Opinión: “HIJALAR”
Francisco Letelier Troncoso, director de la Escuela de Sociología de la Universidad Católica del Maule.
(Publicado originalmente en Diario Talca)
Hay un estudiante que tiene mucho interés en los pueblos originarios, especialmente en sus lenguas. Yo no sé mucho de lingüística, pero hace tiempo venía pensando que hay un conjunto de relaciones y prácticas cotidianas para las que no tenemos nombre. Por ejemplo, una conversación larga y profunda entre una hija y su madre (o padre); una reunión donde se encuentra mi familia de origen con la familia de origen de mi esposa; una tarde de juegos y risas en el parque; un encuentro entre dos amigos que no se venían hace diez años; un abrazo protector entre muchas personas; una larga caminata en la que uno se encuentra con mucha gente.
Puede parecer extraño lo que estoy diciendo, y puede que lo sea. Pero resulta que diariamente tenemos infinitas relaciones con otras personas en distintos contextos y lugares, con diversas intensidades, motivos y resultados. A todas ellas les llamamos usualmente sociabilidad o encuentro. Así, en un par de palabras, uniformamos acciones que son muy diferentes entre sí y que nos provocan emociones distintas y que si pudiésemos nombrar, tal vez abrirían un universo nuevo de experiencias y significados.
Le conté esto al estudiante porque había escuchado de lenguas que tienen palabras para describir situaciones o momentos específicos. Por ejemplo la voz quechua tinkuy se puede entender como ‘encuentro entre opuestos’ o PachaKuti que para los pueblos andinos significa la transformación del todo, un cambio general del orden, una inversión, donde lo que está ”arriba” pasa a “abajo”. Nosotros mismos hemos adoptado algunas de estas palabras para expresar tipos particulares de acciones, por ejemplo, la palabra de origen quechua nanai describe una caricia muy tierna con la que se trata de calmar un dolor o una pena. ¿Qué palabra del castellano podría reemplazarla?
En el japonés hay muchas palabras que describen sentimientos o relaciones específicas, que no se pueden encasillar en una palabra más genérica. Por ejemplo Aware podría traducirse como “la melancólica felicidad de un momento breve y efímero de belleza trascendente” o Yūgen: “un conocimiento del universo que evoca sentimientos emocionales que son inexplicablemente profundos y demasiado misterioso para las palabras”.
En fin. Al estudiante le gustó el tema y hablamos un buen rato. Se me hizo tarde. Mi esposa estaba fuera de la ciudad. Yo tenía que hacerme cargo de mi hija, ir a buscarla al colegio, darle de cenar, procurar que hiciera sus deberes. Le expliqué esto al estudiante. Entiendo profesor, usted tiene que ir a hijalar. ¿Hijalar? Dije yo. Si, hijalar, dijo el estudiante. Se me ocurrió que puede ser una buena forma de referirse a los quehaceres que uno debe realizar cuando está a cargo de sus hijas. Había nacido una nueva palabra.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.