El coipo, el puma, la tromba y la lluvia ¿Antropausa? - Universidad Católica del Maule
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El coipo, el puma, la tromba y la lluvia ¿Antropausa?

El coipo, el puma, la tromba y la lluvia ¿Antropausa?
23 Jul 2020

Fernando Córdova, Felipe Moreno y Nelson Velásquez, investigadores de la Universidad Católica del Maule.

¿Hay conexión entre fenómenos tan diversos como el de los avistamientos de animales silvestres en las ciudades, el retorno de las anheladas e intensas lluvias de antaño y el registro de una tromba marina en Iloca? Esta es una pregunta válida y propia de nuestra naturaleza como seres humanos, y también una de las características que nos distinguirían del resto de los animales. Nuestra insaciable sed de entender lo que pasa en el entorno y darle explicación, está entre los principales motores impulsores de la investigación científica.

En estos meses de confinamiento y reducción de actividades en las ciudades, hemos notado tanto en Chile como en otros países el aumento de la presencia de animales que comúnmente no se observan en estos lugares. Algunos recordarán al menos cuatro casos de pumas en  comunas de la precordillera de la capital. También a nivel local, pudimos observar la aparición del roedor más grande de Chile, el coipo, en la Plaza de Armas de Talca. Sumado a esto, al parecer también ha aumentado la abundancia de aves que habitan en zonas urbanas. ¿Son situaciones similares? ¿Ocurre en todas las especies o es conducta que se debe esperar sólo en algunas? ¿Es la poca presencia humana, la causa de este fenómeno?

Durante el último mes hemos vuelto a escuchar en los noticieros algunos conceptos como anegamiento, deslizamiento de tierra, inundaciones o caída de árboles; conceptos que hace  muchos años se habían perdido de nuestro espectro, debido a la peligrosa escasez de lluvias de más de una década. Observando los datos de la Dirección General de Aguas, para sus estaciones de Curicó, Talca, Linares y Parral, existen déficits promedios sostenidos desde el año 2015 al 2019. Es tal el aumento que representan las actuales precipitaciones, que las cifras para junio 2020 respecto a junio 2019, de las estaciones Linares 2 y Las Lomillas- San Clemente (Agroclima.cl), muestran un aumento de un 67% y un 80%, respectivamente. Agroclimatólogos de la Región del Maule esperaban para el 2020 que a la megasequía se sumara un enfriamiento de 0,5 a 1 grado Celsius de las aguas del pacífico ecuatorial, lo que bloquearía las lluvias para Chile central, provocando un déficit del 70% para nuestra región. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué se rompe (o altera fuertemente) esta tendencia hacia las menores precipitaciones? ¿Si estábamos en el periodo “niña” del ciclo de fenómenos niño-niña, cómo es que este ciclo se nos cierra tan abrupta e inesperadamente? ¿Cuál es la causa tras la interrupción de la tendencia o el aceleramiento de los procesos?

Es interesante que ahora, a los eventos invernales del Maule, debamos sumarles un nuevo concepto, el de tromba marina. Nos referimos a la manga de agua que unió aguas oceánicas y nubes frente a la localidad de Iloca en el contexto de los últimos e inestables sistemas frontales. Este fenómeno meteorológico fue un evento que por fortuna no llegó a tocar tierra, pero que de igual forma fue un punto noticioso nacional. ¿Han sido las trombas fenómenos habituales en nuestros años lluviosos? ¿Es extraña la aparición de estos eventos (naturalmente poco frecuentes) o su presencia solo se debe a que existe un mayor registro gracias a los teléfonos celulares? ¿O es algo excepcional, constituyendo un ciclo independiente dentro de una tendencia general a la desertificación? ¿Se puede vincular a la puntual alteración de la relación entre el medio ambiente y las actividades humanas producto de la batalla por frenar el coronavirus?

La comunidad científica ya ha denominado “Antropausa” al frenazo de gran parte de la actividad humana a nivel global. Un cambio de ritmo evidenciado por las imágenes televisivas de las grandes ciudades vacías, pero también por las pronunciadas caídas en los indicadores internacionales de extracción de recursos y producción de bienes y servicios. Recordarán el lunes 20 de abril del presente, cuando el precio del petróleo estadounidense (WTI) cayó un 295%, es decir, se cotizó a un precio negativo de US $ – 35, algo nunca antes visto (sin demanda hay tanto acumulado, que los costos de almacenamiento superarán los ingresos). Otro indicador es la disminución significativa del total de vuelos a nivel mundial, Flightradar24.com muestra que mayo tuvo un 52% menos y junio un 42 % menos vuelos comparado con iguales meses el año pasado (cae un 62% en los comerciales). ¿Hay posibilidad de decir que la crisis sanitaria global ha permitido disminuir las emisiones de gases asociados con el efecto invernadero? La verdad es que sí, por ejemplo Greenpeace.org informa que en el mes de abril China habría disminuido hasta en un 25% la emisión de CO2, siendo un dato importante pues este país ha sido una de las mayores fuentes de emisión. Otro dato, es que el NO2, un contaminante atmosférico, habría caído en sus emisiones a niveles incluso por debajo de los recomendados por la Organización Mundial de la Salud. Sin dudas son buenas noticias, pero… ¿esta menor emisión llegará a causar efectos positivos y nítidos?

Como seres humanos, estamos acostumbrados a construir asociaciones y vamos tras ellas, pues estas otorgan un entendimiento del entorno que nos ha permitido mayor bienestar individual y colectivo. Después de la tormenta, siempre esperamos que la calma llegará (siempre ha sido así) y reconoceremos la señales, por ejemplo en un arcoíris. La experiencia propia o transmitida a través de las generaciones, ha instalado en nuestra mente la causalidad, con argumentos en un arraigado misticismo, una platónica o poética esperanza, o por certeza científica. Si nos basamos en el último caso, entenderemos que se trata de un proceso atmosférico dinámico que termina con el movimiento de la capa de nubes o su adelgazamiento por precipitación, lo que deja pasar algunos rayos de luz solar, los que al chocar con cristales de agua, abren su espectro multicolor. Un goce visual profundo para muchos, que quizás se explica en teorías evolutivas del emocionar, y que se conecta con ancestrales rituales de agradecimiento a espíritus y panteones cósmicos. Sin embargo, una advertencia. No siempre la simultaneidad de fenómenos extraordinarios implica causalidad. Respecto a la posibilidad de conectar los tres fenómenos aludidos (comportamiento animal, clima y pandemia) debemos decir que existen elementos que apuntan en sentidos opuestos. Por un lado, a favor, tenemos la legítima interrogante ¿qué otra cosa, sino la antropausa, lo puede explicar? y por otra, está lo singular de la experiencia, sin los datos necesarios no hay explicación concreta. Una tensión que nos recuerda el necesario vínculo hipótesis – validación del método científico.

Los animales utilizan sus sistemas sensoriales para obtener información e interactuar con el ambiente. Es indudable que la actividad humana en las ciudades genera una producción masiva de distintos tipos de contaminantes como sonidos, luz artificial y compuestos químicos que pueden alterar cómo los animales perciben estos lugares. Por ejemplo, si bien las áreas verdes contenidas en las ciudades contribuyen a una mayor abundancia y diversidad de aves, y en donde la existencia de corredores que conecten estos parches es muy importante para el movimiento de los animales, se ha observado que la ocurrencia de altos niveles de ruido puede afectar negativamente su presencia. Tomando en cuenta lo anterior, es posible pensar que una reducción de nuestras actividades (antropausa) esté emitiendo menos contaminantes y que esto genere que los ecosistemas urbanos sean menos hostiles para la fauna. Actualmente, se está realizando una investigación liderada por un equipo de científicos franceses, denominada Silent Cities (Ciudades Silenciosas), en donde colaboradores de distintos países contribuimos a generar una base de datos de los ambientes acústicos de las ciudades (Talca incluida) y sus potenciales efectos sobre la fauna. No obstante, debido a que en general esta información no era recolectada de forma sistemática antes de la pandemia, habrá que esperar a que las ciudades vayan saliendo del confinamiento para poder realizar la comparación con la situación de pleno funcionamiento. Aquí queda de manifiesto la necesidad de implementar monitoreos a largo plazo para detectar a tiempo cambios en la biodiversidad. En el Doctorado en Modelamiento Matemático Aplicado de la Universidad Católica del Maule, estamos desarrollando modelos teóricos sobre esta temática, los que podrán ser contrastados con los datos obtenidos en estos monitoreos. Considerando la crisis mundial en que se encuentra la biodiversidad, es necesario aumentar el conocimiento de los efectos negativos que generan nuestras actividades con el fin de promover cambios que reviertan esta situación.

En cuanto al clima, seamos claros este es un reconocido ejemplo de sistema complejo, por lo que sus predicciones son sumamente sensibles a la calidad y cantidad de información que se obtenga del medio, no solo del inmediato sino en escala global. A modo de caricatura matemática (siempre ilustrativas) podemos decir que: si deseamos tener más días de buena predicción se requerirán volúmenes de información que crecen exponencialmente. El nivel de precipitaciones que cayeron en junio pasado, no se tenía desde hace 15 años. Lo concreto es que casi la totalidad de los modelos de predicción apuntaban para el 2020 a un reforzamiento de la megasequía. Expresiones como “las lluvias se mantendrán alejadas de la zona central” u “¿Otro año seco? Ausencia de El Niño augura baja probabilidad de lluvias” pueden ser encontradas en prestigiosos medios nacionales. “Mayo-junio-julio con altas posibilidades de déficit de lluvias” se titula un boletín de la Dirección Meteorológica de Chile de fin de abril del presente año. ¿Qué ocurrió? ¿Cómo se explica el error predictivo? ¿Azar? Se reconoce la existencia de muchos ciclos y de periodicidades a escalas de tiempo muy  distintas que influyen. Especialistas afirman que estamos en la fase precisa de la denominada Oscilación (corta) Madden-Julian y aventuran en términos técnicos algunas explicaciones. Otras voces advierten que los ríos atmosféricos, que bajan desde el pacífico ecuatorial están muy fortalecidos. No tenemos las respuestas, sólo queremos advertir de la necesidad de invertir como país en la búsqueda de estas, la anticipación salva vidas y también hace que los países obtengan provecho de las oportunidades. Muy probablemente estemos ante un nuevo efecto del cambio climático global, al haber traspasado por agregación de factores cierto umbral dinámico, mas que una causa directamente atribuible a la antropausa.

El devenir expansivo de Sars Cov-2 parece coparlo todo. Este penetró ya toda la Región del Maule, al traspasar hace poco nuestro último bastión en Vichuquén. Muy malas noticias para la mayoría de la familias, las que hacen esfuerzos nunca vistos, siguiendo las recomendaciones de las autoridades sanitarias y también implementando las suyas propias, para intentar impedir que el mal entre a sus hogares con su consiguiente reguero de dolor. Uno que lamentablemente se materializa en serias y permanentes consecuencias para la salud y, a veces, en pérdidas de las vidas de nuestros seres queridos. ¿Qué podemos hacer? Por ahora mantener o incrementar la importante responsabilidad sanitaria social individual, y más adelante, intentar materializar el deseo y ánimo de cambiar nuestra formas de relación con el planeta. Debemos, por nuestra propia seguridad, poner en valor la biodiversidad, los equilibrios, los ciclos y los espacios vitales como propósito general. Si hemos tenido que adaptar ciertas formas de funcionamiento, cuando pase la pandemia algunas podrían ser factibles de perdurar por el bien de todos. Digamos que están hoy avanzados algunos sacrificios y restricciones, hemos hecho un labor ad portas de la oportunidad de construir una alternativa de convivencia ambientalmente sostenible.

 

 

 

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