Columna de opinión: ¿La democracia al límite o la felicidad de los chilenos? - Universidad Católica del Maule
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Columna de opinión: ¿La democracia al límite o la felicidad de los chilenos?

Columna de opinión: ¿La democracia al límite o la felicidad de los chilenos?
30 Oct 2019

Alejandro Villalobos Martínez, doctor en Historia y académico de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Católica Del Maule.

“Me parece que no somos Felices, se nota un malestar en el ambiente que no es de cierta clase de personas sino que todo el país….”, así decía el radical Enrique Mac Iver, a inicios del siglo XX, su reflexión apuntaba a denunciar las injusticias sociales que la oligarquía chilena era incapaz de comprender, mientras la clase trabajadora laboraba de sol a sol en las oficinas salitreras en el norte, o en las minas de carbón de Lota y Coronel a cambio de miserables pagos en fichas, la élite santiaguina disfrutaba de las bondades de la riqueza en sus lujosos palacetes capitalinos, en la intensa vida social burguesa en los clubes de la unión y el hipódromo, lujosos viajes por Europa y una vida de excesos propios de la burguesía afrancesa de principios del siglo XX, y cualquier intento de levantamiento popular para cambiar esa triste desigualdad y realidad social era aplacada con fuerza militar que disponía de la vida de esos compatriotas que daban el trabajo y la riqueza, quizás el ejemplo más recordado fue la matanza de la Escuela Santa María de Iquique en diciembre de 1907, hecho de sangre y abuso donde miles de trabajadores y sus familias fueron muertos y acribillados en manos del Ejército, que recibió la orden de aplacar cualquier acto de levantamiento, es un triste recuerdo de nuestro pasado.

Hoy con dolor y tristeza, debemos reconocer que nuestra memoria histórica no ha funcionado, los medios de comunicación han concentrado sus esfuerzos en evidenciar la inmediatez de la “violencia” del que protesta, pero que lentamente se han ido generando espacios para la reflexión y la conciencia respecto a las injusticias sociales que viven los chilenos que día a día se esfuerzan por hacer un país más justo y solidario casi al final de las dos primeras décadas del siglo XXI, considerando que más del 50% de los chilenos gana sueldos menores a 400 mil pesos mensuales, es capaz de resistir los abusos de las “muy justificadas” alzas de la luz, las alzas de la locomoción, las miserables pensiones. En cambio, durante el último tiempo hemos visto actos de privados que adquieren connotación pública en temas de colusión económica, algunos han sido condenados por la justicia por robo, malversación de fondos públicos, saquean Chile a destajo y como castigo la justicia determina que deben ir a clases de ética como sanción, otros no pagan las contribuciones justas, o bien se les condonan impuestos como algunas tiendas del retail. ¡Es evidente que en Chile no todos son felices, nadie con las inequidades de este país puede tener esperanza de un futuro mejor!

En una mirada histórica el resultado es que Chile tiene un origen endémico de inequidades y de la construcción de una sociedad de privilegios que hace felices solo algunos. Nuestra conformación nacional desde su origen es desigual, y se ha transformado en un mal estructural, difícil de erradicar, en la medida que se encuentra arraigado en el consciente e inconsciente colectivo. Imaginemos que en la sociedad colonial en el siglo XVIII _génesis de nuestro país_, se instalaron profundas desigualdades entre españoles y criollos, siendo los primeros la casta privilegiada políticamente a cargo del Estado español y dueña de la tierra, en la vereda opuesta, criollos muchos con riqueza económica pero sin participación política, lo que generó un descontento hizo crisis con la Primera Junta de gobierno en septiembre de 1810, pero por otra parte aparecen mestizos, indígenas, campesinos y comerciantes que escasamente tuvieron alguna participación, más bien fueron invisibilizados por ese modelo de Estado.

Estas diferencias se mantuvieron con posterioridad al 1810, con nulos cambios, es decir, la junta de 1810 solo estableció reformas políticas con escaso impacto en el orden social de la época, más bien comenzó a perpetuarse una conducta de normalización que en cualquier sociedad debían existir grupos con y sin privilegios. Se instaló una mirada aristocrática que vio su máxima expresión en la Constitución Política de 1833 como parte del ideario político de Diego Portales, quien perpetuó privilegios a una fronda aristocrática, privilegiando a los hombres cuya riqueza estaba sustentada en la tierra, en la que se excluían de todo acto a las mujeres, a los no católicos, y se terminó configurando una sociedad republicana excluyente y no inclusiva hasta 1925. De ahí en adelante, solo hubo intentos de reivindicaciones sociales que fueron periódicamente aplacadas por la violencia de Estado hasta nuestros días.

Por tanto, no es extraño que los medios de comunicación disponibles en cualquier época, tengan la tendencia a criminalizar a los ciudadanos que protestan, y para evitar los levantamientos se sacan los tanques a la calle, se resaltan las pérdidas materiales y el orden público. Pero en el fondo, está el descontento, el malestar general del ciudadano que trabaja largas jornadas, por sueldos que no alcanzan a satisfacer las necesidades de una sociedad de consumo que arrastra a los seres humanos a la búsqueda de la felicidad en las cosas y poco o nada en el qué y en el cómo de las cosas y del ser.
Asimismo en las últimas décadas, hemos visto diversos intentos de eliminar de los curriculum escolares disciplinas humanistas, que claramente fortalecer la existencia del ser humano más allá del modelo económico, se instala el discurso de que “no aportan” que no contribuyen a la formación práctica disciplinas tales como la Filosofía, la Historia o las Artes, áreas disciplinarias que claramente debieran ser en cualquier sociedad el eje central para pensar el ser humano que deseamos, que nos permita comprender los contextos y las realidades de los hombres.

No justifico la violencia, pero comprendo en perspectiva histórica el malestar social que en más de 200 años de historia no hemos atendido, ahora en función de estas desigualdades invito a que reflexionemos, ¿es esta la democracia que deseamos o que necesitamos? ¿Cuánto pueden contribuir las instituciones a las que pertenecemos? ¿Es realmente una crisis de las instituciones o también es una crisis de las personas? ¿cuánta legitimidad pueden tener los movimientos sociales que no miran la experiencia del pasado? Probablemente, Si leyéramos algo más de Historia a lo mejor seriamos una sociedad que reconocería en su pasado la luz de los tiempos, reconoceríamos a la historia como maestra de la vida, una maestra que le coartamos la posibilidad de redimirnos como pueblo, como nación y como ciudadanos, para un Chile, más justo, más solidario, un Chile que haga de su pasado el camino para el futuro un Chile para todos y todas”.

“Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento de la Universidad Católica del Maule”.

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