Opinión: “Gabriel y Boric”
Javier Agüero Águila, director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.
(Publicada originalmente en El Desconcierto)
Hace unos cuantos días escribí una columna en este mismo medio titulada “El indulto de Gabriel”. En breve, sostenía que con el indulto a los 12 presos de la revuelta más al ex – frentista Jorge Mateluna, Boric volvía a ser más Gabriel, recuperándose en una suerte de perímetro donde sus convicciones se resolvían por sobre la contingencia y las exigencias de la ponderación política arriesgando mucho, pero dejando atrás con este, a mi modo de ver, genuino gesto, una serie de torsiones y concesiones (TPP-11, monumentalización de Aylwin en la Plaza de la Ciudadanía, calificación de “terrorismo” en la Araucanía, en fin) que lo habían ensombrecido de cara a un pueblo que lo ungió como el joven político portador de una cierta esperanza, de una cierta justicia.
No pretendo referirme ahora al escándalo patotero que se armó después de anunciado el indulto; tampoco a la palabra “desprolijidad” que se ha expandido como bomba racimo en todo el panal político rebotando en la ciudadanía que termina por castigar a Boric, según la CADEM, con un inédito 70% de desaprobación. Menos me interesa en esta pasada el cimbronazo dentro del gobierno que implicó, en lo inmediato, la renuncia de una ministra de Justicia y la salida de su dilecto amigo, mentor y consejero, quizás, más importante: no. No escribiré sobre este cataclismo casi perfecto, sobre estos barcos que ya zarparon.
Quiero escribir, un poco, de lo que habitaría en Gabriel Boric, de lo que procesa internamente y lo que esto puede implicar como metabolismo psíquico-político que derivaría en una suerte de decadencia (quiero entender esta palabra en su etimología latina, donde se comprende como “declinación”). Decadencia o declinación provocada por la disputa entre ser el Gabriel de la Izquierda Autónoma, de la FECH o incluso el del Congreso –que se retobaba sin complejos disparando críticas a toda la clase política– y el Boric de La Moneda, el mismo que debe saber sumar, restar, multiplicar y dividir; mirar en todos los puntos cardinales antes de atreverse con alguna que otra “blasfemia” antipolítica y asumir, entonces, que su sueño de una democracia millennial con textura allendista y proto socialdemocracia europea (fenómeno novísimo) se ha transformado en la pesadilla de ejercer el poder en un país limitado no solo por el mar y la cordillera, sino que, y con la misma potencia demarcatoria, por un suerte de habitus calculista, al cual él no puede sino asumir; asumir pidiendo perdón periódicamente, reverenciando a los “30 años” o despachando a quiénes fueron sus estafetas más íntimos/as.
No tengo duda de que esto debe ser muy denso, tormentoso y desolador para el Presidente. Sin embargo, creo que el asunto es aún más pesado: es pérdida, nostalgia por la calle, el cemento, el megáfono y la asamblea, librándose en su interior una batalla brutal entre un pasado consignero y espontáneo y un presente formateado y asesorado. En fin, represión, deseo sin objeto, sublimación forzosa, esquizofrenia sintomática desatada en el núcleo de una cultura política que no le dará cuartel ni trincheras, simplemente lo apuñalará a mansalva a plena luz día o en la más oscura madrugada.
Gabriel ya no puede ser solamente Gabriel, quizás no lo vuelva a ser nunca. Debe ser Boric y asumirse como un recuerdo al mismo tiempo que como un aquí y ahora, conjugando en este movimiento (tan político como psíquico), lo que es propio de quienes deben resignar y resignar, ceder y ceder permutando, en reiterativa y dura faena, todo lo que se fue. Y debe ser difícil, muchas y muchos lo sabrán, ver cómo una parte de nosotros nos abandona y que todo lo que en un momento parecía importante, definitivo, intransable, se instala en un tipo de distopía negociadora en la que nada se parece a lo que se soñó o se deseó.
En este caso, el de Gabriel Boric, los deseos están obligados a canalizarse a través de una axiomática (valores) asociada a la declinación. Esto es abstracto, no tiene materialidad ni puede evidenciarse, pero se apunta y zapatea, de manera desesperante, en lo más íntimo de Gabriel que ve, desde el puerto de sus más nobles, juveniles y firmes convicciones, partir a Gabriel mismo, dejándolo a la espera de una fábula que no regresará porque no le queda más remedio, si quiere sobrevivir políticamente que ser, una y otra vez, Boric.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.