La experiencia de enseñar-aprender con migrantes
Compartir un espacio con personas de otro país y cultura ha sido una experiencia que puedo resumir como enriquecedora y deconstructiva.
Escrito por: Isabel Ortega Prieto, estudiante de Pedagogía en Lengua Castellana y Comunicación de la Universidad Católica del Maule.
Las clases comenzaron en mayo, y a la primera llegaron diez estudiantes, todos hombres. Conversamos, y lo primero que intentamos lograr fue que ellos confiaran en nosotros, y nosotros en ellos. Nos presentamos, dijimos que queríamos ayudarles, que estábamos felices de conocerlos, y que se sintieran bienvenidos en este espacio, que a partir de ahora era nuestro.
Una sabia amiga me dijo que no podía mirarlos desde la lástima, como se suele hacer, sino que tuviese claro que eran personas que querían una herramienta, y que yo se las podía entregar. Creo que esa visión fue básica para tener el vínculo que logramos a lo largo del curso. Los chicos vienen de un contexto difícil, donde hay muchísima pobreza, pero cada domingo pude sorprenderme de lo que este grupo humano me estaba enseñando.
Chile es un país lleno de prejuicios, y temor a lo diferente, y más de una persona me dijo que tuviese cuidado, que su cultura era diferente, y sí, por supuesto que lo es, nos separan kilómetros de distancia, varios grados de temperatura y una historia que ha marcado la construcción de su pensamiento, pero eso no impidió que existiera entre nosotros un intercambio tremendo. Me sorprendí gratamente cuando uno de mis estudiantes comenzó a preguntarme sobre Nietzsche, Focault, la filosofía de Freud, y mantuvimos una conversación tremendamente interesante sobre la evolución de la filosofía. Recuerdo en otra de las clases, comenzamos a hablar sobre las distintas formas de entender la matemática. Uno de los chicos terminó explicándome de fracciones y fórmulas que en realidad yo nunca comprendí muy bien.
Fue en esos primeros momentos donde fui consciente de la deconstrucción que mencionaba al inicio. Como chilenos, con todos nuestros aires de superioridad que extrañamente heredamos de los criollos, tenemos instaurado el prejuicio de ser -mucho mejores que- seguido de cualquier cultura, nacionalidad o color diferente al nuestro, sin embargo, este grupo de migrantes me estaba mostrando la realidad, que no habían venido aquí a hacer los trabajos que desechaba el chileno, sino que tenían aspiraciones mucho mayores, pero que mientras tanto, no le hacían asco al trabajo, porque era un paso más para lograr sus objetivos: una mejor calidad de vida, que lamentablemente y por más que se esforzaran, no tendrían en su país.
Con el pasar de las sesiones me di cuenta de algo que está inevitablemente ligado con la pedagogía, y es que la enseñanza siempre es bidireccional. Simplemente, ser profesor es compartir un conocimiento, y eso implica que constantemente tus estudiantes te están enseñando también, están generando cosas nuevas a partir de lo que les estás contando, y en este caso, donde además de un contenido había toda una cultura de por medio, podría afirmar que el aprendizaje fue mucho más para mí que para ellos.
Fue así como de ver tarjetas con imágenes, de reconocer lugares y comidas típicas, pasamos al análisis gramatical de oraciones, a la conjugación de verbos, y la lectura de textos más complejos.
Cada semana ellos se llevaban un libro, y a la clase siguiente nos compartían lo que les llamaba la atención: guerras mundiales, procesos químicos, filosofía, la poesía de Neruda. Conocimos sobre la compa, música rítmica y alegre, con una danza hermosa que con gusto los chicos accedieron a enseñarnos. Supimos también sobre sus creencias, y ellos de las nuestras. Nos contaron cómo son las familias, las casas y las comunidades en Haití, muchas veces también manifestaron sobre el vacío que se siente caminar por la calle y no tener nadie con quien hablar.
Si bien al principio eran algo tímidos, el paso de las semanas fue trayendo consigo la confianza y el compañerismo. Compartimos finalmente diecisiete sesiones. Cada domingo un nuevo desafío. Ellos también me mostraron cómo son las cosas cuando realmente quieres aprender. El primer proceso finalizó con la certificación del curso de español, pero este trabajo de inserción social y cultural se proyecta mucho más a futuro.
Como profesora en formación, esta experiencia ha sido tremenda, pues además de poner en práctica lo que he aprendido en la universidad, he visto desde cerca la necesidad de políticas públicas y educacionales que transformen a nuestro país en un espacio respetuoso, donde todas las culturas puedan confluir y aprender una de la otra. La migración es una realidad hace ya bastantes años, no solo en Chile sino que en todo el mundo, por lo que se vuelve urgente trabajar en un país más amigable y abierto.
Y en lo que respecta a lo personal -que en realidad va muy de la mano con mi rol de docente- creo que he aprendido muchísimo sobre la forma en cómo nos relacionamos con el entorno, no solo en mi vida, sino que también he podido contribuir a romper prejuicios sobre la migración en mi entorno: familia, amigos y amigas, compañeros y compañeras, personas que antes veían este proceso como algo negativo o lleno de barreras, que hoy han comprendido que las fronteras no son más que líneas en un mapa. Personas que han entendido tal como yo, el tremendo aporte que genera la multiculturalidad, que han podido mirar con otros ojos la llegada de un ser humano que ha pasado por dificultades en su propia tierra, pero que con toda la valentía ha dejado atrás a seres queridos, raíces e historia, en búsqueda de un futuro mejor.
Ser extranjero no es fácil, mucho menos en contextos adversos de dificultades económicas e idiomáticas. Es hora de que miremos con amor a quienes tenemos al lado. Es tiempo de dejar de ver al migrante con recelo, como si fuese un extraño, y abramos espacios que nos conviertan en personas más humanas, más empáticas. Esta experiencia me ha enseñado el real impacto de la pedagogía en la vida de las personas, y la importancia de compartir las herramientas que tenemos como docentes, y como personas.
Me tomaré del gran cantautor español, Ismael Serrano, para decirles que acudan a la llamada. Que no se queden sentados esperando a que venga la alegría, porque está ahí, simplemente debemos ir y tomarla. Que no vendrán tiempos mejores si nos quedamos en el patio, colgando naranjas bonitas a los árboles marchitos. Les pido desde lo más profundo de mis entrañas, que salgan ahí afuera, a compartir con el mundo las herramientas que la vida les ha permitido adquirir. No es solo la población migrante, son también los pueblos originarios, la gente de sectores rurales, la comunidad.. Hay mucho que aprender, y también mucho que entregar.
Que el miedo cambie de bando,
que el precariado se haga visible,
que no se olviden de tu alegría.
Que la tristeza si es compartida
se vuelve rabia que cambia vidas.
La llamada – Ismael Serrano