Opinión: "Política, proselitismo y adoctrinamiento" - Universidad Católica del Maule
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Opinión: “Política, proselitismo y adoctrinamiento”

Opinión: “Política, proselitismo y adoctrinamiento”
13 Dic 2021

Javier Agüero Águila, académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

A propósito de la columna de un colega que hace pocos días propuso pensar las categorías de “proselitismo” y “adoctrinamiento”, me animo con un par de párrafos que, justamente, no persiguen ni hacer proselitismo ni adoctrinar a nadie, sino todo lo contrario: pensar brevemente la diferencia entre estas nociones y la política misma, entendida ésta última en el sentido más extensivo de la palabra.

Decir, en primer lugar, que el colega tiene todo el derecho a manifestar su opinión pública respecto de la contingencia y que su mirada, sin duda, merece el respeto de quienes creemos en la democracia como un espacio de ensanchamiento y apertura a lo divergente.

Apuntado lo anterior, se cree que confundir proselitismo y adoctrinamiento con el ejercicio y despliegue de una postura, planteamiento o argumento político es algo, cuando menos, complejo. De ser así no habría habido en la historia cambio social alguno y todo se abreviaría en el afán de mover al otro/a hacia mis propias convicciones en una suerte de gambeta discursiva muñequera y puramente instrumental. Si confundimos al proselitismo y al adoctrinamiento con lo propiamente político, movimientos como mayo del 68, la lucha contra el Apartheid en Sudáfrica, por los movimientos civiles en EEUU o la misma batalla contra la Dictadura en Chile, caerían bajo esas categorías que pertenecen más al ámbito de los operadores/as políticos/as que a lo político propiamente tal.

Por lo demás, se piensa, este tipo de ideas tienden a desnaturalizar la política en su más clásica definición aristotélica, pues la coloca en el terreno de la esfera privada, donde cualquier manifestación personal respecto de una cierta postura sería considerada proselitismo o adoctrinamiento, lo que significaría que cada uno/a debería mantener una idea solamente en su fuero interno sin emitir juicio u opinión alguna y desactivando, entonces, cualquier forma de lo común.

En este sentido, la política es el arte no solo del acuerdo sino del Desacuerdo, como lo señala Jacques Rancière en su libro homónimo, en donde plantea, brevemente, que arrancar del acuerdo es el camino errado para densificar el tejido social; es el desacuerdo quien permite que la red se intensifique; éste es el ecosistema para que las diferencias se expresen, deliberen, se contrapongan, sin por esto tener que ver en la posición del otro una dimensión proselitista y doctrinaria.

En la misma línea y Como lo sostiene Chantal Mouffe y Ernesto Laclau (Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una Radicalización de la Democracia, 1985) hay que hacer la diferencia entre “la” política y “lo” político. Lo política sería aquello que se ejerce desde las instituciones propias del Estado y que, por lo general, se distancian de la sociedad civil. “Lo” político, en cambio, es el espacio que corre por fuera de los márgenes institucionales y que se enfrenta, precisamente, a la institucionalidad presionándola hasta que, por efectos de esa misma fuerza social, se ven obligadas a transformarse y a emanciparse de sí mismas. El mejor ejemplo: el 18 de octubre del 2019 chileno. (Me pregunto si acaso fue una explosión proselitista y doctrinaria o, más bien, un reventón social y cultural, justo, inevitable, con consecuencias políticas de calibre grueso y que hoy nos tienen en una Convención Constituyente pensando y redactando una nueva Constitución –la que no está ajena a todos los riesgos posibles–).

Pienso además en el rol de la Universidad, en genérico. Como sabemos las universidades han sido uno de los espacios más fértiles para llevar adelante procesos de transformación y cambios, por lo menos a lo largo de la historia moderna y sobre todo en el siglo XX y lo que va del XXI. Solo por recordar un par de hitos importantes en Chile: la gran reforma universitaria liderada por jóvenes de la Universidad Católica en 1969 en donde dejan a la intemperie, con su famoso lienzo “El Mercurio miente”, la evidente manipulación mediática de la realidad que redactaba, cotidianamente, este diario que, como sabemos, devino en un medio derechamente golpista. O bien el movimiento del 2011 donde se logró poner condiciones a un modelo educativo que más que un modelo era un negociado entre privados y sostenedores de la peor calaña, tensionó el lucro y el copago al tiempo que coreó, por primera vez, la necesidad de una nueva Constitución y una sociedad re-vinculada. Todo esto no surge de los pastos de Gomez Millas, del Pedagógico o de movimientos ultra-radicalizados, sino de jóvenes conscientes y politizados que, a lo largo de todo Chile y desde las más diversas instituciones universitarias, impulsaron el clamor de un cambio. Nuevamente: ¿fue esto proselitismo y adoctrinamiento? En ningún caso. Esto fue política, acción colectiva, organización colaborativa y atenta frente a la urgencia de una transformación y una sociedad hastiada de los abusos. No me referiré a los pingüinos –siempre los secundarios son los gatillantes– pero conocemos bien esta historia que es parte de la misma historia.

Por último, creo que es sano, necesario y pertinente plantearse la pregunta de si hacer “política” dentro de nuestra universidad, la UCM, es proselitismo y adoctrinamiento. Frente a la bifurcación histórica que se traduce, en la actualidad, en dos propuestas de sociedad completamente diferentes, tomar partido por uno o por otro, en mi caso por Gabriel Boric, no es un asunto que pueda rotularse bajo las nociones que aquí polemizamos ¿Deberíamos tener miedo de dar cuenta de nuestras posiciones? Si una Universidad no lee su época, si se auto-resguarda en el, justamente, adoctrinamiento del hermetismo sin voz, sin opinión, pues me parece que no estamos hablando de una Universidad sino de una pura máquina de distribución de saberes. No podemos, a mi juicio, hablar de Universidad si desde ella no se cuestiona un tiempo y no se toman posturas que, aunque puedan ser antagónicas, ecologizan nuestro ambiente universitario, lo hacen profundamente más saludable y democrático. La democracia es lo que, al final del día, sostiene toda esta discusión.

Cuando la política se evapora entones germina la violencia y, tal como lo señalaba Mouffe y Laclau, “Una sociedad sin antagonismos es imposible”.

No me considero ni tan banal y superficial como para ser proselitista, ni tan poderoso o contundente como para generar una doctrina.

Simplemente soy un zoon politikon.

 

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

 

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