Columna de opinión: Educadores entre lo global y lo local
Dr. Rodrigo Arellano Saavedra, académico Universidad Católica del Maule, director del Departamento de Fundamentos de la Eeducación.
(texto editado)
La formación universitaria pedagógica no puede ser solo una formación tecnológica y en conocimientos culturales, sino que tiene que entregar también formación ciudadana para contextos socioculturales democráticos actuales. (García, 2008).
La universidad tiene un rol ineludible en el contexto de una sociedad planetaria de la información, en la formación de la apreciación valorativa y la construcción de matrices de valores personales orientadas a la consolidación de estilos de vida activos comunitarios y democráticos (Martínez, 2006).
Es decir, crear una cultura docente para la gestión de sociedades democráticas para la puesta en prácticas de experiencias que favorezcan la convivencia desde valores de ética mínima para la vida y la convivencia. (Cortina, 2000). En este sentido, como señala Leiva, (2015, p. 138): “la formación intercultural del profesorado es una demanda cada vez mas emergente en lo planes de formación inicial y permanente de las titulaciones de educación” para entregar “respuestas pedagógicas de calidad al desafio de construir escuelas inclusivas”. Reconocer “la legitimidad personal y cultural “de todo el alumnado y trabajar en la cotidianidad de la vida escolar “principios de cooperación, solidaridad y confianza en el aprendizaje.” (Leiva, 2015 p. 138).
De este modo, “el profesorado es un actor clave para la construcción de una escuela de calidad, pues es la herramienta pedagógica por excelencia” (Leiva, 2015, p.139) Un docente “comprometido con el análisis de los cambios sociales” y “no como meros transmisores de información escolar supone unas nuevas responsabilidades sociales en el campo de la educación” ya que se debe asumir el deber de “fomentar en la escuela un espíritu tolerante, de respeto y convivencia en el marco de los principios democráticos de igualdad de oportunidades y solidaridad” (Leiva, 2015 p. 140).
Formar personas empáticas, ciudadanos cuya primera reacción no sea preguntar a la otra persona dónde ha nacido, sino donde vive. Son las personas las que se deben educar para transitar por paradas de buses, estar en salas de urgencia de hospitales y esperar a la hora de salida de la escuela con ciudadanos de otras culturas. La pedagogía actual debería en este sentido, revisar cuáles son los modelos de persona que se persiguen, si son reales y cotidianos o por el contrario como puede suceder son aspiraciones distantes del contexto en el que se vive, alejados de los intereses de los educandos.
Ciertamente, los actuales pedagogos en formación “están llamados a ser una fuerza positiva en el mundo”, necesitan no sólo poseer conocimientos y capacidades intelectuales, sino también verse a sí mismos como miembros de una comunidad, como individuos con una responsabilidad,” formados en el arte de la reflexión en la acción, “para contribuir a sus comunidades” (Abundis, 2012 p. 51) como docentes críticos y reflexivos. La formación pedagógica en el siglo XXI debe asumir como propio este desafío e integrarlo como una de sus funciones en su misión educativa y profesional.
Abundis, F. (2012) Universidad y formación de valores en un contexto posmoderno visión educativa IUNAES vol. 6, número 13. México.
Cortina A. (2000). Ética Mínima: Introducción a La Filosofía Práctica. 6a. ed. Madrid: Tecnos.
García, J. (2008). Formar ciudadanos europeos. Madrid: Academia Europea de Ciencias y Artes.
Leiva, J. J. (2015) Las esencias de la educación intercultural. Ediciones Aljibe. Málaga. España.
Martínez, M. (2006) Formación para la ciudadanía y educación superior. Revista Iberoamericana de Educación.