Opinión: “Fracturas”
Hernán Guerrero Troncoso, académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.
Pues que el hombre sea liberado de la venganza: ese es para mí el puente para la esperanza más alta y un arcoíris después de largas tormentas.
- Nietzsche, Así habló Zaratustra
Hubiera querido publicar una columna recordando la confesión de san Francisco de Asís, cuyo tránsito se celebró este domingo, que se encuentra en su Testamento. Ahí pide perdón por todo lo que se comprometió a cumplir pero que, por su enfermedad, por negligencia o por otros motivos, no pudo hacer. Pero ante la imagen de un muchacho de dieciséis años que botaron del puente Pío Nono, cualquier reflexión puede esperar.
Hubiera querido también poder entregar un texto articulado, con argumentos al menos razonables, que permitiera encontrar un poco de razón en la locura que vimos este viernes, repetida hasta el infinito en las redes sociales y los noticieros. Pero ante la imagen de un carabinero que empuja a un manifestante al río Mapocho, no soy capaz de hilar sino párrafos sueltos. Se me viene a la mente una vez que, años atrás, en ese mismo río, a la altura del mismo puente, ví cómo levantaron el cuerpo de un obrero que había caído desde la construcción donde trabajaba, algunos kilómetros más arriba, y se había ahogado.
Si no se hubiera esparcido la pandemia como lo hizo, la gente hubiera seguido saliendo cotidianamente a la calle, a expresar su descontento ante lo difícil que se hace la vida en nuestro país, sus ideas sobre el Chile que quieren, su resistencia a que las cosas cambien o lo que sea. Quién sabe si no hubiéramos seguido lamentando más conciudadanos que perdieron sus ojos, más gente golpeada con bombas lacrimógenas en su rostro, más manifestantes lanzados de los puentes. Porque pareciera ser, a pesar de todo lo que hemos vivido desde el estallido de octubre pasado, que todavía el que denuncia la injusticia es más detestable que la injusticia misma, que la víctima debe rendir cuentas por haber molestado al victimario, que la desigualdad intrínseca al sistema es problema de solo unos pocos.
Pienso en mi abuelo más querido, que fue carabinero. Pienso en los familiares de los carabineros, incluso en el mismo ministro de defensa, que fue carabinero. ¿Qué habrá pasado por su mente al ver esa imagen, uno de los suyos empujando a un menor de edad al vacío? Pienso que mi abuelo hubiera llorado de vergüenza, precisamente porque era uno de los suyos el que está involucrado como autor y otros tantos de los suyos quienes intentaron encubrirlo, como expuso la Fiscalía este domingo. Habría llorado y no se hubiera escudado en defensas corporativas, porque es de cobardes mirar para el otro lado, decir “yo no fui” y seguir como si nada, es de cobardes relativizar los hechos y pasar la culpa a las víctimas, es de cobardes apuntar a los “malos elementos”, a las “manzanas podridas”, a las responsabilidades individuales cuando alguien lleva a cabo una acción tan deleznable con el uniforme puesto. Y mi abuelo no era ningún cobarde.
Pienso en el carabinero Zamora, que se queda mirando al muchacho mientras cae. Quién sabe qué habrá pasado por su mente en ese momento, con el pasar de las horas, en estos mismos instantes. Quién sabe con qué cara volverá a vestir el uniforme, si lo vuelve a vestir.
Casi un año ha pasado desde el estallido social y, más allá de todas las inmensas desigualdades que han quedado todavía más al desnudo con la pandemia, hemos podido constatar cuán profundas son las fracturas de nuestro país. Tan profundas, que dudo incluso si es posible hablar de “nuestro país”. Peor aun, de todas partes surgen recriminaciones hacia los otros, porque son siempre los otros quienes deben asumir sus responsabilidades. Cuesta encontrar una propuesta, si la hay, que quiera verdaderamente reunir, que busque algo común a todos quienes habitamos este país y que no intente fagocitarnos en su propia visión o que pretenda alcanzar su propia paz a costa de los otros. Cuesta encontrar una propuesta, si la hay, que no se sienta amenazada ante la existencia de otras propuestas paralelas, que no pretenda anular todo lo que no esté pintado con sus colores, como si el arcoiris fuera de un solo color o si se redujera a los siete colores que logramos ver claramente o si, como nos dice la ciencia, no fuera sino la refracción de un solo haz de luz, que contiene en sí todos los colores. En fin, cuesta encontrar una propuesta, si la hay, que no se conforme con un simple resarcimiento a cambio del dolor de las heridas abiertas de la Dictadura o de la incertidumbre ante un futuro cada vez más desesperanzador, que se atreva a mirar más allá de sus intereses particulares, con la intención de construir un país para todos. En otras palabras, cuesta encontrar una propuesta, si la hay, que no reduzca las aspiraciones de un país justo, del cual todos seamos parte y en el cual todos nos podamos sentir en casa, a una lista de supermercado, tan arbitraria como la que nos rige actualmente y, por lo mismo, igualmente insuficiente.
Hasta que esa propuesta no nazca de lo profundo de nuestro país, hasta que no nos sintamos todos habitantes de la misma tierra, hasta que no comprendamos que en Chile el rico y el pobre se pueden diferenciar en lo que posean, pero que su dignidad es la misma y es más importante que todo el dinero del mundo, que no podemos seguir temiendo a las fuerzas que juraron defender a todos los habitantes por igual, que nadie se puede arrogar para sí la propiedad del país que es de todos, seguiremos llorando lo que lloramos hoy y que hemos llorado desde hace mucho más de cuarenta años. Este país fracturado, similar a la tierra resquebrajada por una larga sequía, debe intentar estar a la altura de la tarea a la que se ha visto arrastrado, por la fuerza liberadora del estallido, ahora que se verá si se redacta o no una nueva Constitución. De nada valdrá el esfuerzo si se trata de reemplazar un texto por otro, cuya letra esté tan muerta como la anterior. Los puentes que salvan las fracturas se tienden después que nos hemos mirado a los ojos y hemos visto en el otro a alguien de nuestra misma tierra, cuando hemos escuchado al otro y en su voz hemos oído nuestras propias desdichas. Si la nueva Constitución busca tomarse revancha de la que nos rige, no habremos hecho más que caer en el mismo juego que despreciamos y que nos tiene como estamos. No habremos plantado la semilla de un nuevo Chile, sino la de un nuevo estallido social.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.