Habitar los textos, leer los territorios – Entrevista a Cristián Rau - Universidad Católica del Maule
Trigger

Habitar los textos, leer los territorios – Entrevista a Cristián Rau

Habitar los textos, leer los territorios – Entrevista a Cristián Rau
27 May 2021

Fotografía: Héctor Labarca


Por Stefano Micheletti Dellamaria, académico de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Católica del Maule.

Cristián Rau es talquino. Vivió un tiempo en Roma, donde cursó un máster en periodismo cultural, y luego volvió a Chile. Junto a su familia ―y traicionando de cuajo sus valores ranguerinos— se asentó en Curicó y de vez en cuando se escapa a Llico. No quiso vivir en la metrópolis. La ambivalencia urbana y rural de nuestros territorios es valiosa, nos cuenta, solo hay que fortalecerla, empoderarla.  Cristian es periodista y editor, desde el año 2012 dirige la revista de literatura y ciudad Medio Rural. Hace pocos días salió su último libro, Jaguar, escrito junto a José Tomás Labarthe: una serie de conversaciones con quince narradores chilenos. Lo invitamos a conversar sobre la relación entre literatura y territorio.

Tradicionalmente el territorio se ha entendido como espacio físico, una especie de “contenedor” de cosas y personas. Sin embargo, en las últimas décadas esta interpretación ha cambiado, y se entiende más bien como una construcción social, donde cobran relevancia los aspectos relacionales, los factores simbólicos, emocionales, lo “vivido”. ¿Qué es para ti el territorio?

Estoy de acuerdo, creo que el territorio es un espacio físico ocupado por las relaciones humanas y sociales. Como dice el crítico inglés Terry Eagleton, es un espacio intervenido por la cultura. Desde las regiones, desde la provincia, o como se les llame a estos lugares “no capitalinos”, hemos adoptado el concepto de territorio como propio, aun cuando de acuerdo a la definición podría aplicarse a cualquier espacio físico habitado. El escritor magallánico Óscar Barrientos, propone en este sentido, que la apropiación del concepto “territorio” desde estos lugares excéntricos es altamente conveniente ya que se opone al uso de “provincia”, por nostálgico, y de “regionalización”, porque está ligado a la división espacial que hicieron los milicos durante la dictadura.

¿Qué rol juegan las historias, contadas y escritas, en la construcción de un territorio?

Podríamos decir que por una parte el territorio “construye” al grupo social que lo habita, en el sentido que las características geográficas y las condiciones climáticas, para simplificarlo, afectan y modelan las formas de vida y las prácticas sociales de los habitantes; y por el otro lado, el grupo en sí, llena de significado al lugar. Visto de esta forma, las expresiones culturales son fundamentales ya que representan la memoria y el presente de los lugares. Me parece que el ejercicio de narrar es casi inherente a la humanidad. El mito como forma de explicación de los grandes misterios es una de las primeras representaciones de esto. Pero, además, el acto narrativo (que no tiene porque ser escrito) le ha dado a las comunidades, incluso antes que la conformación de los países, la posibilidad de contar el pasado, y eso trae consigo los valores, la moral, la memoria, etcétera.

En ese sentido, me gusta mucho lo que dice Zurita sobre Chile; él propone que este país existe como poema, antes que nada. En la segunda estrofa de La Araucana de Ercilla dice: “Chile, fértil provincia y señalada/ en la región Antártica famosa/ de remotas naciones respetada/ por fuerte, principal y poderosa”. Y, a partir de esto, Zurita teoriza: “Y es impresionante la frase porque es una mentira absoluta. Chile no figuraba ni siquiera en los mapas. Y Ercilla da paso a esto. Mucho antes que un país fue un poema. Nació como un poema y de una u otra forma la historia de este raro país está ligada a la historia de su poesía”.

Cristian, tú eres editor de la revista Medio Rural. Cuéntanos un poco sobre esta apuesta literaria/territorial.

Medio Rural pretende ser una plataforma de difusión y de intercambio de ideas, nace con el objetivo de promover e incentivar el diálogo abierto y crítico en torno a temas que encarnen lo rural, desde distintas miradas y disciplinas. En nuestra web (www.mediorural.cl,) avisamos que ofrecemos poco, simplemente narrar lo que somos, algo de nuestra tierra roída por el tiempo injusto, de la manera más sincera posible. Todo esto medio en serio.

Llevamos trabajando en Medio Rural varios años y de los que nos hemos dado cuenta, es que a la hora de tratar los territorios, me parece, se exagera en una especie de sobre empatía que termina rozando la condescendencia; en ese sentido creo que hacen falta herramientas críticas, ofrecer una mirada con mayor distancia. En Medio Rural tratamos de hacer eso, aunque no estoy seguro que siempre se cumpla el objetivo.

¿Qué significa ser medio rural?

Detrás del proyecto de la revista está la idea de que no existe, al menos en los lugares donde me muevo, una frontera – un muro a lo Trump- que delimite exactamente donde termina la ciudad y comienza el campo. Más bien lo urbano y lo rural se intercalan, como dice Juan Román. Hay en ese limbo entonces una “medioruralidad”, concepto ambiguo e inventado, que algo expresa. Ahora bien, pese a lo sociológicamente interesante del nombre, suelen hacernos bullyng porque más que una revista desde donde queremos enfrentar de manera crítica-literaria ese espacio liminal y mutante, parece el nombre de un apéndice de la revista “Campo”, y nos dicen que somos una especie de aviso clasificado donde se venden arados, palas y botas de gomas.

La literatura va un poco en este sentido, ¿no? Está dejando atrás el criollismo recalcitrante y el mito de la comunidad perdida, y se están expresando nuevas voces que narran los territorios rurales desde una perspectiva sí crítica, pero también íntima. Pienso por ejemplo en el último libro de Vladimir Rivera ambientado en Parral, En el pueblo hay una casa pequeña y oscura, o en Jeidi de Isabel Bustos.

Son dos libros que me gustaron mucho. El de Rivera es un texto muy interesante, en que reconstruye sin falsas emotividades su Parral de la infancia, de los años 70 y 80, mezclando memoria, anécdotas y una historia tristísima relacionada con la dictadura. Me parece un texto extremadamente valioso. Jeidi, de Isabel Bustos, es una novelita llena de sorpresas y cosas raras, la historia de una niñita que vive en la punta del cerro con su abuelo – de ahí el “Heidi”- anclada en un Villa Prat tan actual como imposible.  Hemos tenido desde la narrativa, y desde la poesía, esfuerzos críticos, como el trabajo de Bustamante. Es lo que hace Mario Verdugo también. Tal vez falta desarrollar más esa perspectiva en otros formatos, como el ensayo.

El último número de Medio Rural fue un especial dedicado al colectivo literario “Pueblos Abandonados”, que reivindica la dimensión territorial y provincial, cuéntanos un poco de qué se trata.

En estricto rigor el último número que hicimos fue sobre el Fin del mundo, pero no lo decimos mucho porque le achuntamos medio a medio y dejó de ser chistoso. Pero claro, antes que eso, hicimos un número dedicado al colectivo “Pueblos Abandonados”, porque queríamos rescatar una propuesta que nos parece súper interesante ya que mezcla representantes de distintos lugares (Rojas Pachas y Geisse por el norte, Gaete y Mellado en la V región, Maldonado y Verdugo por nuestra región y Barrientos y Rosabetty Muñóz por el sur, por nombrar algunos), además de una mirada salvajemente crítica hacia Santiago, pero cargada de humor. Aunque es la picada de avispa a un elefante, no deja de ser valiosa y digna de revisar. Se están siempre midiendo con un enemigo grande, y son conscientes que no pueden derribarlo, eso me parece novedoso y muy jugado.

Los “abandónicos” reivindican lo local como espacio de creación, pero a la vez asumen que son lugares perdedores, olvidados, marginados. ¿Cuál es tu percepción de lo local, de la provincia chilena?

No creo en la apología de la derrota. Comprendo la tentación y comparto el placer por las historias de marginalidad, pero no toda la provincia  es así. En general, y esto es un juicio apurado y discutible, lo que tiene en común la más mala literatura de provincia es ese aire de derrota, de borracheras, y eso como tópico me aburre un poco. Ahora, alguien podrá decir que desde ahí también están escritos los mejores textos, y sí, también es cierto. Me parece que en la buena literatura territorial, por ponerle un nombre, una de las motivaciones principales debe ser intentar demoler esa imagen de la provincia como utopía de la infancia, ese lugar impoluto y perfecto, lleno de pajaritos y tortillas de rescoldo, pero sin perder la esperanza.

Acabas de publicar junto a José Tomás Labarthe La viga maestra y Jaguar, dos libros de entrevistas con poetas y narradores chilenos de las últimas décadas. ¿Cuál era su búsqueda?

Bueno, estos libros parten de una reflexión absolutamente discutible, pero que nos sirvió de punto de partida: y es que por algún motivo durante la dictadura la poesía fue mucho más preponderante que la novela y con la vuelta a la democracia, esa relevancia se invirtió. ¿Por qué? La respuesta simple a esa interrogante es que para las épocas espurias de la censura dictatorial el lenguaje cifrado y codificado, y cierta épica poética eran más necesarios, más urgentes. Luego los chilenos quisieron leerse, volver a encontrarse, quizás, y eso se verifica en el tremendo auge que tuvo la novela entre el 1990 y el 2000, con la vilipendiada “Nueva Narrativa”.

La idea de los libros, leídos en conjunto, era intentar descifrar qué pasó en Chile en los últimos casi cincuenta años a través de las producciones literarias. Se dice, y esto lo comparto relativamente, que al arte – o a los artistas- no se le debe exigir nada, pero mirados en retrospectiva hay ciertas claves presentes en las vidas de los autores y en sus obras que sí nos ayudan a comprender algunos momentos de la historia. Esta segunda entrega, Jaguar, llega hasta el 17 de octubre 2019, un día antes del estallido social (momento en que este animal se extingue definitivamente) porque busca retratar lo que fue políticamente el país desde al 1990 en adelante. Hablamos de literatura, utilizándola, como señal de los tiempos.

Para terminar, te pido que nos compartas unas líneas que te gustan particularmente, y donde aparece el vínculo entre libro/historia y territorio.

Voy a leer un pequeño extracto de un libro de Pedro Gandolfo que estamos editando en la Universidad Católica del Maule, y que es una historia personal y literaria de Colín, localidad de donde es Pedro.

“Esta indeterminación de los límites entre campo y ciudad, empero, no solo es física y urbanística, sino también cultural. Por esa irregular y mutante orilla de ciudad, ni propiamente ciudad ni campo, pulula montón de gente, es un territorio nómada, de emigrantes haitianos y colombianos, temporeros urbanos, estudiantes, campesinos semiurbanizados y  habitantes de la ciudad medio huasos que viven en el borde, cuyas casas limitan con una autopista y luego con potreros donde pastan unas vacas o donde tras las panderetas de los patios corre un canal sucio con sus sauces y después vienen las chacras y pastizales. La gente de estos bordes, y de Colín mismo, es también así, un engendro, mezcla curiosa entre urbana y rural, local y global, un tipo nuevo, y desde luego bastante movedizo, mestizo en muchos sentidos y sin pertenecía clara porque aquellos dos nítidos polos de antaño -campo y ciudad―-también han perdido precisión e inmovilidad”.

 

 

“Las opiniones vertidas en esta entrevista son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

EnglishFrançaisDeutschहिन्दीPortuguêsEspañol