Columna de opinión: “El poder ciudadano: construcción de la democracia desde la sociedad civil”
Maximiliano Reyes, Doctorando en Ética y Democracia de la Universidad de Valencia (España). Actualmente, ejerce como pasante de investigación doctoral en la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas de la UCM.
Desde el tema que nos convoca, creemos que indagar en los significados del poder ciudadano es prerrequisito para la comprensión de la democracia, siendo nuestro interés proponer una reflexión que esté guiada por la idea de una capacidad sociopolítica que se sitúa en el núcleo de su construcción. Es así que hablar de poder ciudadano, equiparándolo a la definición de la democracia desde la sociedad civil, involucra atender a una cierta característica de quienes constituyen lo ciudadano, o que con su actuar, constituyen la ciudadanía.
Nuestra exposición se basa, en primer lugar, en la idea de que la democracia se puede construir. De acuerdo con esto, asumimos que la democracia cuenta con la cualidad –en ocasiones, no reconocida– de poder ser definida y redefinida; definición y redefinición que son, no obstante, establecidas en gran medida desde el predominio de un poder político que proviene desde la política en su sentido mínimo. A partir de ello, si la democracia puede efectivamente fundarse desde diversos lugares, el asunto a discutir es si el más apropiado para los fines de la sociedad en general -en el sentido de lo propio y en el sentido de lo adecuado- es aquel que está determinado por la capacidad de las personas para construir una realidad social que nace de lo que se piensa y se hace. Esta premisa conlleva plantear que sería desde el ejercicio de la ciudadanía y en específico, a través de la afirmación de una capacidad que denominamos facultad cívica que actúa como una manifestación de nuestra inherente naturaleza social, que la democracia adquiere su mayor relevancia como escenario para la discusión de asuntos de interés compartido.
La principal característica de una definición de democracia que esté amparada en el ejercicio de un régimen en particular y no desde la ciudadanía, está determinada según pensamos, por el dominio que ejerce en su definición, el componente político de una ideología en particular. A esto nos referimos a democracia en su sentido mínimo. De ahí que el contraste en la definición de la democracia desde el poder ciudadano, se base en el reconocimiento y en la legitimación a una particular capacidad que es propia de nosotros, las personas, lo cual nos convierte en actores de la política en su sentido amplio.
Con intención de clarificar, veamos un ejemplo: si desde lo que se conoce como régimen, podemos observar que la definición de la democracia adquiere un cariz jurídico o legal, y que se la concibe como un sistema de carácter representativo, podemos constatar en esta misma línea, que la ciudadanía también se percibe como expresión de un ordenamiento jurídico y que el ser ciudadano se expresa en la medida en que los individuos vean representadas sus opciones o en tanto que puedan cumplir con requisitos dados extrínsecamente para a partir de su cumplimiento, expresarse y ser legitimados cívicamente.
En otros casos, la democracia vista desde la distancia que provee el paso de los años, puede observarse como un medio para asegurar la estabilidad de un régimen político determinado. En estas circunstancias, podemos observar una instrumentalización de la democracia; una instrumentalización que adjetivándola como un consenso o como un elemento transicional, deriva en que ciertas posturas políticas se apropien de su definición para resguardar su permanencia en el ejercicio de un rol político.
Incluso, podríamos plantearlo de acuerdo con una variable temporal. Es decir, ¿existe primeramente un régimen y a partir de él se generan los significados del ser ciudadano y sobre cómo se realiza el ejercicio de la ciudadanía? O por el contrario, ¿es el ciudadano quien existe previamente y es gracias a la manera en que hace uso de su facultad cívica, que un determinado régimen político es definido y orientado?
Ahora bien, tratar la construcción de la democracia desde el ámbito de la sociedad civil, requiere que se tenga algún concepto respecto a lo que ésta es. Nos referimos a contar con un cierto grado de conocimiento sobre su concepto o sobre las fuentes desde donde se la define. Solo como contexto, considérese a la sociedad civil como el espacio sociopolítico en el que se manifiesta la ciudadanía. Desde este punto de vista, se atiende a que los seres humanos estamos facultados para obrar en el espacio público, siendo una de las maneras de hacerlo, como actores cívicos. O dicho de otra forma, como sujetos que podemos convertir nuestros asuntos privados en elementos comunes, en tanto que aceptamos que necesitamos de la participación de un-otro-distinto-a-mí para resolverlos. Lo cívico es en este caso, la sinergia entre lo social y lo político; la complementariedad entre lo colectivo –lo intersubjetivo– y las decisiones que se toman para la óptima conducción del espacio al que se pertenece –por ejemplo, la polis.
No obstante, en un momento dado surgirá el interrogante respecto al cómo. Aparecerán dudas relacionadas a la manera en que la manifestación de esta facultad cívica se ejemplifica en los diversos ámbitos de actuación del ser humano. ¡Y está muy bien que aparezca este tipo de preguntas!, así velamos por no convertir la definición de la democracia en un proceso relativista, en donde lo democrático está en constante construcción, pero en carente afirmación. Adoptar una u otra postura, dependerá de las condiciones sociales y políticas que existan; de las condiciones que sean garantes de una u otra manera de concebir la definición y el ejercicio de la democracia.
Asumimos que el uso o no uso de la facultad cívica está mediado por las condiciones del entorno, por lo que habría que someter a juicio tales condiciones. Y este juicio, como un proceso por el cual estas condiciones institucionales son cuestionadas, reevaluadas, afirmadas, robustecidas -deconstruidas, quizás-, es así mismo, un ejercicio de construcción democrática en el que los individuos pueden exponer sus concepciones tanto racionales como emotivas para determinar lo que ha de ser asunto de interés compartido.
Dado esto, la relevancia de la ciudadanía como forjadora de la democracia, es la revitalización de la sociedad civil como esfera de actuación pública y el reconocimiento a las diferentes maneras en que los individuos pueden participar en ella, haciéndolo desde fuera de las definiciones que el sistema representativo establece. Esto último, además de configurar una diferencia entre régimen y ciudadanía, permite diferenciar entre democracia entendida como una institución política y democracia entendida como una forma de organización de la vida social. Nuestra idea de poder ciudadano se adscribe a esta última concepción.