Opinión: “Ideas para conversar sobre libertad académica”
Dr. Cristhian Almonacid Díaz, director Magíster en Ética y Formación Ciudadana UCM.
Para poder de dialogar sobre libertad académica existen, al menos, dos escenarios posibles.
El primer escenario responde a lo que Isaiah Berlin (1958) llamase libertad negativa. Es decir, aquel concepto moderno de libertad que se funda en la idea que para el ejercicio de toda voluntad no existan obstáculos heterónomos. Es deseable que en la actividad académica se posea independencia frente a cualquier tipo de condicionamiento. Para dialogar sobre libertad académica en este escenario podríamos trabajar en los argumentos que sostienen la libertad académica negativa, cuando, por algún tipo de política institucional o de presión social, se pretendiese suspender este principio.
El segundo escenario en el que quiero detenerme, pienso, es el más rico para abrir el debate. Este segundo escenario deriva de la otra noción acuñada por Berlin: la libertad positiva. La libertad es también una autonomía, es decir, tenemos la capacidad de darnos leyes a nosotros mismos y de auto-obligarnos a cumplirlas ¿Por qué debería auto-obligarme en el ejercicio de la academia? Varios son los motivos, pero el más fundamental a mi modo de ver, es que la Universidad es una actividad comunitaria, que se lleva a cabo bajo el signo de la alteridad.
Propongo dos temas para reflexionar si consideramos la libertad académica como el ejercicio de una autonomía en referencia a la alteridad:
- La alteridad es el motor fundamental para comprender el sentido de la Universidad. Un sentido que bien sabemos se desdibuja en medio de la maquinaria industrializada de “papers”. En su origen, en la Universidad no había posibilidad de llegar a nuevo conocimiento sin la “disputatio”. El ejercicio de la academia se sostenía básicamente bajo el peso de la confrontación con otros. Hoy por hoy, en nuestro contexto universitario en general, no hay confrontación de ideas. A lo sumo hay que justificar los dichos con evidencia de investigaciones anteriores o con determinados datos. Mas allá de eso, la Universidad es un yelmo de quietud y concordia. Esto sucede porque todas y todos somos expertas y expertos en nuestro ajustado y bien delimitado campo de acción investigativa y docente. A tal efecto, domina a la Universidad una racionalidad estratégica que abre espacios que no son para confrontar ideas que resuelvan problemas comunes. Nuestra libertad académica se utiliza para difundir el resultado de nuestra investigación, es decir, abrimos espacios académicos para posicionar estratégicamente lo que solemos llamar “mi tema”. Entonces tenemos, en la práctica, que la libertad académica la usamos para desarrollar monólogos, a lo más compartidos con nuestros colegas dentro de la específica disciplina. Sin embargo, la Universidad adquiriría un interesante dinamismo si nos hiciéramos cargo de temas y problemas que nos competen a todos. Temas como, por ejemplo, política universitaria, divulgación científica, tecnocracia académica, género y universidad, cancelación universitaria, etc. podrían llegar a ser un enriquecedor modo ejercer libertad académica en la Universidad. Evidentemente, entrar en esta dinámica exigiría un fuerte movimiento centrífugo de nuestros intereses académicos y disciplinares particulares.
- Supongamos ahora que la Universidad volviera al sentido de origen y estuviéramos dispuestos a confrontarnos y debatir todo. Si decimos todo, ¿es todo efectivamente? ¿Qué pensaríamos si alguien en la Universidad tiene argumentos para defender el nazismo o la violación de los DDHH o argumentos para justificar el dominio natural del hombre sobre la mujer? ¿Tiene límite la libertad académica? Si lo tiene, cabría esperar que ese límite fuera una autonomía académica responsable que tenga en cuenta el desarrollo ético de la humanidad. La reflexión académica es constitutiva de una sociedad históricamente desenvuelta, es decir, se hace desde un lugar. En este sentido histórico del devenir académico parece que no puede darse en perspectiva de retroceso. Los logros morales de la humanidad emergen como un escrito hecho a pulso, que ha permitido constituir ciertas referencias éticas que regulan nuestra vida en común, no porque alguien las obligue, sino porque se consideran en conjunto conseguidas y por ende aceptadas por su razonabilidad. Son una expresión de profunda autonomía ejercida en forma común. Para sostener una autonomía académica que fundamente la razonabilidad de ciertos mínimos éticos de expresión, habría que pasar de una racionalidad estratégica a una racionalidad dialógica. La exigencia de toda justicia tiene sentido si pretende valer intersubjetivamente. Pienso que la autonomía académica adquiriría este horizonte si nos abocáramos a practicar el sentido crítico y el discernimiento conjunto dentro de un marco ético mínimo para fundamentar un ejercicio humanizador permanente.
*Con este breve texto el autor participó del Diálogo “Reflexiones en torno a la libertad académica”, llevado a cabo el 6 de octubre 2023. Dicho encuentro fue organizado por el Departamento de Fundamentos de la Educación de la FACED de la Universidad Católica del Maule.
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