Columna: “¿Qué es educar?: Volvamos a lo básico”
Dra. Andrea Precht, vicerrector Académica de la Universidad Católica del Maule.
Un viejo proverbio africano nos recuerda que para educar se necesita una tribu; es decir, no es un acto individual, sino el resultado de un trabajo colectivo de una comunidad que excede a la persona que es educada. En tiempos en que exaltamos la importancia de las decisiones individuales, pero olvidamos que solo podremos construir un mundo mejor si lo hacemos con otros; vale la pena volver a preguntarnos qué significa educar.
Educar es la transmisión del patrimonio cultural de una sociedad a aquellas personas que se integran a esta. Por ejemplo, no solo una abuela educa a su nieta, sino que esta puede educar a su abuela ayudándola a alfabetizarse en la cultura digital que le es ajena. Durante ese traspaso, seleccionamos aquello que consideramos valioso y lo transformamos para responder a las necesidades del entorno. No se transmite cualquier cosa, sino aquello que se considera valioso para un grupo dado. Así, la educación tendrá dos tendencias, una reproductiva y otra transformadora.
La educación es reproductora cuando conserva el patrimonio cultural: tanto saberes, como formas de ser y de actuar en el mundo. Esta reproducción tiene un lado positivo, como cuando preserva una lengua, un saber ancestral o un modo de cuidarnos unos a otros. Sin embargo, también es posible reproducir formas injustas de ser en el mundo, permitiéndoles a algunos grupos y no a otros, el acceso pleno al patrimonio y bienes de la cultura.
Es transformadora, cuando examinamos los supuestos respecto de quienes, cuándo y cómo se ha de tener acceso a dicho patrimonio, permitiendo así que grupos previamente excluidos se beneficien de estos bienes comunes. También supone la pregunta colectiva respecto de qué saberes, prácticas y formas de ser consideramos valiosos de ser transmitidas; así como quiénes son las personas llamadas a discutirlo.
En un nivel más individual, la educación es también el desarrollo de las potencialidades de cada persona en todo orden. Así, cuando educamos, buscamos el desarrollo físico, cognitivo, emocional, ético y espiritual de las personas. Básicamente, perseguimos que cada persona llegue a ser la mejor versión de sí misma. En una sociedad democrática, esto implica reducir al máximo los obstáculos estructurales que afectan dicho proceso. Es decir, se busca que, con independencia de su origen social, familiar o étnico; o de otros factores, como su género, cada ciudadano pueda educarse.
Ello, pues, la educación tampoco es algo para exclusivo beneficio de quien se educa, lo es también para el bien de toda la comunidad. En ese sentido, la “curatoria” de aquello que se considera necesario preservar y el modo en que se potencia el desarrollo de cada persona, no es neutra. Detrás de estas decisiones, hay un imaginario del tipo de sociedad en el que deseamos vivir, el lugar que ocuparán las personas en ella, y, el modo en que se relacionarán entre sí. Es decir, educar es un acto político que busca contestar a la pregunta: ¿Cómo queremos vivir juntos?