Opinión: “La Universidad y la promoción de la democracia”
Dr. Cristhian Almonacid Díaz, director del Magister en Ética y Formación Ciudadana de la Universidad Católica del Maule.
La Universidad, comprendida como la institucionalidad del amor sciendi, es decir, como aquel espacio privilegiado y pausado para el cultivo de la ciencia, el deseo del saber y la transmisión reposada de la erudición intelectual, ha quedado en algún lugar nostálgico de nuestra imaginería más romántica. La universidad, en los tiempos que corren y más allá de las coyunturales consecuencias pandémicas, tiene una nueva imagen: se ha convertido en un sistema de conocimientos interconectados con otros múltiples sistemas.
Esta disposición entrecruzada hace que la universidad responda a una dinámica a veces contradictoria y la mayoría de las veces creativamente exigente y acelerada. La universidad, a través las múltiples interconexiones, se contacta con la sociedad en diferentes ámbitos. Se ordena bajo los lineamientos de la autoridad educativa estatal, responde a los requerimientos del mercado y la economía, se capacita para adaptarse a las exigencias tecnológicas y tecnocráticas, se enfrenta a diferentes avatares en el cuidado del medio ambiente, se compromete con el desarrollo cultural y social, se despliega en la investigación y la publicación, se esfuerza contar con los mejores modelos educativos para implementarlos en los procesos de aprendizaje en la formación de profesionales, etc, etc, un largo etc. Este profundo dinamismo interdependiente, hace de la institucionalidad universitaria un núcleo de sentido inestable. En un proceso tan demandante y profuso, no es de extrañar que la identidad y los destinos de la Universidad, se arriesguen en el copioso y ruidoso “quehacer” y “hacer” inagotable. ¿Qué inteligencia superdotada podría salir al paso para decidir los mejores caminos de la Universidad en el mundo de la interconexión?
La respuesta que quiero ensayar es que la oportunidad de responder al sentido y destino de la universidad en estos nuevos escenarios, lo constituye el fortalecimiento del ejercicio democrático. Cuando digo democracia, obviamente, no me refiero a la sencilla y escuálida agregación de votos para determinar lo que piensa la mayoría. Aludo al esfuerzo de enfrentar dialógicamente los desafíos de la universidad. Me refiero a la implementación de una racionalidad organizativa que se construye gracias al encuentro de las diversas racionalidades ejercidas a través de la palabra, acompañada por la imprescindible capacidad de escucha. La deliberación democrática en todos y cada uno de los espacios universitarios, fortalecería el necesario sentido de unidad y alimentaría el compromiso de las partes con el sentido de la UNIVERSIDAD (con mayúscula y sin apellido) para las mejores decisiones mancomunadas. La opción fundamental por el valor y la promoción de la democracia, es la preferencia por un privilegiado lugar de reconocimiento y valoración del poder comunicativo que, en palabras de Hannah Arendt, llega a ser un “auténtico poder”. El diálogo democrático conforma ese poder cuando se aspira a descubrir con el otro qué es lo justo, qué es lo preferible, qué nos constituye en sujetos interdependientes y cómo necesitamos ser corresponsables en la organización que nos cobija en tanto individuos. La meta de la Universidad es el compromiso de que todo aquello que reglamenta y regula nuestras relaciones sociales, académicas, profesionales, administrativas y estudiantiles, adquiere sentido cuando son los mismos involucrados que, a través de la participación y el diálogo democrático, llegan a constituirse en autores de esas leyes y dueños del destino que comparten juntos.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.