Opinión: ¿Hacia nuevos posibles, de verdad?
Benoit Mathot, Centro de Investigación en Religión y Sociedad (CIRS-UCM).
¿La crisis sanitaria que estamos viviendo puede conducirnos a un cambio de época? ¿Puede contribuir a cambiar nuestras representaciones, nuestros imaginarios, nuestra manera de pensar la vida y de darle sentido? ¿Podemos imaginar, a la salida de esta crisis, una sociedad más solidaria, más abierta al otro y a su diferencia, más ecológicamente responsable? ¿Estamos listos para hacer este paso y para considerar esta crisis como una oportunidad real para repensar en profundidad el sentido de nuestras acciones y de nuestros proyectos individuales y colectivos? ¿Podemos imaginar que la crisis actual nos conduzca a integrar la fragilidad y la vulnerabilidad humanas como constitutivas de la vida? ¿Puede contribuir a un cambio profundo, durable e irreversible de nuestras creencias y de nuestra manera de vivir? ¿O vamos más bien continuar e intensificar la lógica del “mundo de antes”? En el fondo, ¿no esperamos con impaciencia y con una cierta glotonería el momento donde podremos, por fin, retomar nuestra vida de antes, exactamente donde la habíamos dejada antes de la pandemia? ¿Finalmente no aprenderemos nada de lo que hemos vivido singularmente y colectivamente? ¿Quizás incluso viviremos menos bien, con el deseo de siempre más crecimiento, siempre más beneficios, siempre más consumo, siempre más velocidad?
Pienso que la desesperación más grande que me hace tocar y experimentar esta crisis, más allá de la lista trágica y siempre más interminable de los decesos, es la convicción siempre más fuerte que, sin duda, a pesar de los mil pequeños gestos de amor y de solidaridad individuales que han florecido entre nosotros, no vamos a aprender nada de esta crisis a nivel público. En todo caso nada realmente fundamental, significativo, nada que sea capaz de cambiar las líneas de fuerza de manera nueva, profética. Lejos de reunir cada ciudadano en torno a un proyecto colectivo nuevo, más durable, humano, justo, inclusivo, pero también más creativo, sobrio, lento, y al final – ¿por qué no decirlo? – mucho más estimulante e interesante para la construcción de un futuro deseable, siento cada día con más fuerza que el único horizonte que será promovido por las instancias dirigentes será la recuperación de nuestras existencias frenéticas y cansadas, de nuestros ritmos de trabajo, de nuestras pulsiones a consumir siempre más bienes y recursos con siempre más endeudamientos y falsas felicidades, de nuestra semántica gerencial y deshumanizante. Los pequeños cálculos de los pequeños calculadores, que solamente piensan por gráficos, curvas y algoritmos, sin duda vencerán, porque no podemos liberarnos tan rápidamente del imaginario enfermo que tantos años de neoliberalismo despolitizado nos inculcaron.
Pero algún día tendremos que cambiar, y cambiar radicalmente. Algún día, sí o sí, tendremos que abrir otros posibles, mostrar audacia y coraje en la construcción de otros modelos y paradigmas. La crisis ecológica, íntimamente vinculada a la que estamos viviendo y que ya está muy activa en nuestro país, se encargará de recordárnoslo oportunamente y con mucha fuerza. Sin embargo, si sabemos escuchar y discernir los “signos de los tiempos”, ya la podemos escuchar tocando la puerta e insistiendo, insistiendo, insistiendo en su cuestionamiento de nuestro modelo de desarrollo. Por esta razón, Señor Ex-Ministro de la Salud, ya no es “el tiempo de los filósofos”, como lo afirmó. Los filósofos ya hablaron, ya advirtieron, ya propusieron, ya gritaron que este modelo era fundamentalmente injusto para la mayoría de la población, y ecológicamente irresponsable. ¿A través de cuantos debates, foros, publicaciones, diagnósticos, tomas de palabras, coloquios, instituciones, los filósofos ya no nos han dicho todo lo que debíamos conocer? Al final, no habrá nadie más sordo que el que no quiera escuchar.