“La paz social no implica solamente la ausencia de conflictos, sino la presencia de justicia" - Universidad Católica del Maule
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“La paz social no implica solamente la ausencia de conflictos, sino la presencia de justicia”

“La paz social no implica solamente la ausencia de conflictos, sino la presencia de justicia”
23 Mar 2023


Entrevista al Dr. Javier Agüero Águila, director del Dpto. de Filosofía de la Universidad Católica del Maule. El académico es parte del equipo que lidera el ciclo “Pensar de Golpe” con el que la UCM conmemorará los 50 años del 11 de septiembre de 1973.

(Fotografía de la exposición del Museo de la Memoria en Campus Nuestra Señora del Carmen de la Universidad Católica del Maule, 2014).

Desde abril y hasta septiembre se extenderá el ciclo “Pensar de Golpe” que tiene preparada la Universidad Católica del Maule (UCM) para conmemorar los 50 años del Golpe militar en Chile.

Sobre las actividades que preparan, su mirada respecto de este momento de la historia, los avances en materia de derechos humanos, la reconciliación y otros aspectos, conversamos con el Dr. Javier Agüero Águila, director del Departamento de Filosofía de la UCM.

¿Cuál es la importancia de recordar esta fecha?

Más que “recordar”, la palabra que se ha venido utilizando es “conmemorar”, lo que no es menor, puesto que, si la descomponemos, pareciera decir “memorizar con”, lo que es muy relevante en la medida que la memoria se fragiliza si se gestiona individualmente. Los países deben recuperar colectivamente sus relatos, sobre todo los dolorosos, para proveerse de una mirada hacia el futuro que evite, tanto como se pueda, la repetición. Por lo tanto, a mi modo de ver, con-memorar esta fecha apunta necesariamente a una memoria vuelta contingencia o –como lo precisa el título de la película de Patricio Guzmán– a una “memoria obstinada”, porfiada, que insista en prevalecer y que resista a disiparse. Esto implica hacer frente, dar cara (asumiendo los riesgos y los costos emocionales enormes que esto puede traer aparejado) a la barbarie y al horror. Solo siendo conscientes de la profunda herida que se abrió el 11 de septiembre del 73, es que ese relato colectivo puede alcanzar un significado social amplio, de lo contrario podemos pasar 50 años más con sectores de la sociedad, civil y militar, que relativizan la enajenación e irracionalidad que perforó a las fuerzas armadas de la época y a su círculo civil proclive.

¿Cómo ves el golpe de 1973 en Chile a 50 años de su ocurrencia?

Las entradas, pienso, para reflexionar sobre el Golpe son múltiples. Es un fenómeno social e histórico que fractura y agrieta la sociedad chilena profundamente, por lo tanto, y diciéndolo de una forma algo tosca, es un fenómeno multifactorial. Creo que es necesario recuperar nuevamente –insistentemente– la dimensión testimonial, ya que donde hay testimonio emerge la memoria, y donde emerge la memoria se abre el portal hacia una historia que debe ser contada una y otra vez. En este sentido, estos 50 años deberían despejar la zona para que los testimonios de cualquier índole logren desplegarse en toda su magnitud. Primero, por supuesto, el de las víctimas y familiares de las y los muertas/os y detenidas/os desaparecidas/os; también el de las y los profesionales de la época; el de las y los intelectuales perseguidas/os y castigadas/os por resistir desde el pensamiento; el de las y los dirigentes sociales que hicieron el aguante desde las poblaciones jugándose la vida a cada instante; el de las y los militantes de partidos políticos que fueron masacradas/os; el importante rol de la Iglesia, por supuesto, que en esta época y en Chile, bajo el liderazgo del Cardenal Silva Henríquez, fue clave en la defensa de los DDHH, en fin. Se trataría de recuperar esos testimonios para que, al final, se logre vertebrar algo así como un relato general que favorezca la conmemoración, pero también la constatación de que aquí no puede haber dos versiones de la historia. Apostamos por memorizar en conjunto para que, parafraseando, el “nunca más” se haga costumbre.

Vemos que a pesar del paso del tiempo la sociedad chilena sigue fracturada políticamente ¿Es posible alcanzar la reconciliación nacional?

La palabra reconciliación (al igual que la palabra “perdón) es una derivada de los contextos transicionales y ha sido utilizada por diversos países con el fin de favorecer el camino hacia una suerte de “normalización social” (Chile, Uruguay, Sudáfrica, por dar algunos ejemplos sueltos). En ese sentido, la reconciliación es más bien un artefacto político-discursivo creado por la urgencia de recomponer más que una realidad social intrínseca. Lo que haría falta, y es mi opinión, para lograr algo así como un acercamiento entre chilenos y chilenas es, primero que todo, insistir en la búsqueda de justicia. La paz social (o lo que se ha dado a llamar “reconciliación” en el Chile postdictadura) no implica solamente la ausencia de conflictos, sino la presencia de justicia, aunque ésta nunca sea completamente alcanzable o plena.

Me refiero a que, por ejemplo, se libere toda la información que aún se resguarda. Por otro lado, abrir un debate nacional en donde aquellos que celebran el Golpe de Estado o que todavía se cuadran con el salvajismo llevado adelante por la dictadura y sus agentes, puedan efectivamente reconocer que lo que pasó en Chile fue un desborde extremo, la negación radical de la alteridad, una tragedia histórica, y que mientras ese acto de contrición no sea real la herida no terminará nunca de cicatrizar. Esto es difícil, muy difícil, porque aquellas y aquellos que ven al Golpe como una segunda independencia de Chile y a Pinochet como otro “libertador” de la patria, son considerables y habitan a plena luz del día, sin vergüenza y con discursos empantanados que justifican todas las muertes y atrocidades múltiples que ocurrieron.

Digo esto porque, recordemos, en las últimas elecciones presidenciales de 2021 la ultraderecha tuvo un 44% de preferencia en primera vuelta, por lo tanto, la prédica pinochetista y la devoción a los regimientos tienen niveles aceptación social altísimos. Reconciliar ese 44% que, en mayor o menor medida, se reconoce en la necesidad histórica y patriótica del Golpe, con el relato de los DDHH y la violación flagrante a los que fueron sometidos en Chile, es muy, pero muy, complejo.

¿Se ha logrado avanzar en justicia y derechos humanos en Chile en estos 50 años?

Se ha avanzado, claramente, pero, por un asunto casi de principios, nunca será suficiente, y este “no será suficiente” lo entiendo como un imperativo que debe posicionarnos, siempre, en la esquina del resguardo y no solo de la promoción de los DDHH.

Donde han ocurrido dramas tan terribles, abismos ciegos que no terminan de iluminarse, penumbras en las que el dolor no se disipa, siempre habrá algo más que buscar, recuperar, asumiendo esa zona en donde la justicia y los DDHH no tienen ley de punto final ni día de término. Si le ponemos fecha de vencimiento a la búsqueda de los/as desaparecidos/as, por ejemplo, o a la querella por la defensa de los derechos fundamentales, pues abrimos nuevamente la puerta para que la democracia se desestabilice y vuelvan a tener musculatura los discursos fascistas, racistas, xenófobos, generofóbicos, en fin –que en realidad nunca han abandonado a la sociedad chilena y con los que, sabemos, coexistimos diariamente–. En definitiva, no se puede clausurar nunca la búsqueda de las y los que no sabemos dónde están, porque este es el corazón de un potencial perfeccionamiento de cualquier democracia que se jacte de tal.

¿Qué rol juegan las universidades en este proceso y qué actividades están preparadas en relación a esta fecha?

Son claves y siempre lo han sido, para bien o para mal. En este sentido y en este momento, a 50 años del Golpe, las universidades sensibles a lo que ocurrió tienen que saber construir espacios de análisis y reflexión en serio, relevantes, que impacten en el entorno que les es inmediato y más allá. También, y como decía, perímetros testimoniales para que los 50 años no sean solo una chapa, un fetiche o una marca, sino que de alguna manera se hagan cuerpo a través de actividades que las mismas universidades puedan sacar adelante. Creo que, a nivel general, salvo, por supuesto, las instituciones de derecha(s) que le restarán importancia a la necesidad de con-memorar, la mayor parte de las universidades del país se cuadrarán con la memoria, el testimonio, la herencia y responsabilidad de traer al presente aquel pasado por cruel que haya sido. No hay otra forma de sensibilizar y generar atención respecto de una historia que, digámoslo, tiene solo 50 años, es decir un pestañeo; hablamos de una historia reciente.

La Universidad Católica del Maule ha trabajado en un ciclo que hemos llamado “Pensar de Golpe” donde, desde abril a septiembre, se realizarán una serie de actividades con destacados y destacados invitados/as representantes del mundo académico, político, de la iglesia, de las organizaciones sociales, de la prensa, las editoriales y de agrupaciones de víctimas y familiares. También se prepara un número especial de la revista de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas “Palabra y Razón”, la que lanzó un llamado a contribuciones sobre la temática (“A 50 años del Golpe de Estado: anacronías, crisis y transiciones”). Esto permitirá que una universidad como la nuestra, con sus características y desde su propio imaginario institucional, promueva una lectura de este tiempo en un sentido amplio. Queremos, tanto como se pueda, sensibilizar y sensibilizarnos de cara a lo que ocurrió en nuestro país e intentar que irrumpa, éticamente, nuestro pasado en nuestro hoy. Sin ningún afán odioso o confrontacional, por cierto, si no, particularmente, tomando posición e impulsando la reflexión.

Siento que esto, como universidad regional, es algo que nos dignifica, asumiendo que tenemos una responsabilidad no solamente con los estudiantes y el fuero interno, sino que también con la región del Maule y el país. Estamos y nos hemos preparado –ejecutivamente y a conciencia– para memorizar en conjunto estos 50 años.

Aprovecho, en esta línea, de agradecer a Rectoría, a la Dirección General de Vinculación con el Medio, a la Dirección de Comunicaciones, a la Dirección de Extensión, Arte y Cultura y al gestor de vinculación de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas por el compromiso y empeño que la han puesto a esta iniciativa. Ha significado mucho trabajo, tiempo y, también, esfuerzos económicos considerables por parte de la institución. Un ciclo como éste, de tal nivel de intensidad, no sería posible para una sola persona y el trabajo generoso y en equipo, sin duda, da frutos y motiva aún más.

¿Qué invitación hace a las nuevas generaciones para acercarse a este hecho histórico?

Al parecer las nuevas generaciones, por una cosa casi natural relativa a una cierta temporalidad, se van alejando del fenómeno y de un hecho social e histórico tan tremendo como fue el Golpe de Estado y todo lo que significó. Uno podría creer (pensando en lo que habría que reflexionar con las generaciones más jóvenes) que de lo que se trata, además, es de la inauguración de un Chile nuevo a toda escala. No solo son 50 años del Golpe, también son 50 años del orden neoliberal que, es cierto, entró en estado de régimen posteriormente, primero en 1975 con las políticas de shock para alcanzar, después, rango constitucional en 1980. No obstante, es el 73 el momentum, el año cero en el que el neoliberalismo comienza a percibir su descomunal poder de transformación y a confirmar el que será su hábitat natural.

Entonces, así como conmemoramos los 50 años del Golpe cívico-militar y la barbarie, también se trata de la instauración de un modelo completo. Las nuevas generaciones deberían, según mi punto de vista, enterarse de lo que fue este impacto sin proporciones. Ahora, el trabajo también es para nosotros y nosotras, las generaciones mayores que puedan transmitir y desplazar la constatación de una historia que ocurrió, determinando a la sociedad chilena hasta hoy.

Pienso, en este sentido, que no puede haber dos versiones de la barbarie en Chile, así como no puede haber dos versiones del Holocausto, por ejemplo; hay una pura versión y esa es la de la gestación de una enajenación. Las generaciones que vienen, ahí donde sea posible y quizás con nosotros y nosotras actuando como vasos comunicantes, ojalá acudan a la urgente memorización, sensibilizarse y asumir la historia pasada como su propia historia, que no es solamente la de sus padres, madres o abuelos/as. El pasado, en este caso, debe volverse contingencia. Aquí también hay una responsabilidad pedagógica.

Y creo que esto tremendamente importante, sustantivo al máximo porque, tal como se han venido cargando los dados, en Chile la democracia –aunque evidentemente imperfecta y cuya tendencia histórica es la de desafectar a la ciudadanía de las decisiones más importantes radicándolas en las élites tradicionales– no está asegurada y requiere ser protegida.

“Las opiniones vertidas en la presente entrevista son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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