Columna de opinión: “Memorias de ciego” (o te arrancaré los ojos)
Dr. Javier Agüero Águila, director del Centro de Investigación en Religión y Sociedad de la Universidad Católica del Maule.
El nombre de esta columna tributa a un libro de Jacques Derrida titulado Memorias de ciego. El autorretrato y otras ruinas (Mémoires d’aveugle. L’autoportrait et autres ruines) de 1990. En este texto y a modo muy general y somero, Derrida se preguntará por la ceguera como la posibilidad para otra visión, como la apertura hacia aquello que los “videntes” no pueden ver y para lo que están, curiosamente, ciegos. Con esta clave Derrida nos invita, primero, a desactivar la dupla ceguera-videncia que organizaría de alguna u otra forma el pensamiento del logos, haciéndonos parte, como siempre, de una zona bizarra donde lo que emergerá es la responsabilidad frente a la venida del acontecimiento, de lo incalculable y de lo imprevisible. En segundo lugar, podríamos decir entonces que lo invisible nos conduce a lo visible.
El ciego, o “el que queda ciego”, sigue viendo, no del modo en que lo entendemos occidentalmente y desde la tradición dialéctica, sino que ve de otra manera, en otro registro y desde otro lugar: “hay ojos que ya no ven, y ojos que nunca vieron. ¿Olvidará usted también a los vivientes sin ojos? No por eso viven siempre sin luz” (J. Derrida, 2000).
Hace dos días organismos policiales –en uno de los múltiples y cobardes atentados contra los derechos humanos que se han sucedido sistemáticamente en el Chile justamente retobado de las últimas semanas–, reventaron los dos globales oculares del estudiante de psicología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Gustavo Gatica. Tiene 21 años y desde ahora en adelante no verá más, al menos como vemos nosotros, o como creemos que vemos. Hemos asistido, tristemente, al regreso de una fuerza descomunal, autodefinida como legítima, ejercida por el Estado y sus agentes represivos cuya instrucción es disparar a la cara. También, tristemente, y en una tenebrosa casualidad, han sido los ojos los mutilados, como si cada balín fuera parte de un plan mayor, de una siniestra orquestación político-ocular destinada a que no se vea más; a que no reconozcas más tu espacialidad; a que no puedas mirar ni soñar en los ojos de tu compañero o compañera; en fin, se pretendería, con el cobarde balín, que el brillo de los ojos rebeldes pasen a mejor vida y no haya posibilidad alguna de mirar el futuro “con otros ojos”.
Bueno, este es el gran error del Estado y sus policías. En teoría Gustavo no verá más la cálida luz del día ni la sugerente y protectora oscuridad de la noche, deberá aprender a leer en braille y ajustar su capacidad de movimiento a intuiciones y rutinas. Seguramente necesitará ayuda para desplazarse y llorará desconsolado porque le arrebataron la posibilidad de ver un atardecer, el mar, la cordillera y ese hermoso ecosistema que fue para él la calle ensanchada por la que circuló libre y sin miedo protestando por un país más justo; llorará desconsolado, también, porque no podrá mirarse en el espejo y reconocer en sus ojos la ensoñación juvenil del derecho de vivir en paz.
Pero él mirará de otra manera y esta es su victoria, que también es la nuestra.
Desde la oscuridad foto-cromática que organizará su vida de aquí en adelante, Gustavo sabrá de otra luz, de una que se despierta al margen de los sentidos empíricos. En la profundidad de su ceguera nos hablará de otro lugar donde la cobardía, la injusticia y el abuso no lo pueden tocar. Esa hermosa y luminosa oscuridad del valiente que ratifica, desde su nuevo margen, su lucha y su condición de hombre libre, dueño de su destino, que se reconoce en los demás, en la marcha, en la protesta, al calor de la demanda común y donde no es necesario tener ojos y donde ningún balín ni bala pusilánime puede impactarlo. La tristeza es enorme, pero el ciego, como dice Derrida, no carece de luz y nos hereda la responsabilidad de ver a través de él lo que nosotros no vemos, esto es, quizás, la verdadera justicia.
“Liberar el porvenir del matiz de horizonte que tradicionalmente lo acompaña, dado que el horizonte, en su étimo griego, es un límite a partir del cual pre-comprendo el porvenir” (J. Derrida, M. Ferrari, 2009). Gustavo y tantas/os otras/as se encarrilaron, desde la ceguera que hoy será su compañera de ruta, en el porvenir. Ese que no se puede calcular y que llega siempre como el regalo de lo im-planificado. Nosotros quedamos con el horizonte del ahora y la responsabilidad de ser testimonio de esta brutalidad, la misma que nos inspira una y a otra vez a seguir diciendo lo que hay que decir, pidiendo lo que hay que pedir, soñando lo que hay que soñar y mirando de frente junto a los que no ven –o ven de otra manera–, este Chile colgado en la cuerda del abuso.
“No se detienen los procesos sociales” aunque nos arranquen los ojos.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.