Columna de opinión: Miseria del negacionismo - Universidad Católica del Maule
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Columna de opinión: Miseria del negacionismo

Columna de opinión: Miseria del negacionismo
28 Jun 2019

Dr. Hernán Guerrero Troncoso, académico del Departamento de Filosofía de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas de la Universidad Católica del Maule.

El coloquio del martes 25 de junio “Cuestiones abiertas en una historia oral. El caso Colonia Dignidad”, organizado por la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas de la Universidad Católica del Maule, constituyó una ocasión para reflexionar sobre una costumbre de parte de la sociedad, que no pierde ocasión para intentar banalizar o minimizar los horrores cometidos por la dictadura cívico-militar, los cuales tuvieron en la Villa Baviera uno de sus escenarios más terroríficos. Las presentes líneas intentarán profundizar sobre un aspecto que aparece como urgente, a la luz de ciertas declaraciones recientes hechas en los medios y las redes sociales.

Contrariamente a cuanto afirma el título de un conocido programa de televisión, los lugares no hablan, al menos no por sí solos. Son las personas que habitan o habitaron esos lugares quienes les confieren una historia, quienes les imprimen un carácter. En muchos casos, el solo nombre del lugar evoca dicha historia y hace venir a la mente lo que se vivió allí. Así, nombres como Auschwitz, Guantánamo, Villa Grimaldi o Colonia Dignidad, nos hacen recordar horrores padecidos por un grupo de seres humanos de manos de otro grupo de seres humanos. A diferencia de otros sitios en donde también hubo hechos tanto o más cruentos, éstos no solo llevan consigo el recuerdo de actos de crueldad desproporcionada a cualquier falta o delito que pudieran haber cometido las víctimas, sino que también son símbolos de la humillación más absoluta que estas últimas podrían haber sufrido, la negación de su humanidad. Los asesinatos aleatorios en los campos de concentración nazis respondían al hecho de que un judío valía tanto –o tan poco– como cualquier otro, lo mismo que las torturas en los otros recintos, infligidas sobre los “terroristas” o los “comunistas”, no sobre tal o cual persona, con tal o cual nombre. Seres humanos, privados de lo mínimo que los distingue de los demás, de su propio nombre, reducidos a un número, a una denominación genérica, pasaron a ser objetos, con el mismo valor de una silla coja e igualmente desechables. Esa es la primera negación, la más radical y la más horrenda, una que solo puede ser llevada por el más terrible de todo lo que es terrible – el ser humano.

Sobre esta negación han surgido luego, como parásitos purulentos, otras negaciones, que intentan ocultar ese horror, ya sea buscando una explicación en lo que ocurrió antes, una justificación en lo que pasó después, o bien apelando al contexto, como si un acto surgido de la más absoluta arbitrariedad fuera compatible con alguna condición. En estas líneas me concentraré en una clase de negación, que parece ser la más común en esta época de redes sociales, y que consiste en intentar negar un hecho, haciéndose la víctima y al mismo tiempo agrediendo o denostando a quien afirma ese hecho, sin ninguna prueba más que el presupuesto de que el contrario está en un error o actúa con mala intención. Así, por el solo hecho de ser contrario, se le niega a priori cualquier validez o verosimilitud a lo que éste diga, incluso si sus afirmaciones se basan en hechos indiscutibles o ampliamente demostrados.

El caso de Colonia Dignidad sirve para dejar en evidencia este engaño, ya que no se trata solamente de un campo de concentración o un centro de torturas de la dictadura, como Villa Grimaldi, Londres 38 o la infame “Venda Sexy”, sino de un reducto que existió durante varias décadas con la anuencia o al menos la desidia de los gobiernos de turno, al interior del cual no regían las leyes chilenas ni alemanas, donde había un líder que disponía arbitrariamente de las vidas y los cuerpos de los colonos que habitaban ahí, que les negaba cualquier atisbo de dignidad humana, que sometía a quienes estaban ahí mediante drogas y una organización con ribetes de fanatismo propios de una secta. Ese sistema, dentro del cual también se llevaban a cabo experimentos con seres humanos y otras perversiones, era adecuado para ayudar a la dictadura, con la que compartían simpatías y antipatías políticas.

Gracias al valiente testimonio de sobrevivientes de la Colonia, y del trabajo de investigadores del ámbito judicial, periodístico y académico, actualmente se conoce buena parte de lo que ocurrió allí y quiénes fueron los responsables de montar y llevar adelante esa maquinaria, tanto dentro del enclave como a nivel de las autoridades chilenas y alemanas. Junto a los testimonios, existen documentos, evidencia física y una serie de peritajes que llevaron a concluir la veracidad de los horrores que se cuentan de ese lugar. Dicha labor todavía no termina, y ella misma es un grito de humanidad, que clama porque no se olviden las víctimas, para que no vuelva a ocurrir de nuevo una atrocidad similar. En este sentido, como pregonan los apóstoles del negacionismo, no se puede hablar de meras leyendas ni de una confabulación de “la izquierda” o “los comunistas” para volver a calumniar a la dictadura, porque Colonia Dignidad trasciende esos años, muestra un horror aún más grande, aún más insidioso, aún más extendido. No hubo aquí una violencia del Estado dirigida contra un grupo enemigo, que fue funcional a la implantación de un sistema económico a beneficio de unos pocos, hubo un sistema que degradaba al ser humano en función de los deseos y las perversiones de un ser monstruoso y un grupo de secuaces que se vieron beneficiados con ese sistema.

Incluso, si los profetas del negacionismo quisieran hacer uso de su derecho a disentir, cabe preguntarse dónde están los documentos, los testimonios, las pruebas que echarían por tierra lo que se ha establecido como veraz. Es más, ¿por qué un historiador, con amplia tribuna en los medios, en lugar de negar el horror cometido en dictadura y reducir cualquier investigación al respecto a un complot de “la izquierda”, no se dedica a demostrar con documentos sus diatribas? La ciencia histórica, la comprensión de los derechos humanos, la dimensión del horror de esa época oscura, ciertamente se verían beneficiados con una historia contada desde la otra parte, la de los golpistas, la de los vencedores, sin necesidad de recurrir a un “plan Z” o a los demás montajes, de indigna memoria. Porque, en último término, no basta con determinar quién es el responsable, ni siquiera con condenarlo, sobran invectivas y panegíricos cuando se trata de hechos que nos enfrentan ante la más brutal de las realidades, que los hombres parecemos no conocer límites al momento de depredar a nuestros congéneres. Es imperativo alzar la voz y recordarlo siempre, para que no dejemos que vuelva a ocurrir o, peor aun, para que no pidamos que vuelva a ocurrir o nos pongamos manos a la obra.

Ese es el sentido de las penas contra el negacionismo. Quien pide “que vuelva un Pinochet” quiere que se elimine, por cualquier método –desaparición, tortura, exilio, entre otros– a quien piensa o es distinto, a quien se considera un estorbo, a quien no se quiere tener cerca. Así, se considera indigno de los mismos derechos a quien no es como uno, se niega de antemano cualquier posibilidad de diálogo y, con ello, cualquier otro futuro que no sea el que uno estima adecuado. Las atrocidades de los regímenes totalitarios, de cualquier color y sector, no son cosa del pasado, no son sino la realización de la bestialidad intrínseca al hombre, que corre rampante cuando se le abre una rendija. De esta manera, quien pide un Pinochet –especialmente si se hace cargo de sus dichos y no lo repite porque creció escuchándolo–, se excluye por sí solo de una sociedad democrática porque no cree en ella y, por lo tanto, no puede apelar a la libertad de expresión, ya que en el fondo tampoco comparte ese principio.

Este negacionismo es el último manotazo que le queda a un engañador que, atrapado en su propia maraña de mentiras, puesta ahí para justificar sus atrocidades, ve con impotencia cómo se ahoga al tiempo que sus embustes van quedando al descubierto. Cuando ha perdido noción de qué es verdad y qué es invento, cuando entrevé que toda justificación es insuficiente para cubrir el horror, recurre a la victimización, hace de los lobos ovejas y de las ovejas lobos. Lloremos, entonces, por este engañador, mientras vemos cómo se rebela ante la evidencia, cómo se contorsiona buscando confundirnos todavía. Lloremos por él, no porque se merezca nuestra conmiseración, sino porque no es digno ni siquiera de nuestro desprecio.

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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