Opinión: “Llamados a servir. Entre lo transcendental y efímero”
Pedro Severino González, Universidad Católica del Maule – Álex Medina Giacomozzi, Universidad del Bío-Bío.
Esta columna de opinión esta dedicada a la memoria de Dr. José Manuel Yampufé y Dra. Luz Inmaculada Madera.
Es conocido que las experiencias influyen significativamente en el comportamiento de los seres vivos y en cada una de sus decisiones y, por ende, los aspectos y consideraciones que analizamos para la elección de una alternativa sobre la otras. Dichas preferencias son producto del capital social y cultural, el cual crece, se desarrolla o merma producto de las interacciones que se despliegan en el tejido social. El mencionado tejido social está compuesto en su base por la familia como también por organizaciones y personas que influyen en nuestras acciones cotidianas, las cuales pueden ser virtuosas o nocivas para el individuo y por extensión a la sociedad en su conjunto. En este contexto ¿Todos tenemos los mismos accesos y posibilidades? ¿las carencias y limitaciones podrían conducir al despliegue de comportamientos insensatos? ¿poseemos una sensibilidad social que nos permita discriminar de lo correcto e incorrecto? Sin lugar a dudas, las personas que poseen en sus nobles manos la más alta responsabilidad de formar hijos, sobrinos, nietos y seres queridos son uno de los impulsores del reconocimiento de nuestras responsabilidades y las respectivas corresponsabilidades. Pero, ¿qué sucede cuando las generaciones –abuelo, hijo, nieto- no han logrado salir de las sombras de las limitaciones, precariedades y carencias? ¿Son responsables de sus comportamientos cuando no han conocido otras realidades?, o ¿somos nosotros los responsables de correr el velo, la piedra y las barreras que impiden conocer las bondades del ser humano, el cual es un ser amoroso, empático y solidario?
Lo antes señalado, debería conducir al cuestionamiento de permanecer siempre en nuestra zona de confort que, construimos y reconfiguramos, en búsqueda de un alivio que nos limita, adormece e incluso nos impide asumir plenamente nuestras responsabilidades; de esta forma, de manera directa e indirecta endosamos en otros el deber de educar en virtudes. En cada humano, se encuentra una persona amorosa, que desea ser feliz, que sueña expresar su cariño y, compartir sus bonanzas. Dichos anhelos emergen de la emotividad que nos llama a la unidad, empatía y solidaridad. En contraste, las persona que están en las penumbras y en las sombras de un bosque lleno de carencias, en donde se visualiza la violencia, ansiedad, hambruna, tristemente arraigada en una sociedad tan dañada que gime por las inequidades e injusticias sociales. Ahora, ¿a cuántas personas has rescatado? ¿A cuántas personas has invitado a tu valle lleno de esperanzas, oportunidades y satisfacciones? ¿Cuál es nuestro nivel de conciencia social? ¿Somos sensibles a los problemas sociales? Es más ¿me duele el dolor de mi prójimo?, o por el contrario ¿Somos indiferentes, apáticos e indolentes?
Ahora bien, en los diversos roles que desempeñamos en nuestra vida, debemos buscar espacios para el desarrollo de valores que nos invitan al despliegue de competencias integrales, las que son formales e informales. Las que dejan huellas para la generación de círculos virtuosos más humano, bondadoso y empático, el que otorga la importancia que merece lo trascendental por sobre lo cosmético. El llamado es, a servir a la humanidad a través de las convicciones que nos asisten, las que se instalan por las oportunidades y accesos que hemos tenido a lo largo de nuestra existencia, que permita integrar a todas las personas y particularmente a aquellas más desfavorecidas, desprotegidas y olvidadas.
Finalmente, el amor, la prosocialidad y solidaridad son valores que debieran caracterizar nuestro estilo de vida, las que transforman e instalan el deseo de servir a la comunidad; llamado que propicia a la incubación de agentes de cambio, gracias al testimonio que dejamos en el lugar que nos encontramos. Lo antes indicado, no puede ser ignorado y, debe ser atendido a través del deseo digno, legítimo y consciente de nuestras propias responsabilidades sociales. No nos cansemos de hacer el bien, ya que llegará el momento en que veremos el fruto de los valores, los que serán personificados en pregoneros que se dedicarán a rescatar de las sombras a las personas más necesitadas y dañadas tristemente por un prójimo que ha desentendido lo transcendental y lo más valioso del ser humano.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.