Opinión: "Sobre el desconfinamiento y la (des)valorización de la libertad" - Universidad Católica del Maule
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Opinión: “Sobre el desconfinamiento y la (des)valorización de la libertad”

Opinión: “Sobre el desconfinamiento y la (des)valorización de la libertad”
25 Ago 2020

Dr. Gonzalo Núñez Erices, académico del Departamento de Filosofía.
El confinamiento como consecuencia de la pandemia y su eventual levantamiento nos ha dispuesto a pensar, entre muchas otras cosas, en el valor de la libertad. La palabra “confín” proviene del término latino confinis que se compone, por una parte, del prefijo “con” que significa “junto con”, “en conjunto con” o “en adición a” y, por otra parte, el sustantivo finis que refiere a un límite, frontera o borde. El término confinis, por consiguiente, podemos entenderlo como aquello que se encuentra de cara o circunscrito a un límite o frontera que ha sido marcada o señalada. En este sentido, con-finar es colocar a algo o alguien dentro de un límite que determina un espacio destinado como lugar de morada obligatoria. El con-finado es así apartado de su hogar o territorio de pertenencia original para ser recluido dentro de nuevos límites. Aquel que ha sido con-finado es desalojado o llevado del otro lado de la frontera de su residencia permanente con la advertencia del no retorno. Un sujeto con-finado, en su condición de desarraigo, habita un lugar que le es extraño y profundamente ajeno, pero siempre de cara a un límite que lo separa de su propia tierra. Así, el límite del confinamiento se transforma en una zona tabú, es decir, una línea de prohibición cuya transgresión conlleva el castigo y la sanción.

El con-finamiento de la pandemia nos ha desterrado de nuestra libertad individual demarcando una frontera de separación con la protección de la sociedad frente al peligro de un virus. Estamos delimitados y recluidos en el espacio de nuestro propio hogar con la prohibición de traspasar al otro lado. La transgresión del límite impuesto por el confinamiento implica el castigo tanto de la autoridad a través de sus dispositivos de represión como también de la sociedad y sus dispositivos morales. El transgresor es, entonces, un paria cuya des-limitación exige una sanción por poner en peligro la salud pública al valorar más su libertad privada. Un escarmiento que debe ser exhibido mediáticamente con el fin de que todas y todos celebremos juntas y juntos los valores morales de una conducta apropiada en una pandemia.

El con-finamiento nos pone de cara con la frontera y aquello que está del otro lado: la libertad. La residencia donde lo humano habita está en la autonomía como forma de autodeterminación; o, por lo menos, pensarnos como sujetos libres ha sido una imagen antropológica evocada por el pensamiento moderno que puede ser rastreada desde Descartes en adelante. Así, el progreso del ser humano está en la realización de las posibilidades de su razón: un sujeto que descubre en su propio pensamiento ―sin acudir a ninguna fuente externa de sentido y justificación― la autoevidencia de su existencia. En este aspecto, la razón moderna se con-fina a sí misma en virtud de su capacidad de trazar sus propios límites: nuestras decisiones, lo que hacemos o nos obligamos a dejar de hacer, es el resultado de una libre auto-limitación.

Los contractualistas modernos como Hobbes, Locke o Rousseau han puesto en discusión, sin embargo, la tensión entre libertad y seguridad. El uso pleno de una libertad entre individuos en un estado de naturaleza sin regulaciones morales y legales trae consigo la ausencia de un ordenamiento social que garantice la paz común. Si cada sujeto tiene potencialmente el derecho natural a “hacer lo que quiera” sin límite alguno, entonces la seguridad está confinada en las habilidades de sobrevivencia y adaptación de cada individuo. En este escenario hobbesiano (proto-darwiniano), no hay conciliación posible: a más libertad, menos seguridad. La única manera de ganar en paz social es tranzar una por la otra; negociar, por un lado, parte de nuestra posibilidad natural de hacer lo que queramos con, por otro lado, los beneficios asociados a un Estado que monopoliza la violencia y los códigos legales de las conductas sociales permitidas y no permitidas.

En su obra El contrato social (1762), Rousseau piensa, en oposición a Hobbes, que “decir que un hombre se da gratuitamente es decir algo absurdo e inconcebible”. Esto es, de acuerdo con el filósofo francés, ningún individuo racional enajenaría su propia libertad para dejar su propia vida en disposición y arbitrio de una entidad abstracta como es el Estado. Esto sería un mal negocio en el cual la pérdida es mucha en relación con la ganancia. No hay, por tanto, un pacto de sumisión en el contrato social. La asociación en el contrato hobbesiano no puede implicar la pérdida de la libertad en favor de un ente soberano absoluto. El orden o sistema político que una sociedad se da a sí misma debe, por consiguiente, asegurar y resolver cualquier posible contradicción entre libertad y convivencia social: el ejercicio racional de nuestra voluntad individual está en la construcción de un ordenamiento social que sea consistente con una voluntad general y, por ende, no implique la pérdida de libertad. Esta última es un bien innegociable, pues renunciar a ella implica renunciar también a la propia humanidad.

¿En qué sentido la pandemia actual nos lleva a pensar en el valor de la libertad? ¿Cuál es la libertad preciada que recuperaríamos con un esperado desconfinamiento? Aunque estas son las preguntas que inician esta breve reflexión, la pregunta más fundamental que se intenta plantear con ellas es, más bien, la siguiente: ¿en qué sentido se habla de valor cuando decimos “el valor de la libertad”?
Pensemos en la proclama “I will not trade my freedom for your safety” capturada en la fotografía a propósito de una pareja de manifestantes pro Trump en contra de las medidas de con-finamiento durante esta pandemia en Estados Unidos. En particular, la palabra “trade”, como sustantivo, forma parte del vocabulario económico-financiero en relación con palabras como “negocio”, “comercio”, “intercambio”, “tráfico”, “compra”, “venta” o “transacción”. Así, como verbo, “trade” significa “hacer negocios”, “realizar un trato”, “comprar o vender algo”, o “traficar con algo” o “intercambiar una cosa por otra”. Podemos, entonces, traducir la proclama al español como “No tranzaré mi libertad por tu seguridad” o “No negociaré mi libertad por tu seguridad”. En un sentido económico, ambas traducciones expresan lo siguiente: la libertad individual es considerada como un bien cuyo valor o precio es tan elevado que no resulta transable, traficable o negociable por el valor que representa la seguridad de los otros en una pandemia.

La comprensión de la libertad como insumo económico tiene su origen ya en la filosofía del contrato social. La idea misma del contrato impregna en la relación entre el individuo y la sociedad (Estado) con una relación comercial del tipo deudor-acreedor. Nietzsche identificó en esta transacción comercial la transformación de la morosidad económica en una culpa moral. Somos deudores morales ante la sociedad por un mal negocio: la entrega de nuestra libertad por la garantía de la paz social y el monopolio del castigo por parte del Estado. Es en este punto donde Rousseau da cuenta de esta mala inversión: ningún ser humano, en su sano juicio, se entrega gratuitamente a sí mismo. Todo tiene un valor de cambio; nada se da sin esperar alguna ganancia. Por esta razón, la libertad, continuando la lógica económica, no es comercializable justamente porque su valor de cambio es impagable. Aunque podríamos decir que la libertad posee un valor tal que resulta ser inconmensurable, no nos salimos del marco de lo medible y cuantificable.

La imagen moderna de libertad, acuñada entre los siglos XVII y XIX, desde la noción de contrato para un acuerdo social hasta la noción de utilidad para la construcción del principio práctico de la ética utilitarista en J. Bentham y J. S. Mill, finalmente toma su curso natural en el liberalismo económico fundado por Adam Smith hasta sus mutaciones neoliberales contemporáneas. La concepción metafísica de la libertad sostenida sobre los pilares del sujeto autosuficiente cartesiano y que se encumbra en una razón kantiana capaz de determinar sus propios límites deriva ―en un despliegue histórico que pareciera inevitable― en una imagenería liberal de la idea de libertad. Así, el con-finamiento de la pandemia nos lleva a pensar en el con-finamiento mismo de la libertad humana: la noción de autonomía del sujeto moderno en una etapa temprana es confiscada al interior de las fronteras de la ideología económica del capital en el discurso liberal.

La paulatina monetización de los fundamentos metafísicos de la noción moderna de libertad es parte de los procesos de nihilización que, de acuerdo con Nietzsche, se extienden y penetran profundamente en la cultura occidental. La muerte de dios es la progresiva pérdida de valores, es decir, la ausencia de fundamentos últimos y fuentes de sentido o propósitos trascendentales. El nihilismo es, por tanto, la permanente des-valorización de sentido en un mundo que se re-valoriza en virtud exclusiva de la lógica del valor de cambio. La retirada de la metafísica y el rebasamiento de la nada implica un mundo desfondado que deja un espacio llenado con el vacío de la especulación financiera y la generación de capital.

La pandemia, con todo el horror que arrastra consigo, nos muestra que la libertad individual se transforma en un peligro para el otro en la medida que el yo es, de suyo, un potencial agente propagador de una infección. Nuestra libertad tiene el costo de la posibilidad de la muerte de un otro sin que siquiera pudiésemos llegar a enterarnos de su rostro. Sin embargo, la idea de que nuestra libertad individual no es negociable o transable por la seguridad del otro es, finalmente, una de las caras de una nihilización global que con-fina al ser humano en el valor de cambio. Un con-finamiento que lo deja de cara al límite que lo separa de su lugar propio de residencia; un lugar difuso que no es definible bajo ningún tipo de lógica y que, por tanto, es un espacio de resistencia a la homogeneización global.

¿Cuál es finalmente la libertad que no se está dispuesto a tranzar o negociar? ¿Cuál es la libertad que queremos recuperar con el des-confinamiento? ¿Cuál es el hogar o residencia propia a la cual queremos retornar después de estar recluidos? La libertad de no ocupar mascarillas, organizar y celebrar una fiesta, o comprar la oferta en la reapertura de un centro comercial. Quizás, la libertad de enseñanza en la educación como una exigencia de consumo. O bien, dada la ausencia de protección social en Chile, la libertad que cada persona tiene para disponer de sus ahorros previsionales en un sistema de capitalización individual que, en realidad, pertenecen al mercado inversionista de la especulación financiera. Cuestión que retrata un sistema económico basado en la competencia y méritos individuales que vacía al ser humano para transformarlo en un bien de consumo, junto a otros más, transable en el mercado. La libertad humana es, por consiguiente, definida y reducida en los términos de la libertad de mercado. En definitiva, en el escenario del con-finamiento ante la pandemia, el valor de la libertad es des-valorizado en la resignificación del valor exclusivamente como valor de cambio y, con ello, lo humano es des-humanizado.

¿Hay espacio para pensar una libertad des-confinada de la lógica del valor de cambio una vez las cuarentenas se terminen? ¿Hay espacios de resistencia real frente a la tasación de lo humano en el mercado global una vez que recuperemos nuestra ansiada libertad individual? ¿Es realmente esa libertad la que queremos volver a recuperar una vez que nos des-confinen? ¿Hay una posibilidad de re-valorizar la libertad humana en un mundo postpandemia? Puede que estas preguntas desemboquen en una única pregunta: ¿puede un virus que nos con-fina en nuestras casas y nos despoja de nuestra imagen de libertad individual dejar una crisis capaz de desafiar el avance sostenido de un nihilismo capitalizado por el mercado? Quizás sí, quizás no.

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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