Día Internacional del Trabajo: Una conmemoración de naturaleza cristiana
Columna de Opinión del Dr. Mauricio Albornoz, Pbro; decano Facultad de Ciencias Religiosas de la Universidad Católica del Maule.
En estos días estaremos conmemorando un año más del día internacional del trabajo. Fecha que nos recuerda la siempre necesaria reivindicación y homenaje a los Mártires de Chicago, sindicalistas ejecutados en Estados Unidos por participar en la lucha por la consecución de la jornada laboral de ocho horas. Tal desgraciado acontecimiento tuvo su origen en la huelga iniciada aquel 1 de mayo de 1886 cuyo punto álgido repercutió solo tres días más tarde, el 4 de mayo, en la revuelta de Haymarket.
A propósito de esta misma fecha, y como una manera de reconocer la dignidad del trabajo humano, la Iglesia vinculó este acontecimiento, por iniciativa del entonces Papa Pío XII, a la celebración de san José Obrero, patrono de los trabajadores, fiesta celebrada también el 1 de mayo.
Emerge así la pregunta por la vinculación de un acontecimiento de naturaleza sociopolítica, como la conmemoración del día internacional del trabajo, frente a otra de origen cristiano y católico, como el día de san José obrero. La ocasión proporciona un punto que muchas veces tensiona la relación entre las exigencias que brotan de la fe religiosa y el acontecer sociopolítico imperante.
En este sentido hay que recordar que la Iglesia siempre ha propuesto una enseñanza de carácter social, consiente que su misión y vocación más profunda no es política, económica o cultural respectivamente, sino religiosa. Sin embargo, lo religioso no puede renunciar, por naturaleza, a aquellas situaciones que de ellas se derivan, y que contribuyen a establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina. En consecuencia, la proposición de una Enseñanza Social por parte de la Iglesia, es fruto de un proceso de maduración de la conciencia de los católicos, cuyas bases encontramos en el mismo Evangelio de Jesús, profundizado en los cristianos de los primeros siglos, y llevado a su sistematización, como proceso de maduración coincidentemente con los hechos de Chicago, a saber, mediante el movimiento llamado catolicismo social. El gran documento fundante del catolicismo social, es la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, publicada el 15 de mayo de 1891.
Así las cosas, la comunidad de discípulos de Jesucristo comprende que la conversión permanente del corazón al verdadero Señor, debe expresarse socialmente en la adecuación constante de las estructuras familiares, sociales, políticas y culturales, a las exigencias de la justicia social y de la solidaridad. Se propone, entonces, una doctrina social a la conciencia de aquellos que se reconocen seguidores de Jesucristo o personas de buena voluntad, partiendo de una visión de la persona, de su dignidad, de sus derechos y deberes fundamentales, entregando criterios orientadores de las conductas personales, de las instituciones, de los pueblos, y de la comunidad internacional, conforme a desafíos históricos que interpelan la conciencia de la Humanidad. Por esta misma razón no se puede considerar que la enseñanza social de la Iglesia sea una especie de adorno, o definición optativa del quehacer propio de la fe.
El todo social, y el trabajo en particular, hunde sus raíces en el misterio de la Creación de Dios, madurado en el Antiguo Testamento, en el Nuevo Testamento, en la Tradición, y en el desarrollo de la propia vida cristiana. No es anecdótico que el Papa Juan Pablo II hablara de la obligatoriedad para toda conciencia cristiana de la enseñanza social. En consecuencia, el trabajo y su dignidad, junto a la solidaridad universal y opción preferencial por los pobres, tienen un grado de fundamentación teológica tan fuerte que, si un cristiano conscientemente los ignora, o los niega en el ser y el hacer, se sitúa al margen del pueblo de Dios.
Como lo recordaba tan potentemente el Papa Juan Pablo II en su encíclica a los trabajadores Laborem excercens: mediante el trabajo el ser humano no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como ser humano, es más, en un cierto sentido se hace más humano. Lo que hace de la celebración del día internacional del trabajo una conmemoración de naturaleza cristiana.