Columna de opinión: 2019: El año en que revisitamos la idea de poder y ciudadanía
Dr. Marcelo Pinochet, Director de la Escuela de Sociología de la Universidad Católica del Maule.
En el Chile de comienzos de este milenio, los organismos internacionales y diversos estudios de centros universitarios comienzan a expandir la idea de un malestar social asociado principalmente a una inadecuada manera de distribuir los ingresos y el poder. Con una alta persistencia, a partir de 2011 esta idea adquiere la forma conceptual de desigualdad, instalándose en el vocabulario de los chilenos como una característica inequívoca del modelo chileno. Aquí se cruzan por un lado la constatación de una mejora generalizada en el nivel de vida alcanzado por los chilenos, y por otro, un elevado descontento con la manera en que se organiza la sociedad o principalmente un cuestionamiento por incapacidad de las élites por actuar de forma democrática y orientada a la justicia social. A comienzos de la década, las instituciones no desarrollaron una adecuada capacidad para observar las demandas y ajustarse a ellas, al contrario, muchas de ellas con el tiempo se han dotado de una robustez que inhibe cualquier posibilidad de procesar aquellas propuestas y cuestionamientos de organizaciones o ciudadanos agrupados en colectivos.
La evidencia indica que los abusos, privilegios y falta de reconocimiento de las élites han derivado en el panorama que observamos en este fin de década.
Pero el 2019 es también el comienzo de un nuevo ciclo. La distancia existente entre la esfera política y la sociedad o ciudadanía es una realidad que se ha convertido en un lugar común en estos días, y es necesario abordarla para solucionar los problemas de los ciudadanos del Chile contemporáneo. Es allí donde el sistema hace crisis, y todos los actores lo reconocen.
El proceso constituyente debiera venir con paridad de género en su composición, inclusión de representantes de los pueblos originarios y otras cuotas que representen la variedad de la sociedad chilena, que incluya independientes. Esta es una tarea no únicamente del Ejecutivo, que más allá de no gozar de un mayoritario apoyo en este tiempo, debe ser capaz de instalar mecanismos de deliberación (foros o sistemas de negociación) en que la ciudadanía pueda canalizar sus expectativas y las instituciones u organizaciones puedan ver plasmadas sus indicaciones. Pues, se hace evidente que en Chile hay un deseo de reformas sensatas, que van más allá de un murmullo callejero o un sueño por refundar la nación.
Está sobre la mesa el valor de la democracia, la manera en que se organiza la economía, la ampliación de los derechos sociales y los mecanismos de inclusión e integración societales. Además, parece que tenemos al frente nuestro la posibilidad de crear una nueva relación que deje atrás el clivaje entre política y sociedad, pero también entre economía y ciudadanía. Es tarea de todos dar paso a una cultura inclusiva, menos segmentada, menos clasista podríamos decir también. Además, es esencial realizar un esfuerzo de renovación de las élites, donde una generación formada en democracia merece un sitio y ha de comprometerse con las ideas de justicia y bienestar social, que gozan de un abierto reconocimiento en la ciudadanía.
En el inicio de esta década, debieran converger distintas ideas o intereses, donde la ciudadanía a nivel local (considerando las características de las movilizaciones sociales) tengan un rol de privilegio y se consagren nuevos mecanismos de deliberación. Lo anterior, para que no ocurra tempranamente aquello que Niklas Luhmann describía en las siguientes palabras: “el sistema político transita muy fácilmente de crisis en crisis si no logra transformar la insatisfacción en participación ordenada”.
“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.