Columna de opinión: El desafío ético de la automatización inteligente - Universidad Católica del Maule
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Columna de opinión: El desafío ético de la automatización inteligente

Columna de opinión: El desafío ético de la automatización inteligente
12 Jul 2019

Cristhian Almonacid Díaz, académico del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

La huelga de los trabajadores del Sindicato Interempresa Líder para exigir a la transnacional Walmart mejores condiciones laborales no es una huelga más entre tantas demandas de justicia laboral en Chile. Esta huelga representa la primera reacción sindical a gran escala respecto a lo que se ha venido a denominar la “Cuarta Revolución Industrial”, concepto acuñado por Klaus Schwab en el foro económico mundial del año 2016.

Cada una de las revoluciones industriales han estado marcadas por la tecnologización de los procesos productivos y relevo de la fuerza de producción radicada en la mano de obra humana. En el caso de la primera revolución industrial en el siglo XVIII la mecanización se produjo gracias a al poder del vapor. La segunda revolución consistió en la industrialización en cadena gracias a la idea de Ford a comienzos del siglo XX favoreció la producción a gran escala dividiendo la producción en pequeños pasos sostenidos por la energía eléctrica. Y la tercera revolución ya muy entrado el siglo XX, se produjo gracias a la automatización que proveen los computadores y la tecnología robótica.

Cada una de estas revoluciones, obviamente, suscitaron reacciones de sospecha por parte de los trabajadores que se vieron desplazados por “fuerzas” más eficientes. Los promotores de estas revoluciones las justificaron por diferentes razones. Una de esas razones fue la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, pues el reemplazo de la fuerza humana por la mecánica permitía ubicar a los seres humanos en el lado de la inteligencia para controlar las nuevas tecnologías de producción. Así se acuñó el concepto de reconvención laboral, que consiste en favorecer la formación especializada de los trabajadores para que se adapten a los cambios asumiendo responsabilidades diferentes y adecuadas a su condición humana.

Pero ahora la cuarta revolución industrial del s. XXI es muy diferente, pues ya no se basa en el reemplazo de la fuerza laboral sino en el reemplazo de la inteligencia laboral humana por la inteligencia artificial (IA). También llamada la era del big data, nuestra época es el presente de las máquinas inteligentes: computadores, teléfonos, televisores, autos, cajeros de supermercado, cajeros de banco, etc. son una realidad de inteligencia alternativa a la humana.  Basada en la información que otorgan los datos la automatización puede mejorar las decisiones de producción en el campo industrial para aumentar los beneficios económicos, con el agregado, no menos extraordinario, de no perder utilidades por pago de vacaciones ni problematizarse por el sistema de pensiones ni por las licencias médicas.

El punto es que la IA no es un ensueño futurista sino una patente realidad. La IA parece que elige mejor que nosotros mismos gracias a algoritmos tan complejos que ninguna mente humana podría procesar. En este contexto es evidente que la idea de reconvención laboral ya no tiene el mismo poder de convencimiento, pues el trabajador ¿Qué puede aprender o hacer ante una inteligencia superior y autónoma en la cadena de producción?

Ante el avance de la ciencia y la tecnología emergen, como siempre, desafíos de reflexión ética. La automatización inteligente en la industria y el mundo laboral, parece nos obliga al reemplazo del factor humano por las máquinas. Digo “parece”, porque la tecnología no es independiente de nuestra racionalidad humana. La razón humana ha producido la tecnología de la inteligencia artificial, y por lo mismo, la IA no reemplazará a la inteligencia humana que la ha producido. Si así fuere, el inventor estaría dispuesto y entregado desde el principio a la dominación de su invento. Eso sí que es irracional.

La razón humana es intencional y por ello ética, es decir, es capaz de dar sentido a sus decisiones y justificar sus elecciones que conforman su carácter humano. Nuestras elecciones son humanas porque podemos dar razones para reafirmar lo que somos, en tanto seres racionales y libres.  Responder a un para qué le estoy dando “vida” a un robot inteligente, significa tener que asumir responsabilidades y tomar las mejores decisiones que nos permitan proteger los derechos laborales.

La inteligencia humana es creativa y por lo mismo puede crear nuevos puestos de trabajos que humanicen la producción industrial. Eso seguro da valor agregado que evidentemente no es valor monetario.  No podemos quedarnos indiferentes a cómo los avances se incorporan a nuestros procesos vitales como si tuviesen independencia respecto a nosotros mismos. Tenemos que aumentar nuestras posibilidades de adaptarnos y dar sentido humano a nuestros progresos. Eso nos hace un millón de veces más inteligentes que una pobre IA que calcula datos.

 

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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