Columna de opinión: Plebiscito, 8M y Covid 19: De la muerte a la resurrección
Pbro. Dr. Luis Mauricio Albornoz Olivares, decano de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas de la Universidad Católica del Maule.
Hace unos días, con la celebración del Miércoles de Ceniza, comenzamos a vivir el tiempo litúrgico de la Cuaresma, un espacio privilegiado para reconocer física y espiritualmente lo más propio de la condición humana: nuestra precariedad. La experiencia de Jesucristo en el desierto se transforma en signo vital de nuestra existencia y expone nuestra humanidad a tomar conciencia de la permanente limitación en la que vivimos, pero también, la estimulante conversión a la que se nos invita. Se trata de levantar la mirada para profundizar en la Gracia de Dios que nos asiste y convierte y poder materializar así una contribución real de solidaridad social a través de la campaña de fraternidad que la misma Iglesia impulsa durante este tiempo cuaresmal.
Resulta providencial que esta precariedad humana de la que hablamos se manifieste en este tiempo litúrgico en medio de tres acontecimientos sociales relevantes y que desde distintas perspectivas empatizan con el contexto cuaresmal en el que estamos: la llegada a Chile del Covid-19, que ha evidenciado nuestra fragilidad sanitaria y económica, junto al apego social a la salud y a la vida, en donde lo relevante es protegerse, aislarse y “salvarse”. Por otro lado, el proceso constituyente, que aproxima cierto riesgo social, pues una Nueva Constitución en el mejor de los casos, podrá ver la luz a fines del 2021, por lo que habrá que asumir las consecuencias de esta decisión que hoy se hace casi evidente. A lo que se suma el 8M, que más allá del tipo de manifestación, y la pluralidad de exigencias que expresó, reflejó en el espíritu, un reclamo social necesario e imperativo, y aún débil en la aplicación de sus demandas.
Tales acontecimientos los reconocemos hoy por hoy, como auténticos signos de los tiempos, es decir, como acontecimientos significativos que marcan la historia por su generalización, y que desencadenan cierta conciencia y conmoción, que permea lo social, variables que simpáticamente están a la base de lo que el mismo tiempo litúrgico cuaresmal enfatiza. Desde esta perspectiva, el vínculo litúrgico tácito que ofrecen estas situaciones releva la experiencia cristiana, y la presenta como una especie de Dios escondido que está presente en estos acontecimientos sociales ofreciendo esperanza.
En efecto, la cuaresma, no se queda solo en la experimentación de nuestra débil condición humana, sino que se abre camino hacia la Pascua, es decir, hacia la resurrección de Jesús, dando un sentido distinto al propio tiempo y a sus características esenciales. Así las cosas, y aplicado a estas realidades que mencionamos, cabe la pregunta por el “Vía crucis” que aquí se necesita, para que la “cuaresma social” culmine en Pascua.
De las muchas voces que hoy emergen, con diagnósticos las más osadas, y con posibilidades, las más prudentes, hay una palabra cuaresmal que enfatiza y vincula estas variables como dadoras de sentido: la conversión. Se trata, no solo de un cambio estructural necesario, ni de un grito desesperado para convertirnos, ni de tomar medidas precautorias para salvarnos, pues las estructuras por sí mismas no tienen sentido sino se transforman en un medio para… es decir, necesitamos, en medio de distintos desafíos, de un acto personal de conversión.
De otro modo, se podrá cambiar la Constitución, se podrán tomar las medidas necesarias para enfrentar el Covid-19, pero si no hay conversión, de esa que no es estructural sino personal, no habrá resurrección. La cuaresma apela a esa conversión, esa que no se queda en las vestiduras, sino que penetra el corazón como recuerda el profeta. Hace trascender el grito social que requiere atención, para llevarlo a esa conversión interior que otorga a la convivencia social aquellas cosas que no están determinadas por ley, ni por Constitución alguna, aún, siendo necesarias.
Las realidades sociales y los gritos que se escuchan contribuyen a la construcción de una mejor sociedad, en tanto materializan un marco que ofrezca mayor justicia y mejor convivencia. Pero aquellas realidades que expresan humanización, brotan desde el corazón y son las que otorgan sentido a la propia vida: ¡Rasgad vuestro corazón y no vuestras vestiduras! Nos reclama la cuaresma. De otro modo podrá haber nueva ley, se podrán tomar medidas, podremos tener nueva constitución, pero seguiremos experimentando realidades como aquella que me tocó vivir paradójicamente el mismo día del 8M en la parroquia donde trabajo; un hombre golpeaba en la calle a su ex pareja simplemente porque ella decidió terminar su relación con él. Hay ley Gabriela, pero no hay cambio personal, y sin cambio personal no hay pascua, no hay resurrección, y Dios quiere, obviamente, que resucitemos.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.