Opinión: "No obstante, el capitalismo" - Universidad Católica del Maule
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Opinión: “No obstante, el capitalismo”

Opinión: “No obstante, el capitalismo”
11 Mar 2024

Javier Agüero Águila, Doctor en Filosofía y académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

(publicado originalmente en La Voz de los que Sobran)

Existen tiempos pobres para la teoría. Momentos vacíos que inhabilitan el acercamiento a una posible comprensión de una comunidad, su sociología, su tránsito. Entonces aquellas categorías probables que intensificarían el flujo de una suerte de “saber” se vuelven, sino difusas, inexistentes; justamente poco probables, articulando una temporalidad de suyo alternante, inefable, desprovista de concepto.

Estos períodos de vacuidad en los que no se perciben fundamentos desde donde arrancar un análisis, responden, se cree, a un tipo de sociedad mutante, no monstruosa. El monstruo es lo que no conocíamos, la novedad radical que desconoce regularidades y que simplemente acontece sin ser anunciada. Lo mutante, en cambio, es un proceso (mutación), la degeneración de lo que había, una nueva especie de la especie, un contrasentido con características del sentido anterior que, empero, nos revela sin lenguaje e impávidos de cara a la recomposición de “lo normal”.

¿Cómo decir nuestro hoy en esta cardinalidad mutante y desarraigada de toda idea? ¿cómo capturar un sentido que impulse el pensamiento si todo indica que no hay estructura, médula, densidad? Al final ¿de qué manera arroparse de palabras si la realidad misma no se deja decir y se atrinchera en la insondable fosa de lo indescriptible?

Pareciera que hasta aquí se hablara del típico síntoma posmoderno y de la era del vacío, de la tan abusada noción de “lo líquido” que ya es parte del léxico y folclore pseudointelectual que ha colonizado los sentidos comunes. Esto es diferente. Porque la posmodernidad, si hay algo así, se dejaría nombrar y tendría una suerte de régimen, una imagen, un relato; uno disgregado, sin núcleo aparente, pero relato al fin. Se han definido escuelas, corrientes artísticas, filosofías completas y prácticas de lo cotidiano que se “adecuarían” al estatuto posmoderno y, por más inestable que puede percibirse, habría una estructura y su fórmula se compone de vasos comunicantes.

Sin embargo, las sociedades contemporáneas, hiper-virtualizadas, seducidas al máximo por el flujo de lo instantáneo y sensualizadas como nunca antes por la vorágine de lo irreal, no reconocen vertebración y no se formalizan en una u otra ecuación devenida de la pura constatación del sinsentido (lo que ya es un sentido). En esta línea es que de plano ingresamos al perímetro de la imposibilidad de lo decible, de al menos insinuar un lenguaje sobre de qué va nuestro tiempo, y el sufijo “pos” ya no sirve para tranquilizar la angustia de un momento sin caligrafía a la vista. De esta forma no podríamos hablar del desborde de una sociedad porque, en definitiva, no hay bordes, y en la multiplicidad infinita de sentidos alternantes que aparecen y reaparecen se desactiva toda posibilidad de descripción.

Esto sería la comunidad indescriptible, una que se revela a toda adecuación en el lenguaje.

Ahora, y a pesar de todo lo que se ha dicho y de la radicalidad de un tiempo innominable, hay algo incombustible, inmutable, un solo río que recorre cualquier tiempo por vaporoso o inasible que sea. Nos referimos al escenario, al telón de fondo, a la ópera magna, extensiva, permanente y dominante al interior de la cual todos los actos mutantes parecen abdicar de su sinsentido y alimentar al demiurgo, a la primera letra, al aleph: el capitalismo.

Porque por más que una época no se deje describir, aunque la estética mutante supure ansiedad y ausencia de nombre y de la anárquica indecidibilidad de un momento, el capitalismo sigue ahí, siempre estuvo ahí, nunca renunció a ser el principio y el fin de toda epistemología posible. Hay delirio, confusión, el tiempo de lo incategorizable, sí, pero todo dentro de lo que el capitalismo permite, y si bien nuestras críticas hacia él se renueven, se vuelvan periódicamente más ácidas y podamos descubrir una que otra variante en la inopia de su funcionamiento, nada hará que se frene su pulsión configuradora de todos los sentidos habidos y por haber.

Podemos llamar a una era hasta pos-pos-moderna, en la cual no se vislumbre ningún concepto para disipar la niebla de la existencia, de la cultura, de lo político, más la espiral incesante de la reproducción del capital siempre encontrará su punto de estabilización. Nada le es ajeno y su imantación invisible nos adecúa y sistematiza a la urgencia de sus necesidades.

Puede parecer extraño, pero sí, el capitalismo necesita, es carente –nos necesita–. La diferencia que le es propia, lo que lo hace excepcional en la historia respecto de cualquier otro sistema con pretensiones universales, es que sabe precisar su falta y de la misma manera filtrar sus amenazas. Aquí radicaría su prevalecer, es decir en su capacidad extraordinaria para metabolizar sus necesidades en dynamis, en energía, en potencia.

Todo lo que ha devenido mutante e indescriptible, aquello que implica nuestro naufragio en el mundo contemporáneo haciéndonos cómplices, voluntarios o no, de no buscar respuestas al sin sentido del sinsentido y, por lo mismo, sujetos volcados hacía sí que no habitan más que en el transcurso de un individualismo trágico, es la fachada informe que esconde el canon del capital, la única verdad que sigue acechando y reuniendo el pasado, el presente y el futuro en una temporalidad bizarra pero útil, subordinada a su eje de rotación y gestionada desde el centro de operaciones de una incansable reproducción.

Creo que sin la constatación de este significante primordial no se podrá articular, por ingenua que parezca, una contrapalabra al capitalismo propiamente tal. Los genocidios están a la orden, las guerras porvenir se mimetizan con lo posible, las derechas fascistas arrasan, las izquierdas inútiles no tienen horizonte, la ausencia de proyecto político es de facto, el retiro de la ideología es el precepto y seguimos embelesados con la guaripola del tiempo mutante porque es lo que toca.

Todo mientras el capitalismo monitorea el no obstante, intensifica el pero y reifica el sin embargo haciendo, en un alquímico movimiento y con una casi esotérica potencia, de su palabra siempre la última.

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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