Columna de opinión: “Un consenso (naturalmente) necesario”
Dr. Javier Agüero Águila, director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.
Quizás hace mucho tiempo la humanidad, en el sentido extensivo y complejo que se le adhiere, no había llegado a una suerte de consenso global.
Consenso es una palabra densa, espesa que, si la trasladamos al contexto chileno de los últimos –al menos– 30 años, se alimenta de abyectas historias y circunspectas negociaciones (Tomás Moulián dixit) entre diferentes agentes que se repartieron el naipe apuntando a la consolidación de un tipo de sociedad y no otra. También es una palabra cargada de “buenismo”, como si por sí sola abreviara los deseos y anhelos de todos los que son parte de una discusión, negociación o lo que fuere, obviando los capitales culturales, políticos, económicos con que los agentes concurren a disputarse lo que Pierre Bourdieu denominaría “el campo”.
Sin duda no es una palabra que me simpatice; no expresa algo estrictamente político en el amplio sentido de la palabra, siendo más bien una suerte de tékhne post-traumática que permite a los grupos humanos “rehabilitarse” y fabricarse un cierto tipo de continuidad. Sin embargo, hoy, en la era del Coronavirus, hay un consenso que parece ser mucho menos instrumental, más natural y que emerge como una constatación de la humanidad misma: “ni nosotros, ni el mundo, volverá a ser el mismo después de esta pandemia”.
Ciertamente me sumo a este consenso que tiende a ser, al mismo tiempo, una constatación. Porque no volveremos a ser los mismos, porque, cuando salgamos de esta catástrofe, volveremos al mundo social radicalmente otros, con el aislamiento en nuestras espaldas, con temor a darse la mano, a compartir la misma copa o a confundir los alientos en una sola proclama por una nueva Constitución. No seremos los mismos porque el encierro nos habrá tallado un alter-ego claustrofóbico, desafiliado y, probablemente, reformateado a la imagen de una soledad que no solo nos ha acompañado, sino que se resiste a abandonarnos. No será un juego recuperar la confianza, no será una noche de verano volver a mirarnos a los ojos y decidir, sin sospecha, abrazarnos.
Sin embargo, en todo este naufragio en donde, parafraseando al filósofo Jean-Luc Nancy, seremos “el residuo de la disolución de la comunidad”, podemos encontrar una orilla en forma de consenso puramente humano que nos tribute a todos por igual y en el que nadie palidezca, sino que se vea reflejado/a en la mejor de sus versiones. Me refiero al consenso de que una sociedad no es tal, no puede comprenderse como tal, si no recupera la idea de Estado. No un Estado creado a la imagen y semejanza de las monstruosas estructuras burocráticas tipo URSS que disponían de todo el control para gestionar y manipular los más capilares espacios de socialización de los individuos, sino que un Estado comprendido como una “construcción social”, reflejo de lo que un pueblo decide que el Estado sea. Un Estado presente pero no invasivo, un Estado que nos defienda sin perturbar nuestras decisiones personales y colectivas, en fin, un Estado que sea el punto de llegada para que, y en tanto hombres y mujeres herederos de una misma humanidad, nos reencontremos en la evaporada dimensión de la solidaridad.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.