Columna de opinión: ¿Abrazando o abrasando el bosque nativo?
Enrique Misle Acevedo, académico de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad Católica del Maule.
No creo en incendios espontáneos. En 2017 Chile entero ardía. Fue espantoso. En mi Facultad habían terminado los experimentos en un invernadero semicircular y ya no se regaba. Dentro y fuera el pasto seco estaba alto. Sin actividad, dentro la temperatura superaba 60 °C. Y nada pasó. Nada de efecto lupa ni fuego espontáneo.
Dejemos de autoengañarnos: los incendios casi siempre los provoca alguien, pues en poquísimos casos se ha demostrado fuego accidental, es decir, fogatas mal apagadas, accidentes de alguna empresa, etc. Y este verano 2019-20, ¿Qué pasa? ¿La casualidad persigue lo poco que queda de bosque nativo? En este breve comentario deseo ir a las causas de este mal en particular y de la crisis ambiental en general.
Lo primero es aceptar que esto no tiene un origen natural: no se debe al azar, ni a manchas solares, al aumento del CO2 atmosférico, ni siquiera estrictamente a la falta de precipitaciones. Esto tiene un origen humano. Quien pretenda hacer un bien a nuestra sociedad, incendiando lo poco que queda de bosque nativo está muy equivocado.
La crisis social en Chile no se arregla así. Por el contrario, solo se acelera el descalabro ambiental. El origen de estas acciones está en haber empobrecido nuestra mirada acerca de la naturaleza. Ya hace más de 50 años algunos intelectuales lo advirtieron en términos similares. Estamos cometiendo el grave error de permitir que el enfoque materialista reduzca a materia y energía nuestra apreciación del mundo que nos rodea.
Extraño fenómeno en circunstancias que la mayoría de las personas del mundo reconoce tener alguna creencia religiosa. Así, estamos perdiendo la capacidad de admiración, de fascinación cuando contemplamos la naturaleza no tocada por el hombre. Las culturas tradicionales a través de la historia han concebido la naturaleza como teofanía, como resultado o manifestación de la divinidad, cualquiera sea la religión, reconociendo que la realidad es algo más que materia.
Quienquiera que haya caminado por el bosque nativo hasta acceder a un espacio abierto dominado por grandes y columnares árboles, sin duda ha sentido como si entrara en un espacio sagrado. Los pocos lugares que quedan de naturaleza virgen o poco intervenida son espacios de conexión con ese mundo que no percibimos con los sentidos. Por eso es tan importante preservarlos.
No importa si para unos es Pachamama o Ñuque Mapu, para otros, obra de Dios creador, etc.: todas las tradiciones comparten esa apreciación más que material de la naturaleza. Lo que importa es que vivimos la crisis ética más profunda de la historia, pues la naturaleza privada de sacralidad es un objeto más que puede ser destruido en impunidad. Lo poquísimo que queda de bosque nativo es para el hombre moderno el punto donde acudir al templo primordial.
Los incendios en nuestra región, en particular los de Potrero Grande y Siete Tazas no son solo fuegos, me parece que son algo más, mucho más profundo: son la materialización de un mal, del mal esencialmente hablando, que nos despoja a todos. Hace ya tiempo y con razón, nuestro poeta, Neruda expresó: “Quién no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta”. Y pregunto: ¿Dejaremos el derecho a las futuras generaciones de conocer lo que Neruda conoció o siquiera lo que nosotros conocimos? Mi corazón está en duelo, como lo estaría el del poeta, por la pérdida de tan bellos lugares.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.