Opinión: "El “drama” del teatro" - Universidad Católica del Maule
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Opinión: “El “drama” del teatro”

Opinión: “El “drama” del teatro”
14 May 2020

Javier Agüero Águila, director del Departamento de Filosofía de la Universidad católica del Maule.

“La tragedia es en esencia una imitación no de las personas, sino de la acción y la vida, de la felicidad y la desdicha”

(Aristóteles, La poética)

El Covid-19, este virus de múltiples rostros y polimorfos efectos, ha alcanzado con sus tentáculos, también, a las artes. Quisiera referirme puntualmente al teatro. Ahora, si esto lo pensamos al interior de un país como el nuestro, el asunto cobra un tono exagerado y consecuencias perversas para todas y todos las que, un día, decidieron ganarse la vida escribiendo, actuando, apoyando desde lo técnico o, simplemente, siendo espectadores de este arte tan antiguo como fantástico, muchas veces decisivo y a través del cual, durante mucho tiempo, la resistencia a la tiranía ha encontrado una de sus más poderosas expresiones. Hay tanto que agradecerle al teatro en este país.

Quisiera partir diciendo que me complica el cliché “el mundo de las artes”, como si las artes mismas tuvieran un mundo propio, particular, hermético y singularmente exclusivo; o como si el arte no fuera parte de un entramado social, político y cultural mayor, funcionando por fuera de la sociología de un país que con esta pura frase lo excluye, dejándolo a la intemperie, responsable de su propia suerte y escindido de lo que se llama, comúnmente, sociedad. Creo que aquí parte en gran medida el destino irónicamente “trágico” que atraviesa el teatro chileno al día de hoy. Las preguntas que emergen son muchas, pero me concentro en una: ¿qué hace que un país tenga a sus actrices y actores, directores/as y guionistas de teatro sumidas/os en depresiones múltiples, cesantes, pobres o subsidiados por sus familias, sin posibilidad de trabajar y abandonadas/os a su suerte? La respuesta sin duda es estructural. Una sociedad que se ha concentrado en festejar delirantemente sus éxitos económicos y un sistema que hace gárgaras con el hecho de ser parte de las primeras veinte potencias mundiales (y que, además, en su origen favoreció el promiscuo y tenebroso affaire entre capital y metralleta), no pudo sino haber exiliado la belleza, dejarla en segundo plano, sacrificarla para adornar con guirnaldas a nuestro exitismo cifrado. Una vez llegada la crisis virológica, aún más, el arte y en este caso el teatro, se ven castigados. No hay Estado para el arte, no hay espacio para el arte, en fin, no hay país para el teatro.

Se trata, otra vez y con toda la fuerza que sea posible, de echarle la culpa al sistema, al neoliberalismo y al frágil tejido social que hemos construido. Un país que no respeta a sus artistas, que los confunde, maltrata y los hace entrar en la lógica sistémica de la competencia a través de los paupérrimos Fondart o de uno que otro fondo municipal de hambre que los condena a una vida precaria (J. Butler), no es un país.

En esta línea, es necesario decir que otras naciones que valoran sus expresiones artísticas han tomado las medidas para resguardarlas. Alemania, por ejemplo, incluyó a la cultura entre los “bienes de primera necesidad” y a través de su Ministra de la Cultura Monika Grütters, ha anunciado que no dejará al sector “en la estacada” y la cultura será parte del rescate financiero de más 120.000 millones de euros que estarán disponibles, también, para que –desde grandes y pequeños teatros hasta grupos de artistas específicos– la cultura no se vea devastada por el impacto de la pandemia. Chile, por supuesto, pertenece a otra galaxia y, efectivamente, “el mundo de la cultura” es otro mundo, lateral, paralelo, que no renta, que no hace caja, pasando a ser “un bien desechable de última necesidad”.

El Coronavirus es anti-corporalidad, es decir, no nos permite evidenciar nuestros cuerpos y nuestra existencia en relación a otros cuerpos y a otras existencias. La virtualidad, en este sentido, si bien hace el trabajo de acortar las distancias, no produce el efecto transpirante y brutalmente humano que implican las experiencias del roce, del tacto, del olfato, en fin, de los sentidos en su estado puro. El teatro, que se alimenta de esta humanidad en espacio y en tiempo real, evidentemente iba a sufrir el impacto de la pandemia, quizás más que ningún otro arte. Podemos leer literatura en el computador, ver películas por internet, asistir a un concierto de quien sea vía streaming, pero ver una obra de teatro virtualizada no es teatro, al menos no el que hemos heredado desde las más profunda y alegórica tradición griega. No podríamos sentir el impacto de este arte “en diferido”, mediatizado por lo que Jacques Derrida llamaría “Artefactualidad” (1998), es decir, la posibilidad de que lo real mismo (en este caso una obra de teatro) sea saboteado por el filtro tecnológico de una plataforma pre-establecida. Me imagino una catarsis griega vía Zomm y comienzo a levantar los pañuelos blancos, a cavar tristemente la tumba y empezar el duelo por lo que, a esta altura ya en la prehistoria, se llamó teatro.

Quedémonos con la frase de Aristóteles en su Poética y con la que empezamos esta columna: “La tragedia es en esencia una imitación no de las personas, sino de la acción y la vida, de la felicidad y la desdicha”. En la actualidad pareciera ser que el teatro y sus trabajadores están representando su propia tragedia; tragedia que tiene que ver con sus mismas vidas y desdichas, atrincherados en la desesperación de un país que no los reconoce y que es capaz de darle mil veces la espalda a la belleza.

 

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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