Columna de opinión: "La Ciencia y su impacto en la comunidad" - Universidad Católica del Maule
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Columna de opinión: “La Ciencia y su impacto en la comunidad”

Columna de opinión: “La Ciencia y su impacto en la comunidad”
20 Nov 2019

Dra. María Teresa Muñoz, vicerrectora de Investigación y Postgrado de la Universidad Católica del Maule.

La crisis social que enfrenta Chile actualmente nos presenta un gran desafío para todos los científicos y científicas y nos plantea una serie de interrogantes: ¿Cómo hacer ciencia con impacto real en las comunidades y en conjunto con las comunidades? ¿Qué quiere el país de nosotros? ¿Realmente nos debemos preocupar por el presupuesto para la ciencia en estos momentos en que se requieren más recursos para problemáticas más urgentes que demanda la ciudadanía como salud, educación, desarrollo social, pensiones, transporte entre las más relevantes? Por mucho tiempo, desde distintas universidades y centros de investigación hemos reclamado mayores recursos e instrumentos que permitan ejecutar ciencia de calidad en Chile.

Históricamente, los diferentes gobiernos de turno invierten bajo el 0,4% del PIB en ciencia y tecnología lo que implica un quehacer precario de la investigación científica, concentrándose principalmente en las grandes universidades de la capital del país, resolviendo problemáticas urbanas, creando nuevos instrumentos o tecnologías asociadas solo a algunas disciplinas científicas más que a otras, priorizando la innovación tecnológica por sobre la innovación social.

Todas las instituciones vivimos preocupadas por las altas exigencias que nos imponen los diversos mecanismos de calidad y de distribución de fondos que definen a través de expertos cuál es la ciencia, temáticas y el desarrollo que necesita Chile. Justamente, y en gran parte, el quehacer científico es un reflejo de la crisis social que vivimos, y la irracional competencia que se da entre instituciones por acaparar los exiguos recursos y por lograr la ansiada meta de las publicaciones indexadas y los FONDECYT necesarios para cumplir claustros de postgrados o recibir mayor aporte fiscal que nos permita mantener un círculo de productividad que nos acredite como avanzadas en investigación y permita que cada vez nos acerquemos a la complejidad.

Pero, estos mecanismos e indicadores tan precisos y objetivos en entregar una imagen del impacto en la investigación, innovación y vinculación que permiten avanzar en los ranking internacionales y en el nivel de citación de las publicaciones, han adolecido de un elemento clave, el impacto hacia la gente, demostrar cómo los hallazgos científicos mejoran la vida de las comunidades, permiten el cuidado de la naturaleza y medio ambiente, entregan insumos para derribar las inequidades, fomentan una sociedad más inclusiva y abierta al cambio.

Cómo nos cuesta definir indicadores que apunten a la colaboración entre disciplinas e instituciones, que las temáticas de investigación nazcan de la realidad de las comunidades, que no solo valoremos la labor del científico por el avance en el factor de impacto, si no por el cambio que generó su trabajo de investigación en políticas públicas o en la mejora de procedimientos clínicos, educativos o laborales entre otros. Cómo nos dificulta trabajar en equipo entre universidades y entre investigadores, desconfiamos y tenemos miedo del otro a que nos supere, a que nos quite la idea, a que avance más en la carrera científica, a que adjudique un fondo y supere al maestro. Qué difícil es reconocer el valor de cada disciplina científica en nuestro país, muchas veces esto se demuestra con los comentarios que los mismos investigadores hacen de sus pares “adjudicó ese proyecto porque en esa área es más fácil publicar”, tenemos lamentablemente arraigado en nuestro ADN este pensamiento individualista y centrado en el producto de nosotros mismos más que en la colaboración y en la visión humilde de analizar nuestros trabajos científicos y evaluar hasta que punto, los años que llevamos haciendo ciencia han impactado en la gente.

¿Cuántas veces hemos realizado charlas en 1000 científicos 1000 aulas compartiendo nuestros hallazgos con escolares de escuelas públicas ansiosos de querer saber y conocer nuestra experiencia como científicos? ¿Cuántas veces hemos ido a las comunidades rurales, a los territorios vecinales, a las organizaciones sociales a entregar nuestros resultados para que puedan utilizarlos como un insumo para generar nuevas propuestas para el desarrollo de sus comunidades y al mismo tiempo puedan exigir justicia ambiental o social?  ¿Cuántas veces nuestras ideas las compartimos para que otros las puedan adaptar a sus realidades y se pueda difundir el conocimiento abiertamente sin tener que pagar por ello o tenga que mediar algún conflicto de interés que limite su acceso? ¿Cuántas veces hemos salido a defender a la ciudadanía, a las comunidades más alejadas y con menos herramientas para hacer denuncias por contaminación ambiental y buscar estrategias para que se generen cambios en normativas, leyes o acciones del estado para visibilizar dichas problemáticas y buscar respuestas más justas que las consideren? Estamos al debe con la comunidad, debemos salir de nuestros laboratorios, oficinas, ir más allá de los congresos científicos, más allá del paper, que si bien son necesarios como un medio para difundir las nuevas tecnologías, pensamientos o modelos científicos o de investigación que derivan en el desarrollo de la ciencia de vanguardia, no son un fin en si mismos, no nos debemos confundir.

El fin por ejemplo, es cuando se descubre una nueva terapia o cura para una enfermedad que afecta a cientos de personas y se entrega la licencia ya sea comercial o no comercial hacia las comunidades o instituciones sin fines de lucro que pueden difundirla y aplicarla a la comunidad de manera justa y asequible a la realidad social de las personas. Es decir, el fin de todo producto científico o de investigación, debiera derivar en algún momento en un espacio de debate o de aplicación para el contexto donde se accede o se investiga.

Pero eso no es todo, para que la investigación científica genere realmente un beneficio para la ciudadanía, debe nacer o al menos emerger de un diagnóstico en conjunto con las propias comunidades, ser atingente a la realidad de la población, para que una intervención educativa, social o de salud funcione, debe emerger de forma multidisciplinaria y considerar las comunidades, si nos focalizamos en el modelo del experto posiblemente nuestra intervención no tenga impacto y se olvide en el tiempo, tiene que ser multidisciplinaria, es imposible generar un nuevo hallazgo que resuelva la crisis hídrica de una localidad solo desde la mirada de expertos en agua como agrónomos, biólogos o ingenieros, se debe consultar la experiencia histórica de los agricultores o vecinos de dicha zona, se debe contar con otras disciplinas como de las ciencias sociales para comprender el comportamiento humano de quienes viven y extraen el agua, se debe contar con profesores que orienten los procesos pedagógicos para poder fortalecer ciertas técnicas de educación participativa y generen estrategias de educación ambiental en las escuelas, entre otros, por ende la ciencia debe ser abierta, aplicable a las realidades locales y gestada desde la diversidad de las disciplinas, en al menos una de las etapas de la ejecución del proyecto científico.

En esto debemos ser rigurosos y disciplinados, la evidencia es clave para gestar argumentos sólidos que permitan alentar cambios en las sociedades o trascender en nuevos descubrimientos en las diversas disciplinas que nos permitan innovar y derribar esta concepción antropocentrista que prioriza el avance de la ciencia por sobre la vida y los sistemas ecológicos. Debemos abrirnos y ver que el fin del desarrollo científico no es solo la calidad de vida de las personas, es prioritariamente el respeto y cuidado por el medio ambiente y la biodiversidad de dichos sistemas (que incluye a los humanos). En ese aspecto el rol de la bioética es fundamental para velar por un quehacer científico que respete la relación entre hombres, mujeres y los demás seres vivos de una manera equitativa y cuidadosa con la vida. En síntesis, las preguntas persisten, por ende es clave que las respuestas sean construidas colectivamente, con evidencias que representen a las problemáticas reales de las comunidades, escuchar y construir ciencia con humildad.

 

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