Opinión: "“El día suspirado”. Prédica conservadora y el tiempo de lo mismo. - Universidad Católica del Maule
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Opinión: ““El día suspirado”. Prédica conservadora y el tiempo de lo mismo.

Opinión: ““El día suspirado”. Prédica conservadora y el tiempo de lo mismo.
10 Nov 2023

Dr. Javier Agüero Águila, académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

(Publicado originalmente en Le Monde diplomatique)

No persigo una revisión histórica, para eso hay otras y otros que, con seguridad, lanzarán los dardos con mucha más puntería. Más bien se trataría de dejar que la escritura se deslice sin mucha precisión por fisuras que no necesariamente llevarán a alguna parte; sin destino a la vista, sin anclaje; bosquejando o llanamente recuperando los impulsos de una hermenéutica que no puede sacudirse el peritaje político que nos responsabiliza y exige análisis, potenciales respuestas y una que otra consideración filosófica que nos desplace a la colérica y bizarra zona donde los discursos políticos mismos alcanzan su propia injuria y, sobre todo, sintomatizan lo que está por venir; lo que se ecualiza (por ahora) en amplitud modulada pero que es muy probable devenga en molde, frecuencia, canon.

Y es en este punto donde quisiera detenerme en el discurso de Beatriz Hevia al momento de hacer entrega del documento que será plebiscitado; discurso que se resuelve como un anuncio, un augurio y, del mismo modo, como aquello que abrevia una borradura de lo otro, de lo alter-nativo y que, probablemente, será el guion de un cuento que nos tocará vivir en la más multifacética de las ironías históricas si tomamos como punto de partida la revuelta de octubre de 2019.

A esta altura no es relevante que Hevia, al canonizar la Constitución de 1833, desconozca, o no, que ésta fue fruto de una sangrienta guerra civil que dejó más de 2000 muertos y que tras enfrentar a pipiolos-liberales con pelucones-conservadores da inicio a la era portaliana y a la llamada República conservadora (o que uno de sus redactores principales, Mariano Egaña, haya tenido una fuerte vocación monárquica); poco importa que, al final del día y como lo escribe Rodrigo Karmy, esta Constitución sea el momento en el que el “fantasma portaliano” comienza su diseminación a lo largo y ancho de la historia de un país, entronando un régimen y una “forma” de concebir el Estado y la sociedad desprendida del flujo constante de una máquina oligárquica que –deslices más, deslices menos– puso en órbita el metabolismo reproductivo de una clase (en el sentido más marxista del término) que ha sabido perforar de forma determinante los destinos de un país hasta hoy.

Ese fantasma, su diseminación y metabolismo, espoleó a través de Beatriz Hevia el pasado martes inoculando no solo la euforia de un triunfo, sino que, también, un tiempo que nos acecha y que se nos viene.

La posteridad es una medusa

En este sentido, hay dos pasajes en la cita de Hevia a la “Gran Convención” que inició la discusión de la Constitución de 1833, que me interesan particularmente. El primero es de un lirismo siútico que, a pesar de su barroquismo floral, sintoniza con lo que la turbina conservadora propulsa y que fue redactado a modo de programa para José Antonio Kast (nuestro nuevo mesías del orden), ésta es “Ya llegó el día suspirado (…)”.

¿Qué se suspira? ¿quién suspira? Si suspirar es inhalar y exhalar en un gesto muchas veces de enamoramiento ¿a quién le dedicamos ese amor? ¿puede suspirarse un día? Y sobre todo ¿podemos suspirar por una Constitución? Las preguntas arden (Artaud) y podrían ser muchas, no obstante, si se suspira un día en el que un documento jurídico comienza su proceso de producción, lo que tenemos es una suerte de fetichismo constitucional; de alienación respecto de un pueblo –en este caso de un pueblo sin voz, sin grito– para dar paso a la poltrona oligárquica y patriarcal que deja traslucir el futuro de un país que navegará sin dar tregua en los océanos del conservadurismo más vital, más enérgico y, claro, regocijado en la triste y marginal “noche de los proletarios” (Rancière).

Suspira la derecha extrema; suspira de amor a sí misma y a su programa proto-fascista vuelto documento; suspira de amor a la neutralización de una revuelta que a punta de vapor restaurador supo de su cancelación, de la diatriba bien pensada a la que fue sometida; suspira la derecha extrema, de amor y de furia, porque un día de noviembre le “alumbró la primavera”. Y todo esto independiente de si se apruebe o rechace la Constitución de Kast, puesto que el solo aliento del fantasma devuelto a la escena ya es una antorcha que ilumina la re-pactación con el espectro.

Por supuesto que la segunda frase es la más comentada “(…) los verdaderos chilenos” (¿y las chilenas?): semántica racial y significante con navaja. Beatriz Hevia y los nuevos “auquénidos metamorfoseados” que, esta vez, ya no son necesariamente bolivianos como supuró la lengua de Merino, sino todo aquel/lla que se resista a ser parte del desagüe segregacionista. Es un imaginario pobre, bruto, pero filoso y peligroso. Lo que aquí opera es una tachadura, un borramiento del otro y la discriminación del anillo periférico en el que habitan todas/os las/os que estamos por no legitimar este tiempo viciado en el que la soberanía no ha sido otra cosa que bruma nostálgica en el corazón de nuestro desacato.

Lo de Hevia es, entonces, el principio de una historia que puede fosilizarse y despuntar, como lo fue la Constitución de 1833, por casi 100 años; aludiendo a que nos dio estabilidad y gobernabilidad. Pero como apuntaba Heráclito, y he aquí nuestra esperanza: “lo único que no cambia es el cambio” porque (y pienso en el pulso siempre alerta de una revuelta) “todo lo que se mueve está vivo”.

Este sería el pueblo que resiste y no repta al compás del preludio de los poderosos de siempre. Al margen le volverá su tiempo.

 

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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