Opinión: “DIOS ES NUESTRO PADRE, MÁS AÚN, ÉL ES NUESTRA MADRE”
Pbro. Dr. Mauricio Albornoz Olivares, decano de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas de la Universidad Católica del Maule.
Las palabras del título pueden sonar populares y controversiales en el contexto actual, y probablemente al ser pronunciadas el 10 de septiembre de 1978, Albino Lucciani, entonces Juan Pablo I, no imaginaba a ciencia cierta la envergadura de sus repercusiones más de 40 años después.
La verdad de las cosas es que 20.000 años antes, nuestros predecesores humanos colocaban a dios un rostro humano y en particular bajo la imagen y figura de una madre. Pensar que Dios es una madre es una experiencia religiosa original en aquellas imágenes del paleolítico, y que fue perdurando en el tiempo a través de la cultura mesopotámica y, más tarde, bíblica. Si bien en la Escritura la figura divina no se vincula a lo femenino de modo explícito (quizá por diferenciarse de las culturas no semitas que adoraban deidades femeninas), dicha ausencia no equivale a que el Dios de Israel no aparezca inspirado con trazos maternos. Como recuerda el profeta Isaías: como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo (Is 66,13).
Las imágenes de Israel amamantado o en el regazo materno se subsiguen en los relatos bíblicos bajo metáforas de un amor incondicional que produce seguridad y confianza. Más llamativo resulta el Salmo 22,10-11 en el que se dice que Dios es una especie de comadrona que extrae al niño del vientre y lo confía a los pechos de su madre. Isaías llega incluso a decir que Dios es como una parturienta que grita de dolor al alumbrar en la historia a este Israel obstinado y duro de cerviz (Is 42,14). Del mismo modo que Dios crea al principio, interviene en la formación de cada neonato, dando cuenta de su maternal condición.
En el salmo 139 aparece el vestigio de la diosa como si se tratara de aquella primera tierra de génesis, Dios entreteje al feto en las entrañas maternas (Sal 139,13) también el Sal 22,10 afirma que, cuando Dios extrae al niño del seno materno, el mejor sitio donde confiar su vida son los pechos de su madre, una imagen que, en parte, se retoma en el libro del apocalipsis, cuando el dragón pone en peligro la vida del recién nacido y la mujer huye al desierto.
El seno materno es siempre una promesa de vida, si al nacer nos acogieron los brazos de una madre, si el primer rostro cálido que vimos fue el de ella, estamos seguros de que en nuestra muerte ella nos buscará y no descansará hasta dar con nosotros. Así pues, al morir, cuando abramos por primera vez allí nuestros ojos, veremos definitivamente el rostro de Dios probablemente muy semejante al rostro materno.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.