la información que nos llega presente alguna de aquellas características, incluso sin la intención deliberada de hacerlo. Pero el problema no es que los medios mientan, el problema es que les creemos.

La credulidad hacia los medios no es gratuita ni tampoco simple ingenuidad. Imaginemos una realidad en la que los medios de comunicación no existieran. ¿Cómo sería nuestra comprensión del mundo si así fuera? Imaginemos que nunca fue inventada la imprenta, la radio, el teléfono, la televisión, internet ni las redes sociales. ¿Qué sabríamos de nuestro entorno sin ellos (los medios)? Niklas Luhmann en La realidad de los medios de masas expone que lo que sabemos de la sociedad, del mundo, de la historia y de la naturaleza es gracias a los medios de comunicación. Si pensamos respecto a cuánto del mundo conocemos por cuenta propia, la respuesta es: muy poco.

En un día común y corriente, las personas nos movemos en un radio no superior a 10 kilómetros, poco más o poco menos, dependiendo de la ciudad en la que vivimos. Nos trasladamos de casa al trabajo, a la escuela, a la universidad o a donde sea, y luego volvemos a casa. De este modo, lo que podemos conocer del mundo, en nuestra cotidianidad, está restringido al desplazamiento. Es cierto que si viajamos, ya sea por trabajo o para vacacionar, podemos aumentar bastante el rango de extensión en kilómetros. Pero si el viaje es momentáneo, aunque vayamos a otra ciudad o país, solemos recorrer los lugares nada más que de pasada. Por lo tanto, si los medios de comunicación no existieran, nuestro conocimiento del mundo se reduciría en demasía. Estaría limitado únicamente a las experiencias vividas de manera personal y a las transmitidas por quienes nos rodean.

Para ejemplificar, pensemos en la guerra entre Rusia y Ucrania. ¿Cómo sabríamos de aquel conflicto bélico si no existieran los medios de comunicación? Probablemente, los únicos en enterarse serían los presidentes y las fuerzas armadas de cada país, el resto de la ciudadanía no. En tal contrafáctico, supongo que primero notaríamos un alza pronunciada en los precios de los combustibles, más de la usual. Posterior a ello, vendría un aumento del costo de otros alimentos, también más que el usual. Luego, quizás, comenzaríamos a elucubrar sobre las causas de la subida de precios –pensemos que en una realidad sin medios de comunicación las respuestas a las variaciones económicas serían casi siempre especulativas–. Y si los presidentes y las fuerzas armadas guardaran silencio, pasarían semanas, quizás meses, sin que tuviésemos la más mínima noción de lo que ocurre u ocurrió en la zona de la Europa del Este. Tendríamos que esperar que la noticia llegase a nosotros por “el boca a boca”, y de ser así, casi de seguro llegaría convertida en un relato mítico. Esta lógica se puede aplicar a muchas otras situaciones, con resultados similares.

En efecto, el valor de los medios de comunicación para la comprensión del mundo es innegable. Y en consecuencia, creemos en ellos porque nos permiten conocer hechos y acontecimientos del mundo, de los que no podríamos tener conocimiento por nosotros mismos. Sin embargo, la credulidad se tensiona debido a las noticias falsas. No obstante, a pesar de tener conciencia de esto –de la existencia de noticias falsas–, en algunas personas la credibilidad en los medios permanece.

En 1960, Peter Wason acuñó el término “sesgo de confirmación” para dar cuenta de una falla de razonamiento en la que se favorece la información que confirma las creencias propias y se menosprecia la información que las contradice. Dicho en simple, nos inclinamos por validar la información que se ajusta con lo que creemos. Otra falla de razonamiento que funciona a la par con el sesgo de confirmación es la “perseveración de las creencias”, nombre dado por Lee Ross en los años 70 a un error de razonamiento en el que se mantiene una creencia a pesar de recibir argumentos válidos contrarios a ella. Es decir, nos aferramos a nuestras creencias aceptando la información que es coherente con lo que ya creemos; y nos negamos a creer en aquella que nos hace poner en cuestionamiento las creencias previas, aun cuando dicha información sea concluyente.

Los sesgos cognitivos mencionados podrían ser entendidos como una forma atenuada de lo que Freud llamó “mecanismos de defensa”. Según Freud, nuestro mundo intramental es fundamentalmente inconsciente, lo que significa que la mayor parte de lo que somos como individuos no es conocido por nosotros mismos, es ajeno. Cuando las personas nos enfrentamos a una situación demasiado dolorosa, el inconsciente, que además funciona en automático, activa mecanismos de defensa que deforman la realidad para mantener a nuestra parte consciente protegida. Esto es lo que ocurre cuando alguien “olvida” una experiencia traumática. El olvido sería ocasionado por nuestro inconsciente, que reprime los recuerdos dañinos.

En gran medida lo anterior se relaciona con la conservación de la identidad. Creemos en la información que valida nuestras creencias porque esas creencias son las que sustentan el relato de quienes somos. A su vez, negamos la información que pone en riesgo la solidez de la trama de nuestra mismidad. Nadie quiere enterarse, de un momento a otro, que la historia que se ha contado a sí mismo(a) durante toda su vida, o que le han contado los demás, no es realmente cierta, sobre todo si esa historia le da sentido a su existencia. Quienes hayan visto la película alemana Die Welle quizás recordarán la escena en la que Tim decide terminar con su vida luego de escuchar que el proyecto de clase “la Ola” sería concluido. En ocasiones preferimos creer en una gran mentira en lugar de tener que aceptar una dura verdad.

A todo lo dicho vale la pena añadir un comportamiento, cada vez más común, que implica un desinterés por conocer la verdad (indiferencia epistémica) y que algunos emparentan con la posverdad: me refiero a las “sandeces”. Harry Frankfurt usa la expresión anglófona “bullshit” (traducidas al español como “sandeces”) para definir un tipo de falsedad que es más alarmante que la mentira. Con la mentira se pretende ocultar la verdad, es decir, ser una alternativa inventada sin asidero en lo real, pero teniendo a la verdad como centro gravitacional. En las sandeces, en cambio, no existe tal restricción. Las sandeces no se proponen como alternativa a la verdad porque no hay compromiso con ella. A quienes opinan sandeces no les importa si lo que dicen es cierto o errado, únicamente les interesa atraer la atención de sus interlocutores, a cualquier costo.

En una época donde las noticias fluyen por todos lados y adquieren tonalidades indefinidas, mantener un sistema de creencias armónico y consistente resulta un trabajo en extremo fatigoso. El problema no es que los medios mientan. Tal vez tampoco sea que les creamos. Yo me atrevo a decir, con profunda desazón, que el problema es que da lo mismo si las noticias son verdaderas o falsas, lo que importa es que respalden nuestras ficciones, sean estas verdades o mentiras.

 

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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