Elecciones, simulacro y Disneylandia
Columna de opinión del Dr. Javier Agüero, director del Departamento de Filosofía.
En 1991 el filósofo francés Jean Baudrillard sostenía en su texto La Guerra del Golfo no tuvo lugar, que efectivamente, esta guerra fue una suerte de éxtasis o hiperrealidad impulsada por los medios de comunicación y que en lo medular habíamos asistido a una suerte de video juego, de simulacro, a algo más real que lo real, es decir lo hiperreal.
Con esta tesis, Baudrillard no perseguía decir, en literal, que la guerra no haya ocurrido ni que la invasión de Estados Unidos a Irak no fue. A lo que se refiere es que la forma en que los individuos, nosotros, recepcionamos esta guerra, fue a partir de una extrema virtualización y que, al final, nuestro imaginario se construyó sobre la base de una suerte de “telerealidad” que en nada se emparentaba con el sentir, vivir, experimentar y sufrir una guerra; sin capacidad, al mismo tiempo, de construir una genuina opinión política respecto de lo que había ocurrido y, con todo, generándose lo que denominó la cultura del “simulacro”.
Es lo que se ve, también, en sus análisis sobre Disneylandia, en los que plantea, por ejemplo, que “Disneylandia es un modelo perfecto de todos los órdenes de simulacros entremezclados. En principio es un juego de ilusiones y de fantasmas: los Piratas, la Frontera, el Mundo Futuro, etcétera.” (Cultura y simulacro, 1978, pp. 25-26). Nos habla entonces de una suerte de mundo lateral, de una matrix que, en su articulación perfecta de elementos fabulosos –en el sentido de fábula– y fuera de todo perímetro real, no nos permite constatar lo que en la órbita de lo posible constituye nuestro mundo próximo, nuestra fronteras humanas y no alegorizadas en personajes como Mickey Mouse o la Bella durmiente; un mundo lateral que deshumaniza y nos desconecta de lo alterno, del otro, del próximo, abriendo, así, el portal para que un piélago de imaginación forzosa colonice esa otra imaginación, la que se referencia en una cardinalidad donde es, justamente, la otredad más humana la que nos constituye e “ilusiona”.
Me pregunto, con esta muy general –y hasta irrespetuosa– revisión de algunos conceptos de Baudrillard, si es que, en serio, las elecciones de este domingo no son otra cosa que un simulacro, uno democrático, pero simulacro al fin. En tanto hacemos frente a un proceso viciado en su origen y vaciado de soberanía y en el que, por así decirlo, “el estado llano” no fue invitado a la fiesta sectaria que diseñó la proto-Constitución (que decidirán 50 personajes puestos ahí por los partidos políticos), vale la cuestión de si lo que viviremos este 7 de mayo no será más que la fosa desde donde emerja nuestra propia Disneylandia, una en la que no hay ratones, ni durmientes hermosas, ni piratas, ni fantasmas, pero sí espectros venidos de un más allá noventero –esos que creíamos políticamente biodegradados– reunidos en torno a una conspicua constelación de seres fabulosos que, en comunión-cónclave, decidieron los destinos de un pueblo sin ese mismo pueblo, apuntando a lo que Rodrigo Karmy llama “ademia”, en este caso, una democracia sin pueblo.
Me pregunto de nuevo, y gracias a las pistas dejadas por de Jean Baudrillard, si la sola performatividad democrática, es decir de “la estética en acto” reuniendo todos los elementos necesarios para gestionar una “verdad”, es suficiente para constatar si lo que viviremos es, efectivamente, democracia. Y, por ir más lejos, si no estamos a punto de validar un futuro –muy cercano– deslegitimado a ultranza y desfondado de una realidad soberana en el que, finalmente, no triunfen más que los “fabulosos/as” de siempre devolviéndonos a la, a esta altura, reconsabida y única verdad posible: que no somos una sociedad en el sentido amplio de la palabra sino un conjunto de archipiélagos interconectados por el mercado, cuyo destino siempre ha sido el ser gestionados y al que hemos renunciado a construir, colectivamente, entre todas y todos los que aún pensamos que la política excede, por mucho, los márgenes que nos ofrece –en este caso permutando y confiscando todo un proceso mal llamado “constituyente” – la institucionalidad.
“A una realidad diáfana responde una imaginación exangüe” escribe Baudrillard. Diremos, en nuestro caso y en este aquí y ahora en el que nos aprestamos a coronar (otra vez en nuestra insoportable repetición de la historia) el páramo de lo ilegítimo, que a una sociedad donde tendrá lugar una elección sin pueblo, le va un futuro sin horizonte, sin destino y sin emancipación.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.