Opinión: “Los Independientes”
Javier Agüero Águila, académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.
La figura de “los independientes” ha generado un debate a nivel nacional que es sano poner en tabla y que nos deriva a consideraciones fundamentales que es necesario tener en cuenta toda vez que pensamos en la legitimidad del proceso constituyente.
En primer lugar, es importante que la participación de los independientes se dé en condiciones igualitarias respecto de los partidos políticos tradicionales para promover un proceso dotado de mayor validez, en esto estamos claros. Sin embargo, el rótulo de “independiente” no asegura, bajo ningún punto de vista, la no adherencia a perspectivas ideológicas específicas. En la misma línea, los independientes no vienen a construir su ideario ideológico al compás del proceso constituyente, por el contrario, ellos arrastran intereses sectoriales desde antes, defienden un tipo de posiciones y no otras, y son en sí mismos el resultado de una historia construida al calor de su participación en la política activa y en ningún caso son el inmaculado resultado del estallido social.
Este es uno de los problemas más severos que los independientes enfrentan: el hecho de declararse independientes genera suspicacias, válidas, por cierto. De un momento a esta parte pareciera que ser independiente se transformó en una prueba de blancura, en una frenética decisión que respondería a las exigencias únicamente populares; como si los “independientes”, por el solo hecho de serlo, abreviaran con su desafección el más puro sentir del pueblo. Aparece claramente en este fenómeno una urgencia modal. Todo esto genera la sensación de un cierto oportunismo que apunta a la obtención de escaños en la asamblea constituyente. ¿Por qué ahora? ¿por qué no haber optado por la independencia antes el estallido social y del proceso constituyente? ¿acaso en Chile antes del estallido los partidos no eran vistos como maquinarias autónomas, corruptas y alejadas de las demandas ciudadanas?
Lo anterior no implica que ser independiente sea una postura esencialmente inválida, nada más alejado de esto, el punto es que no tiene sentido y legitimidad por el solo hecho declarase como tal. Al independiente, así como a cualquiera que pretenda ocupar un lugar de representación en el proceso, se le debe exigir un mínimo de ideas contundentes que expliquen el porqué están afectados por la necesidad de ser parte de la ruta constituyente. Esto debe ser transparentado en el escenario propiamente político y público, destacado y puesto en la escena del debate nacional al interior del cual sus ideas sean verificables, solo entonces los independientes lograrán construir valides y desactivar las sospechas que, en torno a ellos, se han instalado.
Asumamos, por otra parte, que casi el 90% de la población no milita en partidos políticos, ¿representan entonces los independientes a este inmenso porcentaje? No, los independientes forman parte de la política tradicional y responden a la historia, dinámica y lógicas de los partidos. Lo propiamente popular debiera manifestarse en cabildos, movimientos de base, diferentes formas de organización, ciudadana, en fin, los que deben tener, ciertamente, cabida en la asamblea. Esto implica ser independiente respecto de los independientes y de los partidos, puesto que el 10% que sí milita y cuyos representes son los políticos devenidos de la casta clásica que ha acaparado el poder en los último 40 años difícilmente serán representativos de las demandas de un pueblo mayoritario que, por primera vez en la historia de este país, ha vuelto a creer en que puede ser constructor de su propio destino.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.