Opinión: “Feriado 21 de junio; un pequeño paso en reconocimiento a los pueblos indígenas”
Profesor Jorge Molina Jara, académico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Católica del Maule.
El día 31 de diciembre de 1850, el diario El Copiapino publicó en su editorial, una reveladora mirada sobre la república que se construía a mediados del siglo XIX y cuáles eran sus desafíos para alcanzar el progreso en Chile, indicando:
“Tres fuerzas se han considerado en todos tiempos necesarias para este progreso en los paises de América: la riqueza, la inmigración i la instrucción. El Norte está encargado de proveer a la republica de la primera, el Sud acaba de abrir su seno a la segunda, i la capital, la gótica ciudad, que tantos reproches recibe continuamente de egoismo i atonia, no tiene la culpa si la instrucción no es ya una de sus leyes forzosas”
La editorial daba cuenta de la importancia que estaba adquiriendo para el país la minería del norte, por ello situaba la riqueza como su aporte para el progreso; el sur estaba iniciando el proceso de transformación étnico-social, tras la ley de colonización de 1845 que estimuló la inmigración europea para poblar tierras ocupadas por indígenas; y finalmente, Santiago debía aportar con la instrucción, gracias a la creación de la Universidad de Chile (1842) y la Escuela de Artes y Oficios (1849). Como vemos, esta mirada plasmada aquel 31 de diciembre, en vísperas del nuevo año, no consideraba a las poblaciones indígenas para el progreso de la república, manteniendo y agudizando una mirada racista, construida por los colonizadores europeos, en los siglos previos a la independencia.
Por ello, no extrañó la decisión del Estado chileno de ocupar violentamente la Araucanía en la segunda mitad del siglo XIX; la falta de reconocimiento constitucional a los pueblos indígenas en las cartas magnas (1833, 1925 y la de 1980) y la discriminación social que padecieron las familias indígenas en estos tiempos, que develaba un “racismo oculto” como sostuvo Jorge Larraín (2001), constituyéndose tristemente en uno de los rasgos característicos de nuestra identidad chilena.
Sin embargo, los distintos pueblos originarios siempre estuvieron presente, a pesar de esa admiración a lo europeo (y blanco) en que la sociedad chilena quiso reflejarse. Estaban no solo en la toponimia, en los apellidos, las comidas, nombres de clubes deportivos, palabras, costumbres y representaciones folclóricas escolares, estaban presentes en todas las áreas de un país que no les quería ver ni reconocer.
Esta situación comienza paulatinamente a cambiar en vísperas de la conmemoración de los 500 años de la llegada de Colón al actual continente americano. En ese periodo se desarrollan cientos de investigaciones que revisan el impacto de la conquista europea y el rol de las comunidades indígenas en tiempos de la colonia y en las repúblicas. En aquel contexto, los pueblos indígenas del continente realizan sus propias reflexiones, que permitieron reafirmar su identidad y comenzar la denominada “primera emergencia indígena” como sostiene José Bengoa (2009), que posibilitó diversas movilizaciones reivindicativas, como las encabezadas por la CONAIE en Ecuador en 1991, los levantamientos indígenas en Chiapas, México, en 1994 y en Guatemala se elige a una mujer indígena, Rigoberta Menchú, como premio Nobel de la Paz el año 1992, etc.
En ese ambiente de emergencia indígena, el censo de 1992 informa que 10.3% de las personas reconocieron pertenecer a alguna de las culturas originarias, situación que aumentó a 12,8% en el último Censo (2017).
En efecto, los tres siglos de colonización y los dos de Chile republicano no lograron hacerles desaparecer, y, al contrario, la sociedad ha comenzado a revalorarles y sentirse orgullosos de sus raíces, demandando respeto, nuevo trato, recuperar sus tierras, lengua y cultura, desarrollando educación intercultural, rescatar sus nombres originarios como ocurrió con Rapa Nui recientemente, e incluso reconocimiento constitucional, como el que se expresó en 17 escaños reservados para pueblos originarios, en el proceso constituyente que el país está comenzando a vivir.
Este proceso de valorización tuvo un nuevo paso, tras decretarse el 21 de junio como día nacional de los pueblos indígenas, decretando feriado, justamente cuando los pueblos originarios del hemisferio sur celebran el solsticio de invierno.
El solsticio de invierno, o We Tripantu como lo denominan los Mapuches, Ta´u Ho´ou como lo denominan los Rapa Nui o Inti Raymi como en Quechua le denominan los pueblos andinos, da cuenta del inicio de un nuevo ciclo para los pueblos indígenas, lo que algunos han denominado un “nuevo año indígena” y con su establecimiento como día feriado también se avanza en reconocimiento plurinacional que siempre debió tener el país, pero la densa herencia colonial que la sociedad chilena recibió y que luego promovió, no permitieron esa integración.
Esperemos se sigan dando pasos en reconocimiento, valoración e inclusión en Chile y que los próximos años nuevos no aparezcan en editoriales de diarios, miradas que excluyen a parte significativa de la población que habita (desde antes) esta tierra.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.