Villa Cultural Huilquilemu UCM archivos - Universidad Católica del Maule
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(Publicado originalmente en Diario Talca) Una vez que se inventó el tejido, surgió la necesidad de decorarlo. Sin embargo, la decoración y el tejido estaban limitados a patrones de bandas o cuadrículas impuestas por la dirección de los hilos que conformaban la tela. Por lo tanto, se buscó una forma de lograr diseños más libres, variados y delicados. Así nació la idea de decorar u ornamentar la tela, que se desarrolló a partir de las posibilidades creativas del deseo de diseñar bocetos y formas, pasando hilos a través de la tela de fondo con la ayuda de una aguja. Fue así como se originó el arte del bordado. El origen del bordado, entonces, se remonta a tiempos inmemoriales. Es un arte que ha sido practicado desde las más antiguas civilizaciones. Esta actividad manual se realizaba para dar respuesta social a la necesidad de distinción de clase que manifiestan los hombres, necesidad que llevó a éstos a adornar sus indumentarias casi tan pronto como se vistieron. Por eso, se cree que el bordado respondió a la necesidad de crear atributos para los jefes, de enriquecer los objetos destinados al culto religioso, y por lo que atañe a la mujer –el afán innato por agradar–, hace que ella lo utilice desde un primer momento para realzar su belleza. Del bordado hay testimonio documental en las Sagradas Escrituras, códices y manuscritos antiguos, además de antiguos historiadores y escritores hebreos, griegos y romanos. Asimismo, fuente de información son las esculturas y bajorrelieves de la antigüedad, donde podemos apreciar los adornos, posiblemente bordados, con que embellecían las indumentarias. Algunos historiadores plantean que el tejido se conoció tempranamente en Egipto, hace unos 6000 años. De acuerdo a ello puede considerarse que el bordado puede remontar a fechas próximas a aquella época, dado que es en el Valle del Nilo donde se datan los más antiguos ejemplares de tela que se conocen y donde gozó de cierto florecimiento, sobre todo en la ornamentación. En el poema Ilíada, uno de los primeros textos de la épica grecolatina, y que se estima escrito por Homero en el siglo VIII a.C., es posible encontrar alusión al arte de bordar. En el Canto VIII, Batalla interrumpida, se lee: Atenea, hija de Zeus, portador de la égida, dejó resbalar sobre el umbral de su padre el delicado vestido bordado, fabricado con la labor de sus propias manos, y vistiéndose con la túnica de Zeus, que las nubes acumulan, se fue equipando con las armas para el lacrimoso combate. Del mismo modo, la Biblia ilustra la práctica de esta labor. Por ejemplo, en el libro de Éxodo en la descripción acerca de la construcción del tabernáculo –y después, el templo de Jerusalén que construyó el rey Salomón– aparece especificado cómo debía tejerse, teñir, coser y bordar las cortinas y las cubiertas del tabernáculo. También en el salmo 45 encontramos esta referencia: Harás la morada con diez cortinas de lino fino trenzado con hilo violeta, rojo y escarlata, y con querubines artísticamente bordados. Por lo que respecta a Huilquilemu, un grupo de mujeres congregadas por la Villa Cultural de la Universidad Católica del Maule, realizó este oficio en sus dependencias por más de 30 años; desde 1979 hasta febrero de 2010, fecha del terremoto que azotó a nuestro país. Hasta entonces el trabajo lo hicieron con esmero, dedicación, entusiasmo y, sobre todo, con el deseo de compartir vivencias entre ellas, las que plasman en las telas. Todas las semanas, año a año, se reunían en este lugar para cotejar sus bordados, repartirse los materiales que usaban y comentar lo concebido por la imaginación. El sismo las alejó del lugar. Desde entonces, dejaron de ser presencia cultural en la Villa. Sin embargo, el oficio siguió vivo, pero sin la fuerza que da el congregarse para compartir la faena, la amistad y la demanda de quienes gustaban de sus obras. Hasta el día de hoy las bordadoras continúan el oficio en sus hogares. Los trabajos los hacen a pedido de clientes. Normalmente éstos los requieren para regalos especiales, dentro o fuera del país. Como dicen las mismas bordadoras, sus obras “vuelan y se van”. De éstas, no hay registro alguno. Afortunadamente, el Museo de la Villa Cultural Huilquilemu, preserva desde 1979 una valiosa colección que atesora el oficio desarrollado por las bordadoras, el que corresponde a una expresión de cultura popular; amalgama sus habilidades manuales con ideas e inspiraciones tomadas de la vida cotidiana y del entorno natural. Por eso, entre los recuerdos de escenas campesinas, manifestaciones sociales y religiosas, juegos y actividades laborales del campo, surgen los bordados de estas manos diestras. Las piezas están llenas de color y movimiento. Todas ellas aguardan la anhelada restauración del inmueble patrimonial para ser exhibidas nuevamente para el deleite de los visitantes.   Crédito: Ana María González Yévenes, encargada de la Villa Cultural Huilquilemu de la Universidad Católica del Maule.

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EL BORDADO Y HUILQUILEMU

EL BORDADO Y HUILQUILEMU

[responsivevoice_button voice="Spanish Latin American Female" buttontext="Escucha la nota"] El arte del bordado ha existido desde tiempos remotos y en diferentes civilizaciones. Tradicionalmente, se ha asociado con una habilidad femenina. La invención del tejido precedió al bordado, como se menciona en la obra de Hesíodo, "Trabajos y Días", alrededor del año 800 a.C. Según el poeta griego, en el contexto del mito de Prometeo y Pandora, Zeus le pidió a Atenea que le enseñara a tejer telas con delicados encajes. (Publicado originalmente en Diario Talca) Una vez que se inventó el tejido, surgió la necesidad de decorarlo. Sin embargo, la decoración y el tejido estaban limitados a patrones de bandas o cuadrículas impuestas por la dirección de los hilos que conformaban la tela. Por lo tanto, se buscó una forma de lograr diseños más libres, variados y delicados. Así nació la idea de decorar u ornamentar la tela, que se desarrolló a partir de las posibilidades creativas del deseo de diseñar bocetos y formas, pasando hilos a través de la tela de fondo con la ayuda de una aguja. Fue así como se originó el arte del bordado. El origen del bordado, entonces, se remonta a tiempos inmemoriales. Es un arte que ha sido practicado desde las más antiguas civilizaciones. Esta actividad manual se realizaba para dar respuesta social a la necesidad de distinción de clase que manifiestan los hombres, necesidad que llevó a éstos a adornar sus indumentarias casi tan pronto como se vistieron. Por eso, se cree que el bordado respondió a la necesidad de crear atributos para los jefes, de enriquecer los objetos destinados al culto religioso, y por lo que atañe a la mujer –el afán innato por agradar–, hace que ella lo utilice desde un primer momento para realzar su belleza. Del bordado hay testimonio documental en las Sagradas Escrituras, códices y manuscritos antiguos, además de antiguos historiadores y escritores hebreos, griegos y romanos. Asimismo, fuente de información son las esculturas y bajorrelieves de la antigüedad, donde podemos apreciar los adornos, posiblemente bordados, con que embellecían las indumentarias. Algunos historiadores plantean que el tejido se conoció tempranamente en Egipto, hace unos 6000 años. De acuerdo a ello puede considerarse que el bordado puede remontar a fechas próximas a aquella época, dado que es en el Valle del Nilo donde se datan los más antiguos ejemplares de tela que se conocen y donde gozó de cierto florecimiento, sobre todo en la ornamentación. En el poema Ilíada, uno de los primeros textos de la épica grecolatina, y que se estima escrito por Homero en el siglo VIII a.C., es posible encontrar alusión al arte de bordar. En el Canto VIII, Batalla interrumpida, se lee: Atenea, hija de Zeus, portador de la égida, dejó resbalar sobre el umbral de su padre el delicado vestido bordado, fabricado con la labor de sus propias manos, y vistiéndose con la túnica de Zeus, que las nubes acumulan, se fue equipando con las armas para el lacrimoso combate. Del mismo modo, la Biblia ilustra la práctica de esta labor. Por ejemplo, en el libro de Éxodo en la descripción acerca de la construcción del tabernáculo –y después, el templo de Jerusalén que construyó el rey Salomón– aparece especificado cómo debía tejerse, teñir, coser y bordar las cortinas y las cubiertas del tabernáculo. También en el salmo 45 encontramos esta referencia: Harás la morada con diez cortinas de lino fino trenzado con hilo violeta, rojo y escarlata, y con querubines artísticamente bordados. Por lo que respecta a Huilquilemu, un grupo de mujeres congregadas por la Villa Cultural de la Universidad Católica del Maule, realizó este oficio en sus dependencias por más de 30 años; desde 1979 hasta febrero de 2010, fecha del terremoto que azotó a nuestro país. Hasta entonces el trabajo lo hicieron con esmero, dedicación, entusiasmo y, sobre todo, con el deseo de compartir vivencias entre ellas, las que plasman en las telas. Todas las semanas, año a año, se reunían en este lugar para cotejar sus bordados, repartirse los materiales que usaban y comentar lo concebido por la imaginación. El sismo las alejó del lugar. Desde entonces, dejaron de ser presencia cultural en la Villa. Sin embargo, el oficio siguió vivo, pero sin la fuerza que da el congregarse para compartir la faena, la amistad y la demanda de quienes gustaban de sus obras. Hasta el día de hoy las bordadoras continúan el oficio en sus hogares. Los trabajos los hacen a pedido de clientes. Normalmente éstos los requieren para regalos especiales, dentro o fuera del país. Como dicen las mismas bordadoras, sus obras “vuelan y se van”. De éstas, no hay registro alguno. Afortunadamente, el Museo de la Villa Cultural Huilquilemu, preserva desde 1979 una valiosa colección que atesora el oficio desarrollado por las bordadoras, el que corresponde a una expresión de cultura popular; amalgama sus habilidades manuales con ideas e inspiraciones tomadas de la vida cotidiana y del entorno natural. Por eso, entre los recuerdos de escenas campesinas, manifestaciones sociales y religiosas, juegos y actividades laborales del campo, surgen los bordados de estas manos diestras. Las piezas están llenas de color y movimiento. Todas ellas aguardan la anhelada restauración del inmueble patrimonial para ser exhibidas nuevamente para el deleite de los visitantes.   Crédito: Ana María González Yévenes, encargada de la Villa Cultural Huilquilemu de la Universidad Católica del Maule.

(Publicado originalmente en Diario Talca) Una vez que se inventó el tejido, surgió la necesidad de decorarlo. Sin embargo, la decoración y el tejido estaban limitados a patrones de bandas o cuadrículas impuestas por la dirección de los hilos que conformaban la tela. Por lo tanto, se buscó una forma de lograr diseños más libres, variados y delicados. Así nació la idea de decorar u ornamentar la tela, que se desarrolló a partir de las posibilidades creativas del deseo de diseñar bocetos y formas, pasando hilos a través de la tela de fondo con la ayuda de una aguja. Fue así como se originó el arte del bordado. El origen del bordado, entonces, se remonta a tiempos inmemoriales. Es un arte que ha sido practicado desde las más antiguas civilizaciones. Esta actividad manual se realizaba para dar respuesta social a la necesidad de distinción de clase que manifiestan los hombres, necesidad que llevó a éstos a adornar sus indumentarias casi tan pronto como se vistieron. Por eso, se cree que el bordado respondió a la necesidad de crear atributos para los jefes, de enriquecer los objetos destinados al culto religioso, y por lo que atañe a la mujer –el afán innato por agradar–, hace que ella lo utilice desde un primer momento para realzar su belleza. Del bordado hay testimonio documental en las Sagradas Escrituras, códices y manuscritos antiguos, además de antiguos historiadores y escritores hebreos, griegos y romanos. Asimismo, fuente de información son las esculturas y bajorrelieves de la antigüedad, donde podemos apreciar los adornos, posiblemente bordados, con que embellecían las indumentarias. Algunos historiadores plantean que el tejido se conoció tempranamente en Egipto, hace unos 6000 años. De acuerdo a ello puede considerarse que el bordado puede remontar a fechas próximas a aquella época, dado que es en el Valle del Nilo donde se datan los más antiguos ejemplares de tela que se conocen y donde gozó de cierto florecimiento, sobre todo en la ornamentación. En el poema Ilíada, uno de los primeros textos de la épica grecolatina, y que se estima escrito por Homero en el siglo VIII a.C., es posible encontrar alusión al arte de bordar. En el Canto VIII, Batalla interrumpida, se lee: Atenea, hija de Zeus, portador de la égida, dejó resbalar sobre el umbral de su padre el delicado vestido bordado, fabricado con la labor de sus propias manos, y vistiéndose con la túnica de Zeus, que las nubes acumulan, se fue equipando con las armas para el lacrimoso combate. Del mismo modo, la Biblia ilustra la práctica de esta labor. Por ejemplo, en el libro de Éxodo en la descripción acerca de la construcción del tabernáculo –y después, el templo de Jerusalén que construyó el rey Salomón– aparece especificado cómo debía tejerse, teñir, coser y bordar las cortinas y las cubiertas del tabernáculo. También en el salmo 45 encontramos esta referencia: Harás la morada con diez cortinas de lino fino trenzado con hilo violeta, rojo y escarlata, y con querubines artísticamente bordados. Por lo que respecta a Huilquilemu, un grupo de mujeres congregadas por la Villa Cultural de la Universidad Católica del Maule, realizó este oficio en sus dependencias por más de 30 años; desde 1979 hasta febrero de 2010, fecha del terremoto que azotó a nuestro país. Hasta entonces el trabajo lo hicieron con esmero, dedicación, entusiasmo y, sobre todo, con el deseo de compartir vivencias entre ellas, las que plasman en las telas. Todas las semanas, año a año, se reunían en este lugar para cotejar sus bordados, repartirse los materiales que usaban y comentar lo concebido por la imaginación. El sismo las alejó del lugar. Desde entonces, dejaron de ser presencia cultural en la Villa. Sin embargo, el oficio siguió vivo, pero sin la fuerza que da el congregarse para compartir la faena, la amistad y la demanda de quienes gustaban de sus obras. Hasta el día de hoy las bordadoras continúan el oficio en sus hogares. Los trabajos los hacen a pedido de clientes. Normalmente éstos los requieren para regalos especiales, dentro o fuera del país. Como dicen las mismas bordadoras, sus obras “vuelan y se van”. De éstas, no hay registro alguno. Afortunadamente, el Museo de la Villa Cultural Huilquilemu, preserva desde 1979 una valiosa colección que atesora el oficio desarrollado por las bordadoras, el que corresponde a una expresión de cultura popular; amalgama sus habilidades manuales con ideas e inspiraciones tomadas de la vida cotidiana y del entorno natural. Por eso, entre los recuerdos de escenas campesinas, manifestaciones sociales y religiosas, juegos y actividades laborales del campo, surgen los bordados de estas manos diestras. Las piezas están llenas de color y movimiento. Todas ellas aguardan la anhelada restauración del inmueble patrimonial para ser exhibidas nuevamente para el deleite de los visitantes.   Crédito: Ana María González Yévenes, encargada de la Villa Cultural Huilquilemu de la Universidad Católica del Maule.

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