Columna de opinión: “María, obra de Dios”
Horacio Hernández Anguita, encargado de la Villa Cultural Huilquilemu UCM.
Este 8 de diciembre, los santuarios dedicados a María, la madre de Jesús, son lugares de encuentro para millares de peregrinos. Caminantes de todas las edades, hacen extensas jornadas. Uno de varios santuarios de la Región del Maule, es el de la Virgen Inmaculada de Corinto, localidad visitada por los fieles, con expresiones típicas y raigambres de religiosidad muy ancestrales.
¿Qué vive, busca y reconoce el pueblo que marcha por los senderos de Chile, rezando mientras camina como en los santuarios marianos? ¿Será fuga de las actuales convulsiones y reclamos sociales, que no logran cause?
El pueblo sencillo y creyente, en estas horas extremas, con más ahínco que nunca, vuelve los ojos y el corazón confiado hacia María Inmaculada. Interrumpe el ritmo de los quehaceres habituales, para descansar y renovar las fuerzas. Al llegar a un espacio sagrado, la mirada se vuelve hacia el interior.
Sí. Es que María, según los relatos bíblicos, fue elegida por Dios para hacer en ella “maravillas”: la maravilla sorprendente de traernos a Dios al mundo. Lo caído, la culpa, la injusticia, la explotación, el llanto y la muerte, no tienen cabida en esta mujer feliz. Porque, precisamente, para acompañar a Cristo, su hijo y Señor, María Inmaculada fue preparada y dispuesta en los planes divinos, como la “llena de gracia”: debía ser tierra virginal y fecunda, donde el Hijo eterno, santuario vivo, pusiese su morada entre nosotros. De ahí que, el pueblo creyente, venere en María la obra de Dios.
Y lo que Dios hizo, lo continúa haciendo. La madre del Señor, “bendita entre todas las mujeres”, hace ahora resplandecer al “sol de justica”, Cristo, “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Esta labor la realiza desde el cielo, glorificada. Pero también la lleva a cabo en los santuarios, como madre formadora de Cristo en los cristianos, consuelo de los afligidos. Educa al pueblo santo, para que reconozca su dignidad sagrada, de hijos y hermanos.
Se comprende que cada peregrino o peregrina, se ponga en marcha; ofrezca su esfuerzo en gratitud, súplica, expiación o alabanza. La hora presente, adquiere otra dimensión: la fe viva del amor y la esperanza, hace redescubrir la victoria de Cristo que brilla en la Inmaculada. María, donde la salvación es plena, cuida para surja la creación nueva: un pueblo congregado y en marcha, servidor del reino de Cristo, reino de verdad, de justicia, de amor y de paz.