Columna de opinión: Otro muro [frente a Onashaga]
Lorena P. López Torres, académica de la Universidad Católica del Maule.
Otro muro, me escribió en una conocida red social Anna Kölle, artista, colaborada y amiga de Cristina Zárraga, nieta de Cristina Calderón, cuando vio que repliqué la noticia de la construcción de un muro de 70 metros de largo y 3 metros de alto en las costas de Villa Ukika (Puerto Williams, isla Navarino) que fue publicada por la prensa local magallánica. En aquel momento me quedé atónita y sin palabras que acompañaran la imagen y texto que hace unos días colgara en mi muro virtual.
Hoy, luego de leer un manifiesto que Cristina Zárraga publicara a poco de conocerse la situación, en el que recoge el parecer de miembros y representantes de la Comunidad Yagan, sigo igual de muda y profundamente entristecida por los acontecimientos desencadenados por las autoridades. Estos apelan al mejoramiento de la infraestructura de la costanera y a la seguridad de la población local y visitante de acuerdo a la normativa antisísmica instalada en Chile a partir del terremoto y tsunami de 2010, pero desconocen que esta imposición viene a mermar la comunión de los yaganes con un elemento esencial de sus vidas: el mar.
Apelar a una consulta a la comunidad para advertir una activa participación ciudadana, no es evidencia suficiente que justifique mantener a los habitantes de Ukika en la ignorancia en cuanto a las condiciones en que este muro de concreto sería levantado. Menos válido es desconocer las formas y hábitos de vida de una etnia que ha convivido con el elemento natural antes de la instalación de cualquier base, estación o pueblo en las costas de Navarino y de los canales australes aledaños.
Qué dirá su silencio, se pregunta Cristina Zárraga al pensar en su abuela, nombrada Hija Ilustre de la región de Magallanes y Antártica Chilena, y Tesoro Humano Vivo de la UNESCO, reconocimiento efectuado a través del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, hoy parte del nuevo Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Lo mismo me pregunto después de verla en una breve nota de un noticiero nacional, contemplando con desazón el bloque gris que delimita el alcance de su mirada. Se trata de la impunidad de un país que construye “progreso” a expensas de sus habitantes y sobre todo de aquellos que no siempre logran contravenir las imposiciones, pero a los cuales se recurre como “rostros emblemáticos” para afirmar cierta identidad.
Otro muro. No se construye por motivos políticos. No se construye por motivos raciales o étnicos, pero se construye. Se levanta en la ignominia de dejar caer duras consecuencias sobre los yaganes, despojados de la vista temprana de las aguas señeras de los mares australes. Se levanta sobre la ignorancia de una nación que desarrolla y acoge políticas de reivindicación y reconocimiento, pero que fuera del papel se subsume en descalabrados tratos, insolente deshumanización del otro, más pauperizado y debilitado por estas maniobras de embellecimiento del jardín nacional. Pero, a fin de cuentas, es otro muro que divide, que segrega y que (in)valida a unos y a otros.
La mudez parcialmente me abandona. Espero que estas palabras conspiren en favor de la consolidación de un resquicio respirable por donde manifestar el desamparo, las inquietudes y la visión del mundo de la etnia Yagan.
Ante las recientes (buenas) nuevas de la rebaja considerable de la altura del muro de marras, más no su completo derrumbe, esperemos que la persistencia de la Comunidad Yagan de Ukika se sostenga con valía y no sea el inicio de una batalla mayor en que el respeto hacia los pueblos originarios quede en entredicho.
Compartamos finalmente con ellos la altura de sus indicios primigenios, bajo pautas de entendimiento, respeto, dignidad y amor.